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La meada de los paquidermos y la postura moral
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lecturas recomendadas: Prosopopeyas y animalizaciones

La meada de los paquidermos y la postura moral

Cuando estuve en Buenos Aires hice una visita al zoo. Fui buscando el tigre de Borges y encontré uno, escondido dentro de una gruta artificial, probablemente

Foto: Hoppa, un perro asistido, por las calles de Tel Aviv. (REUTERS)
Hoppa, un perro asistido, por las calles de Tel Aviv. (REUTERS)

Cuando estuve en Buenos Aires hice una visita al zoo. Fui buscando el tigre de Borges y encontré uno, escondido dentro de una gruta artificial, probablemente muerto de calor. O aburrido. O disecado. Más allá de esas referencias literarias que marcan mi exploración de las ciudades –buscar el rastro de Svevo en Trieste o de Machado en Soria-, lo más impresionante fueron los elefantes.

Sus aguas menores salían a chorro y hubieran podido apagar los incendios de toda una manzana. Ante la meada de los paquidermos, el visitante del zoo aplaude enfervorecido. Los animales en la literatura son a veces una lacra y parece demostrado que, cuando se utiliza el nombre de un animal en un texto, después, inconscientemente, la mano del escritor se va, vuela sobre el papel y escribe el nombre de otro animal y donde ha salido alacrán puede que luego salga cangrejo y, tras el cangrejo, quién sabe si llegarán el colibrí, la escolopendra y la vaca lechera. Cosas del subconsciente que nos importan poco.

Prosopopeyas y animalizaciones

Pero los animales, a lo largo de la historia de la literaria, han servido para decir lo que los humanos no se atrevían a decir por sí mismos. Han servido para ilustrar posiciones morales y críticas, enseñanzas que, reflejadas en acciones de hombres y mujeres, tal vez hubieran resultado excesivamente ejemplares o brutalmente sinceras.

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A la sinceridad las personas civilizadas siempre debemos ponerle algún paño caliente: Esopo, El coloquio de los perros, los fabulistas franceses y españoles del siglo XVIII, La Fontaine, Samaniego e Iriarte, el Galdós de Miau, la parodia animalesca de Augusto Monterroso… El animal como personaje humanizado, la prosopopeya, y el reverso de la animalización satírica del humano son recursos de distanciamiento que repercuten paradójicamente en que los lectores nos sintamos más concernidos por lo que se nos está contando.

La voz cantante del animal, su mirada extrañada, constituye además una privilegiada posición narrativa: la de quien ocupa una franja liminar –lo doméstico y lo salvaje, lo que está medio dentro, medio fuera-, los umbrales y los quicios. De ello son fantásticos ejemplos de distintas épocas y tradiciones literarias, Dingo de Mirbeau, novela aún no traducida al español (¿a qué estamos esperando?); Tombuctú de Paul Auster (Anagrama y Seix Barral), con su voz de perro vagabundo que no quiere dejar de serlo; y Soy un gato de Natsume Soseki (Impedimenta), un fresco magnífico (646 páginas entretenidísimas), pero nada grandilocuente, de la era Meiji: la perspectiva extrañada de un gato estoico que repasa la sociedad mutante del Japón de comienzos del siglo XX. Capitalismo, individualismo y positivismo impregnan un país que se occidentaliza espuriamente y a pasos agigantados.

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Tanto Soseki, como el personaje del maestro y el gato narrador detestan a los hombres de negocios, la postiza obsesión por el dinero en una cultura “espiritual” que, con el paso del tiempo, se ha convertido en paradigma del capitalismo en su acepción más salvaje: un capitalismo vivido sin “naturalidad cultural” porque no se asienta en la ética protestante. En definitiva, este libro aborda el desgajamiento entre prácticas económicas que generan determinados valores y costumbres, y otros valores y costumbres emanados de una faceta espiritual de la existencia. La mirada del gato es satírica y, a la vez, está llena de compasión.

Patricia y las bestias

En sus Crímenes bestiales (Anagrama),Patricia Highsmith cuestiona los valores que configuran nuestra moral. Como en Entrevista con el vampiro de Anne Rice (Ediciones B) y en la vistosa adaptación cinematográfica de Neil Jordan con Cruise, Banderas y Pitt, el mal es una cuestión de punto de vista y la niña vampira Kristen Dunst solo pinta paisajes nocturnos porque no sabe lo que es la luz del sol.

Cada cuento de la Highsmith es un puñetazo en el estómago con el que su autora, sin escatimarnos la crudeza y logrando que se materialicen nuestras peores pesadillas, consigue que experimentemos una inquietante simpatía por el asesino: los animales son seres tan salvajes como inocentes frente a la abyección de los seres humanos, víctimas que nos despiertan una aversión instantánea. Los animales -Harry el hurón, una rata mutilada en Venecia, la cucaracha que habita una habitación de hotel- nos obligan a mirar la realidad desde un lugar donde el abajo se vuelve arriba y el arriba abajo sin que ese movimiento haga caer al lector en el relativismo.

No se trata de que la escritora texana nos invite a pensar que quizá el mal no existe: el mal existe, pero dependiendo de la posición en que uno se coloque, se rellena con un significado u otro. Patricia Highsmith no es una escritora amoral. Ni muchísimo menos. Por el contrario, exhibe una concepción punzante de la moralidad que se expresa a través de personajes que miran desde donde no deben como en una novela, en cuyo título también se posa un animal: El grito de la lechuza (Editorial Quinteto) llevada al cine por Claude Chabrol.

