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Tirar la piedra, por J. M. Argüello
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Tirar la piedra, por J. M. Argüello

Quim Torra apela a la idea de la desobediencia civil. Pero no es eso lo que hace el independentismo, porque sus líderes jalean, pero no responden

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Estimado director,

el otro día me llamó la atención oír en el discurso de Quim Torra que “por cada paso de represión, debería haber más desobediencia civil”. Y me llamó la atención por la tergiversación de esta figura.

John Rawls define la desobediencia civil como un acto público, no violento, consciente y político, contrario a la ley, que se realiza con ánimo de cambiar ésta. No es una nueva idea: ya decía santo Tomás de Aquino que “lex injusta non est lex”, promulgando la obligación moral de desobedecerla. Requiere, por tanto, de la valentía de oponerse a la norma ilegítima, aunque legal.

Pero, en palabras de Habermas, los locos de hoy no tienen por qué ser los héroes del mañana. Los delitos cometidos por gamberros, dice, no responden a la desobediencia civil moralmente fundada. Para distinguirlos, el propio Rawls exige entonces una serie de requisitos: deben ser actos dirigidos contra una injusticia manifiesta, debe haberse agotado la vía legal previamente, y se debe estar dispuesto a asumir las consecuencias de la desobediencia.

Sin analizar otros requisitos (falta de violencia, agotamiento de medios legales…), que valdrían ya para descartar que nos hallamos ante esta figura, quiero centrarme aquí en este último. No entiendo cómo puede calificarse de desobediente civil un movimiento cuyos líderes jalean, pero no responden. Desde la abortada declaración de independencia un expresident se halla prófugo, y el más reciente afirma públicamente estar dispuesto a todo, mientras no tarda en solicitar complaciente sus prebendas como expresident. Desobedientes civiles fueron Gandhi, Martin Luther King o Jesucristo. Pero nadie pasa a la historia por tirar la piedra y esconder la mano. No al menos en esos términos.

José María Argüello Mur

Estimado director,

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