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¿Por qué los humanos somos mucho mejores que otros animales corriendo largas distancias?
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LÍDERES EN LA MARATÓN

¿Por qué los humanos somos mucho mejores que otros animales corriendo largas distancias?

Puede que otros sean más rápidos, fieros y peligrosos en las distancias cortas, pero pocos pueden permanecer tanto tiempo manteniendo una buena marcha. ¿A qué se debe esta ventaja evolutiva?

Foto: El atleta español Tariku Novales durante la maratón en el Campeonato del Mundo de Atletismo de Budapest. EFE Javier Etxezarreta
El atleta español Tariku Novales durante la maratón en el Campeonato del Mundo de Atletismo de Budapest. EFE Javier Etxezarreta

Con tan solo 19 años, el joven Eliud Kipchoge consiguió el título de mejor corredor de maratón de todos los tiempos. Era el año 2003 y el joven keniano se convertía en estrella absoluta al finalizar una distancia total de 42,195 kilómetros en tan solo una hora, cincuenta y nueve minutos y cuarenta segundos. Para que nos hagamos una idea, es como si una persona tardase tan solo menos de dos horas en ir corriendo desde la Puerta del Sol de Madrid hasta el centro del municipio de Collado Villalba. Sin duda, esta proeza resulta ser toda una maravilla de la condición humana.

¿Por qué somos capaces de recorrer tan largas distancias sobre nuestros pies? ¿Esto nos diferencia de alguna manera del resto de animales? Vale, los hay muy veloces, pero que sean capaces de correr tan de continuo y hasta la extenuación, incluso en mitad de inclemencias meteorológicas, resulta de lo más excepcional dentro de la vida salvaje. Aunque otros nos puedan ganar en fiereza y agilidad, en resistencia atlética somos claros vencedores dentro del mundo natural. ¿Cuáles son las características fisiológicas y las condiciones evolutivas que explican esta habilidad?

Pensemos, por ejemplo, en los dedos de nuestros pies. Si fueran un poco más largos, no sería más difícil avanzar a una buena velocidad

Una de las hipótesis que se baraja para explicar por qué somos tan buenos corriendo largas distancias es que nuestros antepasados tuvieron que ingeniárselas para sobrevivir en un entorno de lo más hostil. Como explica un reciente artículo de Live Science, hace siete millones de años, los primeros homínidos abandonaron los árboles del África Central para buscar comida en el suelo. Al principio, sus movimientos eran torpes y muchos murieron en el intento. Pero luego, poco a poco y a lo largo de varios millones de años, conseguimos erguirnos sobre nuestros pies y caminar sobre dos extremidades, lo que hoy llamamos pies. Al dar este paso evolutivo, se nos permitió mapear el territorio gracias a la altura y, a la vez, correr el doble de la distancia inicial usando la misma cantidad de energía.

Hechos para correr

"A partir de ahí, nuestros antepasados desarrollaron evoluciones para correr, literalmente, de los pies a la cabeza", asegura Daniel Lieberman, biólogo evolutivo de la Universidad de Harvard. "No hay parte de nuestro cuerpo que no se mueva cuando corremos". Pensemos, por ejemplo, en los dedos de nuestros pies. Si fueran un poco más largos, no sería más difícil avanzar a grandes pasos por el suelo. Por otro lado, comparemos la cantidad e importancia de articulaciones que hay debajo del tronco con las de arriba: las rodillas, tobillos y cadera son mucho más resistentes que cualquier brazo o antebrazo. A diferencia de los simios, tenemos una columna vertebral flexible que nos permite girar la cadera y desacoplar los hombros para poder mantener la mirada fija hacia delante.

Nuestra médula espinal evolucionó para mandar señales al cuerpo para moverse en circunstancias específicas, como por ejemplo los reflejos

Pero hay otros signos evolutivos no tan visibles que mejoran nuestra capacidad de recorrer largas distancias. Nuestra capacidad para disipar el calor, por ejemplo, que nos hace sudar y así refrigerar naturalmente el organismo, sumado a poder respirar tanto por la boca como por la nariz para eliminar el calor. Esto es lo que lleva a ver la caza que desarrollaron posteriormente los homínidos no como una tarea de inteligencia y habilidad, que es lo que tenemos asumido, sino más bien como largas carreras persiguiendo a un solo animal hasta que este se rendía extenuado. Evidentemente, otros animales también son capaces de gestas similares, pero seguramente no se desenvuelvan tan bien en climas cálidos o distancias tan largas.

Foto: Fuente: iStock.

Por otro lado, nuestra médula espinal evolucionó para mandar señales al cuerpo para moverse en circunstancias específicas o situaciones límite, como por ejemplo los reflejos. Nuestra médula espinal recoge información sensorial del resto de articulaciones para seguir avanzando si, por casualidad, nos encontramos con un bache o estorbo en el camino y esquivarlo, lo que a su vez libera al cerebro para que pueda concentrarse en realizar tareas cognitivas más costosas.

"En cierta ocasión, este paso evolutivo pudo significar el hecho de poder lidiar con la información sensorial del entorno mientras estás siguiendo el rastro de un animal", explica Missy Thompson, bióloga del Fort Lewis College de Chicago, en el diario científico. "Hoy en día, esto podría ser similar a caminar o correr mientras miras tu teléfono". Pero, por desgracia, ya no necesitamos tanto esta habilidad. Esto hace que muchos caigan en el sedentarismo que proporciona las pantallas, lo que sin duda nos haría más vulnerables en caso de que tuviésemos que volver a cazar. "Sin embargo, es algo para lo que nuestros cuerpos todavía están programados", recalca la experta. Por tanto, es muy posible que aunque no estuviéramos acostumbrados, pudiéramos volver a desarrollar estas altas capacidades de maratón en caso de que nuestra vida estuviera en juego.

Con tan solo 19 años, el joven Eliud Kipchoge consiguió el título de mejor corredor de maratón de todos los tiempos. Era el año 2003 y el joven keniano se convertía en estrella absoluta al finalizar una distancia total de 42,195 kilómetros en tan solo una hora, cincuenta y nueve minutos y cuarenta segundos. Para que nos hagamos una idea, es como si una persona tardase tan solo menos de dos horas en ir corriendo desde la Puerta del Sol de Madrid hasta el centro del municipio de Collado Villalba. Sin duda, esta proeza resulta ser toda una maravilla de la condición humana.

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