En esta novela la trama es una boa constrictor –por seguir con las metáforas zoológicas- que asfixia al protagonista y también al lector; en su retrato de la sociedad estadounidense, casi un precedente de la cáustica Dogville –otro título con animalitos- de Lars von Trier, la escritora tejana no deja títere con cabeza: la policía, los vecinos, los jóvenes y los viejos, todos son crueles y estúpidos, y debajo de cada cálida cocina anidan cucarachas y putrefacciones.

La representación de unos ojos ajenos a los valores que rigen la moralidad común o la moralidad en términos absolutos son los de Ripley que, tal vez, sí sería el personaje amoral que Mrs. Highsmith nunca fue. De Highsmith también su famosísima novela El talento de Mr. Ripley (Anagrama) que tiene dos adaptaciones cinematográficas estupendas: A pleno sol, dirigida por René Clemént con Delon, en el papel de Ripley, y El talento de Mr. Ripley de Anthony Minghella, que elige a Matt Damon para dar vida al inmortal personaje.

El matrimonio de los peces rojos

Muchos escritores amaron o aman a sus mascotas. James Ellroy habla con su perro por teléfono en un lenguaje indescifrable. Cortázar puso el nombre de uno de los más alambicados filósofos de la Escuela de Frankfort. T. W. Adorno, a su adoptado gato callejero. Los animales son un recurso fértil para el desarrollo de la creatividad porque el sujeto que los mira con atención se ve siempre en la tesitura de interpretarlos: interpretar unos movimientos que siempre dicen más del sujeto que mira que del objeto contemplado. El gato de escayola.

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De las relaciones de los autores con sus animales se ocupan algunas de las piezas de Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales (Errata Naturae); otras exploran el valor polisémico del animal como metáfora, como objeto de transferencia afectiva, como modo de abordar asuntos tan sensibles como la maternidad o la muerte.

En ese ámbito simbólico trabaja la escritora mexicana Guadalupe Nettel. En El matrimonio de los peces rojos (Páginas de espuma), obra por la que obtuvo el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, casi cada narrador es parasitado/metaforizado por un animal: metáforas, símbolos, analogías, asociaciones e imágenes se presentan como formaciones retóricas parasitarias que evocan distintos tipos de nudos afectivos. Los animales son una forma de aproximación a la vida familiar y el pie forzado, lo que da coherencia al conjunto, extrema la creatividad.

En el relato que da título a la colección sobresale el tratamiento del espacio: un apartamento que es como una pecera donde todo resulta claustrofóbico, pequeño y feo. En Guerra en los basureros, late la pregunta sobre qué es una familia; el entomólogo que habla en primera persona se relaciona con las cucarachas por su gusto por comer de noche y también por ocupar cierta posición incómoda en el hogar: la connotación kafkiana de la inadaptación, de no sentirse del todo parte de la casa.

Hermanos de resistencia

Humanos y cucarachas estamos hermanados por nuestra resistencia, por nuestra capacidad de sobrevivir incluso en las condiciones insecticidas o afectivas más duras. En Felina Nettel establece un paralelismo entre una gata y una mujer para reflejar la parte animal de los humanos y tal vez la parte humana de los animales.

El antagonismo entre instinto y civilización se salda con la superioridad de los animales, pero si ustedes están verdaderamente interesados en este asunto corran a leer o a releer El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde de Stevenson (Alianza editorial). O El corazón de las tinieblas de Conrad (Juventud).

Felina es un relato, en torno a la maternidad que, al igual que las antiguas fábulas, tiene un punto moralizante compartido con los demás textos de este volumen. En La serpiente de Beijing lo más interesante es observar cómo una misma imagen simbólica, la serpiente, representa cosas tan diferentes para distintas culturas: la transformación o el pecado. Tal vez, el mestizaje no sea más que una utopía.

En todo caso, el relato más peculiar, por su enrarecimiento y por cierta forma atípica de artificiosidad que a mí me interesa mucho, es Hongos: dos amantes adúlteros cuidan, como si se tratara de un huerto, sus respectivos hongos genitales. La matriz fantástica, que forma parte del ADN del cuento, se desliza hacia lo bizarro para dar una visión nada idílica del enamoramiento: lo parasitario, la desigualdad y las jerarquías definen, más allá de eufemismos y tópicos, la naturaleza del amor. La misma metáfora, llevada al mundo del arte, serviría para describir la relación entre maestros y epígonos.

Somos una generación enferma del complejoDisney. A menudo los animalitos nos dan más lástima que las personas. Hay quien no come conejo porque se acuerda de Tambor y hay quien aún no ha superado la cruelísima muerte de la mamá de Bambi. No hay mejores amigos que los ratoncitos de La Cenicienta. Hay quien no mata una mosca por miedo a que sea la reencarnación de su madre, por respeto a la naturaleza o por temor a que la mosca haya dejado a sus larvitas esperando en el nido con el puchero haciendo chup chup sobre el fogón de la cocina. Prosopopeyas.

Los tiernos ojitos multifacéticos de las moscas nos miran con lágrimas mientras agonizan en el papel atrapamoscas de un supermercado. De nuevo, von Trier sabe mucho de este asunto: acuérdense de que en Anticristo los animalitos del bosque también hablan. Y son reveladores. Dicen unas cosas que tiembla el basto.

Feliz verano y buenas lecturas. Hasta septiembre.

Cuando estuve en Buenos Aires hice una visita al zoo. Fui buscando el tigre de Borges y encontré uno, escondido dentro de una gruta artificial, probablemente muerto de calor. O aburrido. O disecado. Más allá de esas referencias literarias que marcan mi exploración de las ciudades –buscar el rastro de Svevo en Trieste o de Machado en Soria-, lo más impresionante fueron los elefantes.

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