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De inventar aspiradoras a coleccionar picassos
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SOTHEBY'S SACA A LA VENTA LA COLECCIÓN DE ARTE ALEX & ELISABETH LEWYT

De inventar aspiradoras a coleccionar picassos

Empezó de la manera más prosaica, visitando domicilios de los suburbios de Nueva York al azar para preguntar a las amas de casa en qué fallaban

Foto: De inventar aspiradoras a coleccionar picassos
De inventar aspiradoras a coleccionar picassos

Empezó de la manera más prosaica, visitando domicilios de los suburbios de Nueva York al azar para preguntar a las amas de casa en qué fallaban sus aspiradoras. Después se encerró en su casa e inventó la primera del mundo que no necesitaba bolsa. Alexander Lewyt (Nueva York, 1908), a quien le gustaba más su fama de inventor que la de empresario y filántropo, no amasó su fortuna, sino que la vio explotar en sus manos al alumbrar este ingenio que causó furor tras la Segunda Guerra Mundial, cuando vendió más de dos millones de ejemplares en ocho años. Y con el dinero que hizo se dedicó, entre otras cosas, a comprar arte.

Y no cualquier arte, claro. En la colección Alex & Elisabeth Lewyt, reunida en los años cincuenta, están Picasso, Renoir, Degas, Pissarro, Matisse y Braque, entre otros genios contemporáneo. Tanto que la casa de subastas Sotheby's, que se dispone a liquidarla a partir del próximo 7 de mayo, espera hacer un mínimo de 65 millones de dólares con las 200 obras que la integran, según especificó en un reciente comunicado.

La recopilación, "una de las más celebradas colecciones de arte europeo de finales del siglo XIX y principios del XX", según la propia casa de subastas, incluye piezas como Un hombre con hacha, de Gauguin en 1891, L'Amazone, pintada por Modigliani en 1909 –por la que Sotheby's espera una puja de entre 20 y 30 millones de dólares– y En-Tête de lettre (Trois Prunes) de Manet en 1880, por la que se esperan entre 150.000  y 250.000 dólares. Las ventas arrancarán la próxima semana con Les Pommes, una obra pintada en 1889 por Cézanne y uno de sus mejores bodegones. Sotheby's espera que se venda por una cifra entre 25 y 35 millones de dólares.

De las aspiradoras a los picassos

La liquidación de la colección –parte de la cual fue donada hace años al Metropolitan de Nueva York– se produce tras la muerte de la mujer de Lewyt, Elisabeth, el pasado octubre, justo un siglo después de su nacimiento. Fue Babette, como era conocida en su Francia natal, quien contagió a Alexander su pasión por la pintura, que empezaron a comprar a partir de su boda en 1953. Por aquel entonces Lewyt ya era una multinacional, disparada tras las ventas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando suscribió un contrato exclusivo con el gobierno de Estados Unidos –de más de 16 millones de dólares de los de entonces– para fabricar radares y equipamiento militar electrónico, entre ellos un dispositivo de visión nocturna inventado por el propio Alexander cuya patente fue secreta hasta muchos años después.

A partir de ahí las cosas le fueron rodadas, pero hasta entonces no todo fue un camino de rosas. Lewyt nació en 1908 en los Washington Heights de Manhattan, hijo de un emigrante austríaco que regentó toda su vida una pequeña herrería en la que fabricaba artefactos de metal por encargo. Allí fue donde Alexander, a los 16 años, concibió su primer invento, a la postre su primer superventas y, con toda seguridad, el más macabro de todos.

Un cliente, el empleado de una funeraria para quien su padre fabricaba pequeños accesorios de metal, bromeó sobre lo complicado que era ponerle corbata a los difuntos, y poco después Alexander le presentó un pequeño artilugio que, acoplado a la corbata, la abrochaba por delante sin necesidad de levantar aparatosamente a su desafortunado destinatario. Vendió 50.000 ejemplares –que él mismo fabricó en su taller– y se hizo no de oro, pero casi.

A los 18 años heredó el negocio, al que puso rumbo e hizo crecer pese a la Gran Depresión hasta conseguir clientes tan impresionantes como International Business Machines, entonces una modesta compañía industrial que se haría conocida años después por sus siglas: IBM. Rebautizada ya como Lewyt y con casi 2.000 trabajadores en plantilla, el gran triunfo de la compañía vendría tras la Segunda Guerra Mundial, aunque se gestaría durante ella, cuando Lewyt concibió su aspiradora sin bolsa. Según Jeffrey Gitomer, autor de The Sales Biblia, el inventor y empresario anunció su producto y lanzó su campaña publicitaria "antes de que la producción estuviera finalizada, de modo que creó en el mercado la demanda de un producto que no existía [...]. Cuando el artefacto llegó al mercado fue simplemente engullido, generando más de 4 millones de dólares en ventas en los primeros cuatro años". Lewyt estuvo acertado incluso en el eslogan de su aparatosa campaña, una rima que por supuesto también concibió el mismo: "Do it with Lewyt!" –¡Hazlo con Lewyt!–.

