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¿Por qué en España hay tantas Vírgenes? Las diferencias con otros países católicos
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LA MADRE DE JESÚS

¿Por qué en España hay tantas Vírgenes? Las diferencias con otros países católicos

Es el personaje bíblico más amado en la hispanosfera y está ligado a nuestra cultura de una manera muy especial. ¿A qué se debe que haya tantas y sean tan queridas?

Foto: Virgen de la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en Jaén. (iStock)
Virgen de la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en Jaén. (iStock)

"¿A qué viene lo de orar a docenas de Vírgenes distintas y asegurar que esta es más milagrosa que aquélla? (...) ¿Qué clase de barullo confuso, de galimatías embrollado, habéis hecho de mi sencillísima religión? ¿Cómo después de esto, podéis creer que estoy con vosotros?". Cuando Dios baja de los cielos en la famosa novela de Enrique Jardiel Poncela, el mundo está hecho un completo desastre. No tanto como ahora, ojo, a pesar de la crispación política de nuestros días. Concretamente, este fragmento se queja de la cantidad de trabajo que los españoles le encomendamos, por no hablar de toda la parafernalia religiosa, casi a modo de merchandising santo-católico-apostólico-romano, que hemos fabricado en su nombre.

"¿Pensáis que tengo yo algo que ver con vuestros desfiles, vuestras procesiones, con vuestros conciertos sacros, con vuestros millares de imágenes, con vuestros centenares de oraciones?", prosigue el autor de esta sátira, un clásico literario a pocos años de que estallara la Guerra Civil. Poncela, con una enorme e inteligente maestría cómica, disecciona en su novela algunos valores y estereotipos de la cultura española, entre ellos la centralidad que ocupa la Virgen María en nuestra sociedad, de ahí que Dios se muestre algo celoso de ella. Y es que, vayamos donde vayamos, de pueblo en pueblo o de pedanía en pedanía, siempre vamos a encontrar una Virgen. Una Virgen que no es única, sino que se adapta a la idiosincrasia de cada territorio por muy grande o pequeño que sea.

"Puede ser considerada como uno de nosotros. No obstante, tiene acceso, vía su peculiar Hijo, al panteón de la Santísima Trinidad"

Podríamos decir de nuestro país y, en general en toda la hispanosfera, que una ardilla podría cruzar una a una todas las ciudades y pueblos de Virgen en Virgen sin tocar el suelo. Italia, la nación del mundo más marcada por la cristiandad al albergar en ella su núcleo, tiene sus madonnas, pero seguramente no tantas como España. La madre de Cristo, pese a no figurar en la Santísima Trinidad, tiene el cielo ganado para nosotros (y nunca mejor dicho, si realmente ascendió en cuerpo y alma seguramente fuera gracias a un madrileño). Su expresión en la mayoría de las representaciones eclesiásticas, siempre receptiva, con los brazos abiertos y la mirada cándida, aglutina todos los valores de eso que bien se tiene a llamar "pueblo", y que conforma todas las identidades nacionales: los catalanes tienen a su Monsterrat, la inspiración de la Reconquista se la debemos a nuestra querida Covadongava (La Santiña asturiana), los mexicas veneran a su Guadalupe (la de los conquistadores) y los onubenses a una tal Rocío a la que engalanan con los mejores ropajes un grupo reducido de personas antes de sacarla de procesión desde tiempos inmemoriales.

Entre el cielo y la tierra

A decir verdad, la Virgen representa nuestra más directa e íntima vía de comunicación con Dios, y por ende, con lo sagrado. Mejor dejar al Padre en paz, que está muy ocupado quitando el pecado del mundo, como dejó entrever Poncela. Mientras, el Hijo, pobre de él, es demasiado humano: como nosotros, es el fiel reflejo de que, por desgracia, uno en esta vida viene a sufrir. No hay más remedio, mejor dejarlo claro desde el principio. La Virgen, sin embargo, siempre está ahí para escuchar, para abrazarnos y recoger nuestro cuerpo herido por los reveses del destino, y ello no le resta poder, sino más bien al contrario. "En el contexto del monoteísmo judeo-cristiano, una versión vernácula de una madre Virgen María deificada, presenta para el pueblo evidentes facilidades de comunicación y acceso", sostiene Juan Maestre Alfonso, veterano sociólogo español, en el fantástico libro Sociología por todas partes. Símbolos y representaciones de lo cotidiano (Editorial Dykinson, 2016).

"Las apariciones de la VIrgen poseen un evidente contenido social, justa correspondencia al cariño y la devoción que le profesa el pueblo llano"

"La Virgen María, que madre nuestra es, goza de una doble aptitud: es una madre como otras muchas, como todas las madres, con cualidades específicas", prosigue Maestre. "Comprende a madres y a hijos. A este nivel, puede ser considerada como uno de nosotros. No obstante, tiene acceso, vía su peculiar Hijo, al panteón de la Santísima Trinidad. Igualmente, su ascensión a los cielos en carne mortal la comunica, en el imaginario popular, con todo el santoral y demás corte celestial. Por tanto, es diosa y jefa de todos los santos, como también de aquellos católicos, apostólicos y romanos, caso de la mayoría de los españoles y asimilados. Por consiguiente, el imaginario popular está convencido de que en el cielo, y junto a todos sus inquilinos, ocupa un lugar prioritario. La Virgen María reúne virtudes humanas y divinas".

placeholder Retablo de la Virgen de Guadalupe. (iStock)
Retablo de la Virgen de Guadalupe. (iStock)

No en vano, su mayor poder es el de la aparición, y no a hombres ilustres, precisamente, sino ante las personas más humildes. Tanto como ascendió a los cielos, también bajó bastante a menudo para inspirar a los más desfavorecidos. "Las apariciones de la VIrgen poseen un evidente contenido social, justa correspondencia al cariño y la devoción que le profesa el pueblo llano", asevera el sociólogo. "Han favorecido a gente modesta. No se conocen apariciones a funcionarios del Estado, ni a los sufridores profesores de universidad, como tampoco a tenderos de ultramarinos o dependientes de El Corte Inglés".

