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Risa y conocimiento, efectos secundarios de la lectura
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Risa y conocimiento, efectos secundarios de la lectura

No me resulta fácil partirme de risa con un libro. Me parto de risa con Vonnegut. Me parto de risa con Kennedy Toole. Me parto de risa con algunos pasajes de Julian Barnes. Con

No me resulta fácil partirme de risa con un libro. Me parto de risa con Vonnegut. Me parto de risa con Kennedy Toole. Me parto de risa con algunos pasajes de Julian Barnes. Con las Memorias de un amante sarnoso (Edhasa) de Groucho Marx. Con Juan Bas, que organiza en Bilbao una semana de la risa, con Antonio Orejudo, Román Piña, Fernando Royuela y Rafael Reig. Me parto de risa con el predicador de La hija de Robert Poste de Stella Gibbons (Impedimenta) cuando dice aquello de “¡En el cielo no habrá mantequilla!”.

Otras cosas, supuestamente muy graciosas, no me hacen ninguna gracia. Es más: me dejan en la boca una mueca a medias, lateral, que podría interpretarse como estreñimiento o asquito. Por ejemplo, no me gustan los libros humorísticos de Evelyn Waugh. Lo siento. Reconozco mis limitaciones. Sin embargo, me hacen gracia los libros de su amiga Nancy Mitford que ha ido publicando Asteroide. Me siento muy relajada y feliz cuando descubro que me estoy riendo con ganas, que incluso me parto de risa mientras leo Cómo apedrear a un escritor de éxito, un librito inclasificable de Octavio Cortés editado por Sloper. Aprender, reírse: dos de los mejores efectos secundarios de la lectura.

Calamares agrio-picantes

Octavio Cortés parece ser un ácrata de los de antes: un incondicional seguidor de Luis Sánchez Polack, Tip, que en el manifiesto con que cierra el volumen a modo de bonus track, “El ácrata lisérgico (Un manifiesto remendado)”, escribe: “Cuando las cosas se complican, siempre conviene calmarse y optar por la vía ultravioleta”, o “El ácrata lisérgico desea la paz civil y desea también que la tierra se abra de repente y engulla a todos esos fariseos que en nombre del bien común han convertido la alta cultura en un tenderete de chucherías baratas”. El lirismo juguetón de lo ultravioleta, de la violeta y la violenta fundidas en la morfología de un desconocido rayo, me hace sonreír, mientras que la beligerancia política de la paz civil y las chucherías baratas me solivianta: incluso me preocupa un poco el hecho de estar profundamente de acuerdo con ella. Y con su espíritu.

Pero, antes del manifiesto-colofón, Octavio Cortes nos regala un libro que no es un ensayo, que no es poema, que no es un gag, que no es una aproximación realista a la vida. Que no es un manual de autoayuda ni de autodefensa. Pero todos sabemos que una rosa es una rosa es una rosa, de modo que este libro también lo es todo al mismo tiempo. Y muchas veces. Tautológicamente. De Cómo apedrear a un escritor de éxito a priori no se aprende nada y, sin embargo, el libro no deja de ser un breviario de filosofía práctica, un manual de conducta nacido de un acerado instinto de observación de la realidad. Los consejos e instrucciones de algunos capítulos destacan por su efecto desternillante: “Cómo saber si es usted el Dalai Lama”, “Cómo salir airoso de una conversación casual sobre jazz moderno durante una fiesta” o “Cómo demostrar ante un auditorio receptivo que la naturaleza fomenta la idiotez”.

Confieso mi debilidad por este último y por “Cómo darse cuenta de que los publicistas están riéndose de nosotros”, ya que comparto el mismo estupor que Octavio –o que el narrador que imposta Octavio- al contemplar cómo una muchacha, vestida de licra púrpura y recién llegada del futuro, se planta en el salón de mi casa para explicarme cómo debo limpiar las manchas de la ropa. Suprimirlas. Borrarlas del mapa. Aniquilarlas como a esas resistentes cucarachas que sobreviven, aunque no tengan cabeza, alimentándose durante meses y meses con la grasa de una pequeña salpicadura jabonosa.

Muchas de las cosas que damos por supuestas no son naturales, sino una artificialidad interesadaAdemás de por su comicidad, en el libro de Octavio Cortés sobresale una visión diferente de nuestras rutinas. De nuestros valores. De muchas de las cosas que damos por supuestas y, sin embargo, no son naturales sino de una artificialidad interesada. Una visión agrio-picante, como los calamares de los restaurantes chinos, donde la acritud o la acidez se relacionan con la elección del género “filosofía práctica”; dicha elección obliga a los lectores a plantearse un montón de preguntas que quizá no sean del todo inteligentes, pero sí perturbadoras: ¿la intención del autor lleva a la elección de un género?, ¿cada género decanta su propia temática?, ¿la fractura entre lo previsible dentro de un género y lo que realmente uno se encuentra dentro de él, el desajuste o el desbarajuste, producen un efecto cómico?, ¿se acuerdan ustedes de las Instrucciones para subir las escaleras en las Historias de cronopios y de famas (Edhasa) de Julio Cortázar? Pues eso.

