Es noticia
Buñuel no fue al cielo
  1. Cultura
CINE

Buñuel no fue al cielo

Pensar en Luis Buñuel es acordarse del sacerdote Nazarín sujetando una piña, es ver un grupo de burgueses aplaudidos por un patio de butacas o incapaces

Foto: Buñuel no fue al cielo
Buñuel no fue al cielo

Pensar en Luis Buñuel es acordarse del sacerdote Nazarín sujetando una piña, es ver un grupo de burgueses aplaudidos por un patio de butacas o incapaces de salir de una habitación. Es un ojo rasgado, unas bonitas piernas, una mujer gélida u otra que se hace la muerta. Es morbo, es inconformismo, es iconoclasia.

Hoy hace 25 años que el gran cineasta español dejó el mundo de los vivos, pero su fuerza y su rebeldía no han muerto. Eso lo sabe cualquiera que contempla sus películas rompedoras, a veces sacrílegas, pero casi siempre geniales.

Nacido el 22 de febrero de 1900, su paso por la Residencia de Estudiantes de Madrid marcó profundamente su orientación hacia las artes. Fue allí donde conoció a Salvador Dalí, Federico García Lorca y Rafael Alberti, con los que mantuvo una peculiar relación de amistad. Más tarde se fue a París y se dejó embaucar por los aires surrealistas que por allí circulaban plasmándolos en El perro andaluz, en la que dejó para el recuerdo ese ojo rasgado que muchos somos incapaces de mirar. También con La edad de oro en la que siguió vertiendo esencias del movimiento y un particular fetichismo con pies y piernas que no le abandonaría nunca.

Morbo, provocación... y denuncia

En su cine hubo mucho morbo y provocación, pero también un lugar para la denuncia. Los olvidados fue una película hundida en las raíces del mejor neorrealismo, un ejercicio fascinante sobre los niños de la calle en México en el que se mostró su tremenda sensibilidad. Con ella jugó a ser De Sica, y con Él hizo lo propio con Alfred Hitchcock, otro morboso y fetichista como él.

Si Hollywood le hubiese tomado en serio, o él a la meca del cine, ahora podríamos estar hablando de un Nicholas Rayo, por supuesto, un Hitchcock español. Su única aventura en tierras norteamericanas, La joven, así lo demostró. Pero eran otras tierras americanas, las de México, las que le vieron crecer como cineasta. Con la producción de Gustavo Alatriste, con Silvia Pinal como su musa y Julio Alejandro como coguionista, entre otros habituales, el de Calanda firmó algunos de los títulos cumbre de la historia del cine, como Viridiana o El ángel exterminador.

Los bajos instintos del ser humano

Viridiana era un brutal ejercicio en contra de la falsa caridad que corroboraba algo muy presente en su cine: los bajos instintos del ser humano. Era algo que siempre quedaba muy patente en esos momentos de pulsión sexual antecedidos con imágenes de violencia animal.

Con El ángel exterminador consiguió una película mágica, quizá la mejor que hizo en toda su carrera. En ella un grupo de burgueses se congregaban en un espacio del que, a pesar de carecer de barreras físicas, no podían salir. De esta forma lograba una metáfora perfecta del inmovilismo de las clases sociales altas, atrapadas en un modo de ser superficial e hipócrita.

Viridiana junto con Nazarín eran toda una declaración de intenciones frente al catolicismo, como lo fue su Simón del desierto, pero también el vehículo perfecto para la exhibición de nuestro Marlon Brando particular, Francisco Rabal. Tras la mexicana Silvia Pinal, Catherine Deneuve se convirtió en su musa rubia en películas como Belle de Jour y Tristana, pero eso no quitó que trabajara con la gran Jeanne Moreau -vaya carrerón el suyo- en Diario de una camarera, o con Carole Bouquet y Ángela Molina en Ese oscuro objeto del deseo.

Parece que el final de Buñuel no sería, como su película, una Subida al cielo. Seguro. Este “ateo gracias a Dios” no lo hubiese querido. Pero su trabajo tiene todavía una fuerza y un arrojo ciertamente divinos y que ya quieran muchos de los nuevos directores europeos.

Pensar en Luis Buñuel es acordarse del sacerdote Nazarín sujetando una piña, es ver un grupo de burgueses aplaudidos por un patio de butacas o incapaces de salir de una habitación. Es un ojo rasgado, unas bonitas piernas, una mujer gélida u otra que se hace la muerta. Es morbo, es inconformismo, es iconoclasia.