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El minuto íntimo de Lutero y Carlos I
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El emperador y su Némesis

El minuto íntimo de Lutero y Carlos I

Tuvimos un emperador en el siglo XVI que, entre reformas y contrarreformas, dejó al erario más tieso que un cirio en un velatorio. Cuando llegó a Castilla se dejó una pasta en sobornos

Foto: Martín Lutero ante el consejo de Worms (Fuente: iStock)
Martín Lutero ante el consejo de Worms (Fuente: iStock)

"Y aquellos que fueron vistos bailando, fueron considerados locos por aquellos que no podían oír la música"

Friedrich Nietzsche.

Chamuscar herejes no era una virtud muy cristiana (si nos atenemos al hermoso mensaje del profeta), pero era la moda, el trending topic de las vanguardias religiosas de aquel entonces. A mayor número de herejes sofritos, mayor gloria nos daría el señor en aquel anhelado, selecto y paradisiaco imperio post mortem en el futuro, la verdad, un poco difícil de atisbar, y eso, echándole mucha imaginación. Engañar a tanta gente durante tanto tiempo tiene su aquel, hay que reconocerlo.

Siempre se ha dicho por los exégetas de las buenas formas que lo importante debe de prevalecer sobre el fondo de la cuestión, por oscuro que este sea; coartadas hay para todo. Allah con el rollo de las huríes tenía encandilado al personal, Cristo, cuando le daba un pronto iracundo, dejaba el mercado arrasado, Krishna si no tenía el día te podía pulverizar con un rayo hecho a la medida y de Yhavé no te quiero ni contar; la Biblia parece un libro de hazañas bélicas.

Aquí tuvimos un emperador en el siglo XVI que, entre reformas y contrareformas, dejó al erario más tieso que un cirio en un velatorio. Carlos V parece que se llamaba el tieso flamenco con una mandíbula que parecía un espolón de proa de una trirreme. Era un buen hombre que tenía sus cosillas, además de un agujero importante en el bolsillo. Un poco venido 'parriba' con eso de vestir a la moda de Gante, cuando llegó a Castilla se le fue la mano con los comuneros y una pasta en sobornos; si es que llueve sobre mojado. Qué país.

Foto: La rendición de Granada, por Francisco Pradilla y Ortiz

El caso que hoy nos ocupa es el de Lutero, que, aún muerto, seguía dando la lata, y nuestro truculento emperador que, entre otras cosas, aparte de entregar sugerentes 'propuestas bajo mesa', había ninguneado a su madre, una mujer capaz a la que de vez en cuando le entraba una depresión como a todo quisque. Por conveniencia de las miserias de la política la habían patologizado como si de una demente se tratara. Al final, sí, la pobre mujer acabó de aquella manera sumida en la soledad, la tristeza y la ausencia de las más mínimas formas de afecto. Sí, es fácil volverse loco sin esforzarse demasiado. Así se las gastaba el arrogante emperador.

Ocurría que Lutero estaba durmiendo el sueño eterno tranquilamente, cuando un buen día se acercó por los pagos del malvado hereje pisoteando las malvas, cuando como mínimo debería de ser más respetuoso y guardar la compostura o al menos, aparentarlo. Quizás fuera el agotamiento de la gestión de tan vasto imperio lo que lo tenía absorto.

El alto dignatario ya había tenido algún tropiezo con el cura díscolo y, respetando la palabra dada y con un documento sellado de inmunidad absoluta, lo había citado en 1521 para tener un debate serio y que expresara sus discrepancias en torno a cuestiones de fe que, en el fondo, y vistas con perspectiva y un poco de mano izquierda, se podían haber toreado con buena cintura. El tonsurado no se apeó de sus argumentos y por donde vino, se fue.

placeholder Martín Lutero ante el consejo de Worms (Fuente: iStock)
Martín Lutero ante el consejo de Worms (Fuente: iStock)

La Liga Esmalcalda, formada por la aristocracia teutona, algunos neerlandeses que se habían apuntado para ver si pillaban algo, y otros advenedizos que veían en Lutero a un colosal filántropo (donante a lo grande, pues este había cedido las tierras de la iglesia en principio a los campesinos, para luego en un giro copernicano otórgaselas a los príncipes), hizo inevitable la carnicería posterior habida cuenta el cabreo de los primeros que se las prometían felices. En Mühlberg, en el año del señor de 1547, los tercios aplicaron un severo correctivo a aquella patulea de levantiscos protestantes, dejando en fuera de juego a un formidable ejército que, la verdad, entre mercenarios y aficionados, no podían hacer mejor papel.

Relativamente cerca, en la ciudad de Wittenberg, habitaba plácidamente Lutero con sus restos de gloria y ya instalado en el gran tránsito. En la gruesa puerta de haya de la capilla donde yacía el revoltoso, en 1520 había quemado la bula papal, no sin antes clavar sus 95 tesis. Tesis, por otro lado, bastante fundamentadas, ya que ponían en tela de juicio la política de compraventa de indulgencias promovida por el Vaticano, pues esto daba lugar a unos cambalaches mercantiles en los que el perdón se obtenía tras transferir jugosas sumas de dinero.

Wittenberg se rindió el 23 de mayo ante el empuje de las tropas imperiales con la condición de no ser saqueada, cosa que el magnánimo jerarca (así parece que se comportaba en los días impares), respetó. Por las mismas se fue a visitar a su Némesis, haciendo oídos sordos a sus consejeros que pretendían pegarle fuego al difunto, practica muy extendida en aquellos tiempos. Lo cierto es que el Emperador aquel día se había levantado de buen talante y respondió con una soberbia elegancia “Ha encontrado su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos” Así, tal cual y luego se apretó una jarra de schnapps de un trago para pulverizar las contradicciones.

Foto: Las Hurdes (Fuente: iStock)

Evidentemente, era un político de talla y un caballero, además de un buen estratega. Si ya el tema estaba feo, mejor no imaginar lo que habría supuesto la profanación de la tumba del subversivo clérigo. Con las largas puestas, se ve que vislumbró un follón de aquí te espero. Si es que quedaba un ápice de reconciliación, no pasaba por echar más leña generando más atrocidades de las que ya padecían las naciones involucradas.

La contradictoria alma de Lutero, un teólogo revisionista que puso los puntos sobre las íes a la curia romana, modificó aspectos susceptibles de mejoras sustanciales: introducción del matrimonio en el clero, voluntariedad de la ayuda a la iglesia sin más pretensiones que el mantenimiento de los templos, cuestionamiento de la virginidad de la madre del profeta, y radical enfrentamiento contra el galimatías de la Trinidad tema que no es moco de pavo y sí buen negocio para las farmacéuticas.

Al emperador, doce años después de aquel famoso vis-a-vis en Worms y con las espaldas ya cargadas por el peso del imperio, va y le pica un contumaz mosquito pelín cabroncete, inquilino del estanque adjunto al monasterio de Yuste. Sé le diagnostica fiebre palúdica- malaria-. El atribulado cesar de la época y gestor de descomunales territorios, tuvo que mostrar la bandera blanca ante el osado intruso. Dos meses más tarde, un otoño de 1558, expiró clamando con clara y rotunda voz el nombre de Jesús. Es de esperar que el aludido estuviera presto y atento al otro lado de la línea.

"Y aquellos que fueron vistos bailando, fueron considerados locos por aquellos que no podían oír la música"

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