¿Una España matriarcal?

Es por ello que más que en los cielos o en la tierra, ocupa un lugar excepcional en los corazones de todos nosotros. Puedes ser más o menos creyente, cristiano o ateo, pero lo cierto es que nada te hará dudar de la bondad de la Virgen, de su humanidad y capacidad de escucha. Tal vez, porque en el fondo reúne en sí misma todas las buenas cualidades con las que asociamos a las madres. Y esto, además, confiere a la cultura nacional de un matriarcalismo que viene muy bien para rebajar (o quizá superar) la intensidad masculina, que en este caso se correspondería con el concepto de "patria" y "Dios". Y ya sabemos el papel que Dios ejerce en el Antiguo Testamento: "todopoderoso, vengador y terrible, capaz de derribar la torre de Babel, de enviar el diluvio universal", como repasa Maestre, o lo más llamativo, pedir a un padre que sacrifique a su único hijo en una suerte de chantaje para probar que es a él a quien debe dirigir todo su amor y devoción. Eso nunca lo haría la Virgen.

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Fuente: iStock

Decíamos que aun siendo ateo, se profesa respeto y admiración a la Virgen; no por congratular o inflar el relato, sino porque como Maestre explica, durante las numerosas contiendas religiosas que se sucedieron a lo largo de la historia en nuestro territorio, que no fueron pocas para nada, "muy pocas Vírgenes locales llegaron a ser profanadas". En parte por deferencia y también por la pericia de un pueblo entregado a la protección de sus imágenes marianas. De ahí que como el sociólogo menciona, en périodos de furor revolucionario, hasta los presumiblemente ateos marxistas se hayan apropiado de sus figuras para resignificarlas según su ideología, como hicieron en la República de El Salvador en los años 30 del siglo pasado con la virgen Nuestra Señora de Sonsonate, un centro de peregrinación mariano en todo América Central, que rebautizaron como Nuestra Señora del Partido Comunista.

"Distinguidos antropólogos, como Caro Baroja o Lisón Tolosana, han señalado que entre vascos y gallegos existen prácticas matriarcales"

En lo referente a si somos una sociedad más matriarcal que otras, como las de norte de Europa, las árabes o las asiáticas, Maestre pone varios argumentos para llegar a esa conclusión. Evidentemente, hay tanto o más machismo que en otras culturas. Algo que también se puede apreciar en el propio culto a la Virgen; ahí quedan las imágenes de cientos de fieles arremolinados en torno a su figura vitoreando "¡guapa!". ¿Es esto machista? Pues hace falta apreciar que solo son hombres los que se acercan y hasta se pelean entre ellos para estar cerca de su señora.

Foto: 'Tríptico del Jardín de las delicias'. El Bosco. 1490-1500. Museo del Prado

Por ello, no conviene dudar de que la devoción a la Virgen sea un pretexto para afirmar que nuestra cultura es menos machista que otras basándonos en un supuesto matriarcalismo. Sin embargo, sí que habría que tener en cuenta ciertos detalles que han propiciado que España sea uno de los países más avanzados en cuanto a políticas de género, tanto antes como ahora, y que esto sea debido a tener tan grabada a fuego la figura de la Virgen. "Distinguidos antropólogos, como Caro Baroja o Lisón Tolosana, han señalado que entre vascos y gallegos existen tendencias y prácticas matriarcales", remata Maestre, recordando un antiguo trabajo que él mismo hizo en el corazón rural de Castilla, donde demostró que la mayoría de las esposas eran las que administraban en la sombra la economía de tantas familias.

"En el baile por sevillanas, la mujer es la dominante, más que un símbolo en una sociedad que se autoatribuye predominio de rasgos machistas", concluye el sociólogo. "En Sevilla apareció el primer proletariado femenino de Europa: las cuatrocientas obreras de la Fábrica de Tabacos". Por todo ello y por más, "no podemos extrañarnos de que en España y demás áreas culturales afines, se le asigne a la Virgen más importancia que al mismo Dios".

"¿A qué viene lo de orar a docenas de Vírgenes distintas y asegurar que esta es más milagrosa que aquélla? (...) ¿Qué clase de barullo confuso, de galimatías embrollado, habéis hecho de mi sencillísima religión? ¿Cómo después de esto, podéis creer que estoy con vosotros?". Cuando Dios baja de los cielos en la famosa novela de Enrique Jardiel Poncela, el mundo está hecho un completo desastre. No tanto como ahora, ojo, a pesar de la crispación política de nuestros días. Concretamente, este fragmento se queja de la cantidad de trabajo que los españoles le encomendamos, por no hablar de toda la parafernalia religiosa, casi a modo de merchandising santo-católico-apostólico-romano, que hemos fabricado en su nombre.

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