Tan perfecto era este hombre que, por ser, era hasta atractivo. Así lo explicó el periodista John MacLeod cuando lo presentó oficialmente en sociedad en el número de noviembre de 1950 de The American Woman, poco después de que el soltero de oro de la isla de Manhattan apareciera así retratado, como el wealthy bachelor oficial de Nueva York, en la prestigiosa revista Collier's. Escribieron de él que "este inventor millonario trabaja 50 horas a la semana, no ha tenido vacaciones desde hace 10 años y cuando no puede dormir, cuenta ideas en lugar de ovejas". A Alex Lewyt, entonces de 42 años, le llegaron más de 3.500 cartas de admiradoras. Ninguna de ellas, confesó después con sorna, "más interesante que cualquiera de mis aspiradoras".

O que Elisabeth, una joven francesa a la que conoció por aquella misma época. El inventor, a quien el dinero se le escurría simplemente de los bolsillos, comenzó por aquel entonces una colección de relojes antiguos y otra de arte, para lo cual empezó a viajar a Europa y vivir en París más de la mitad del año. No se sabe cómo se conocieron exactamente, aunque sí cuando aparece la primera mención en la prensa de Babette, que en 1953 ya se llamaba oficialmente Elisabeth Lewyt: fue cuando él le compró a ella su regalo de boda, un paisaje de su Chartres natal pintado por Maurice Utrillo.

Y desde entonces no hubo entre ellos más que arte, por un lado, y animales por el otro. En 1963 una sociedad protectora de animales, The North Shore Animal League, se disponía a cerrar tras la bancarrota y sacrificar todos sus animales, cuando Babette Lewyt se interesó por la situación e implicó igualmente a su marido, que enunció entonces la que es quizá su frase más célebre: "No adoro a los animales. Mi mujer adora a los animales y yo adoro a mi mujer".

Tanto la adoraba que Lewyt organizó una aparatosa campaña para movilizar a los vecinos de Nueva York y comprometerles con la necesidad de adoptar a perros y gatos. Lo hizo incluso con uno de sus famosos vecinos, el cantante y estrella televisiva Perry Como, para darse publicidad, consiguiendo no solo reflotar la sociedad North Shore, sino que en 1972 estuviese ya dando animales en adopción al ritmo inaudito de 3.000 al año. "Nunca antes ninguna organización de protección de animales había pagado para publicitar la adopción y competir con las tiendas de animales y los criaderos", escribieron en Animal People Online cuando murió en 2012 la centenaria filántropa.

Tan innovador fue que los Lewyt se enfrentaron incluso a otras asociaciones, que les acusaron de tratar a los animales "como objetos" por promover su adopción en lugar de su sacrificio. "Esas asociaciones mataban a más de un cuarto de millón de animales cada año en Nueva York, más otro cuarto en los suburbios", detalla el medio.

Los Lewyt nunca se desvincularon de los animales porque, de hecho, nunca quisieron hacerlo. En 1973 Alexander vendió Lewyt Corporation, abandonando los negocios y se volcó por completo en la protección de los animales y el coleccionismo de arte, que con el tiempo llegó a granjearle una Legión de Honor en Francia y un sillón como asesor en el Metropolitan de Nueva York. Hoy sus cezannes, sus picassos y sus gauguins, heredados por su mujer tras morir él en 1988, vuelven al mercado revalorizados y disponibles para aquellos que quieran y puedan llevárselos a su casa, quizá un poco más valiosos que antes tras pasar por las manos de estas dos personalidades que los quisieron por lo que eran, no por lo que valían, y que contribuyeron de forma tan determinante en el mercado del arte del siglo XX.  

Empezó de la manera más prosaica, visitando domicilios de los suburbios de Nueva York al azar para preguntar a las amas de casa en qué fallaban sus aspiradoras. Después se encerró en su casa e inventó la primera del mundo que no necesitaba bolsa. Alexander Lewyt (Nueva York, 1908), a quien le gustaba más su fama de inventor que la de empresario y filántropo, no amasó su fortuna, sino que la vio explotar en sus manos al alumbrar este ingenio que causó furor tras la Segunda Guerra Mundial, cuando vendió más de dos millones de ejemplares en ocho años. Y con el dinero que hizo se dedicó, entre otras cosas, a comprar arte.