Y a propósito de Cortázar y de sus aniversarios: a mí sus libros me siguen gustando mucho. Incluso Rayuela. Los cuentos de Cortázar. En algunos asuntos no merece la pena gastar saliva en iconoclastias. A veces creo que nos pasamos de listos. O que confundimos el sentido crítico con una estúpida forma de soberbia. O de modernidad-post. No sé.

Al otro lado del espejo

Si en Cómo apedrear a un escritor de éxito, el continente y el contenido se cortocircuitan haciendo reír –y hasta pensar- a los lectores, en La mitad ignorada (En torno a las mujeres intelectuales de la segunda república) Jairo García Jaramillo nos ofrece un ensayo ortodoxo. Un ensayo del que aprendemos cosas más allá del artefacto pedagógico y liberador de la risa. La lectura de un ensayo, tejido con estos mimbres, exige del lector una actitud que parece perdida a la hora de leer: escuchar, esforzarse, crecer, procurar mirar desde otro sitio para salir del encastillamiento y ampliar los horizontes. Para ilusionarse o desilusionarse porque al final la desilusión es probablemente el destino del conocimiento. Lo sabían Erasmo y Einstein. Y todos los niños que, por fin, descubren los secretos de su infancia.

La mitad ignorada, en la editorial Devenir, ha recibido el XIII premio Miguel de Unamuno que concede el Ayuntamiento de Bilbao. Pese a la ortodoxia retórica, su autor, hombre de su tiempo, se ha embarcado en el rodaje de un book tráiler: tal vez el mundo académico, especialmente el mundo del academicismo filológico, ha ido perdiendo parte de sus connotaciones mohosas. O rancias. O de solapa de chaqueta con caspa. Lo que me pregunto es si ese reciclaje va a redundar en algo bueno, en algo mejor…

Al margen de dudas metafísicas, el texto de García Jaramillo es urgente y revelador: habla de cosas que suceden hoy mismo a través del repaso vital de las trayectorias de intelectuales y creadoras como Remedios Varo, Maruja Mallo, Carmen de Burgos, Concha Méndez, María Zambrano o María Teresa León.

El ensayo rescata figuras injustamente olvidadas de modo que el lector aprende y reconstruye un mundo que en muchos sentidos aún es reconocible en el campo cultural hispánico. En el estudio de Jairo García Jaramillo, se aborda la cuestión de hasta qué punto las propias mujeres podemos liberarnos de los lenguajes y los sentimientos que nos construyen y que a menudo nos son tan ajenos como hostiles.

La ideología invisible

No obstante, los asumimos como propios y no los ponemos en tela de juicio porque forman parte de la normalidad, de la masa sumergida del iceberg ideológico, de lo que Zizek llama “la ideología invisible”: valores, creencias naturalizadas en nuestros códigos sociales que un intelectual como García Jaramillo saca de debajo de la tierra, como un tubérculo, para mostrar que ciertas presuposiciones sobre las que no hacemos preguntas son una construcción ideológica que deja fuera de plano, en el ángulo muerto de una habitación, a la misma mitad del mundo.

Desenterrar el pasado para mirar el presente. La perspectiva es feminista, pero de un feminismo científico y documentado, no de ese otro “feminismo” entre comillas que se confunde con la cicatería de la corrección política o con esa forma de machismo dado la vuelta que presupone que el feminismo consiste en ir a un boys a meterle un billete de cincuenta euros en el calzoncillo a un musculado estonio.Jaramillo restaura la memoria de mujeres olvidadas a través de un discurso rigurosa y documentadamente feminista

En La mitad ignorada se reflexiona sobre un asunto que a mí me preocupa: cómo se relaciona la realidad con sus representaciones y cómo lo hace específicamente desde una perspectiva de género. Ha sido una sorpresa reconocer esa preocupación en este ensayo, del que me interesa especialmente la capacidad de síntesis y la brillantez de su último capítulo.“Pero, ¿quién teme a Virginia Woolf? (Breve excurso final sobre el discurso femenino)”.

A Carmen Laforet le preguntaban si quería más a sus libros o a sus hijos. El periodista que le hacía la pregunta no tendría la sensación de ser un machista. Quizá incluso era una periodista emancipada que creía que ya no había motivos para luchar ni para resistir. Todavía estamos ahí. En ese punto. Jairo García Jaramillo, como hombre que estudia y restaura la memoria de mujeres olvidadas a través de un discurso rigurosa y documentadamente feminista, se coloca al otro lado del espejo, en la antípoda perfecta, resolviendo la horrenda paradoja del machismo de las mujeres y haciendo un sano, justo y reparador ejercicio intelectual. No debería extrañarnos, pero como aún estamos como estamos, yo desde aquí le doy las gracias.

No me resulta fácil partirme de risa con un libro. Me parto de risa con Vonnegut. Me parto de risa con Kennedy Toole. Me parto de risa con algunos pasajes de Julian Barnes. Con las Memorias de un amante sarnoso (Edhasa) de Groucho Marx. Con Juan Bas, que organiza en Bilbao una semana de la risa, con Antonio Orejudo, Román Piña, Fernando Royuela y Rafael Reig. Me parto de risa con el predicador de La hija de Robert Poste de Stella Gibbons (Impedimenta) cuando dice aquello de “¡En el cielo no habrá mantequilla!”.