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Las Hurdes de ayer: vivencias de un infierno olvidado que se transformó en paraíso
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Las Hurdes de ayer: vivencias de un infierno olvidado que se transformó en paraíso

Aquella España vivía en un ambiente sórdido de falta de iniciativas y carencia de sustanciación en sus apuestas de futuro. Mucho proyecto, pero poca chicha

Foto: Las Hurdes (Fuente: iStock)
Las Hurdes (Fuente: iStock)

Si el pasado no tiene que decir nada al presente, la historia puede seguir durmiendo tranquila en el armario donde el sistema guarda sus viejos disfraces.

Eduardo Galeano.

Lo más lúcido en esta vida es saber marcharse a tiempo, de lo que sea, de dónde sea, dejar atrás la irrelevancia, la nada, la certeza de que no hay futuro por más amaneceres que acumule la vida. Tal vez no se pueda esperar un milagro de un día para otro, pero sí una lenta resurrección, pues una mera decisión puede conjurar la nada.

La pobreza es la madre natural de la ignorancia, paridora de una suerte perversa, vestido de los desheredados. Siempre fue así y siempre lo será. Si no hay paz en el estómago, es muy improbable la creatividad. Si esta va aderezada de aceptación o resignación, se convierte en endémica (indefensión aprendida) y hereditaria. En una miseria atroz en la que el sujeto queda varado como un pez en su pecera, el mundo se vuelve enormemente limitado y una forma de gravedad inevitable atrapa a sus víctimas, inhabilitándolas para ser poco más que autómatas encerrados en una rutina cíclica. Una cinta de Moebius que se muerde la cola, una biología mecánica sin conciencia de sí misma, como aquella puerta batiente que en un lugar abandonado, lleno de vacío y olvido, golpea su propio quicio de forma repetitiva, sin solución de continuidad.

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Ocurría en un recóndito rincón de la España del siglo XIX, oculto a la realidad de un país en transformación, al norte de Cáceres, en un lugar impermeable a los acontecimientos externos, más allá de su pequeña orografía, que un grupo deshumanizado por la agresión de una implacable realidad, olvidado en el tiempo, vivía de manera endogámica su día a día, año tras año, en medio de una sentencia, de una existencia ignorada. La muerte siempre era temprana, activa y persistente, voraz, sin compasión, mientras azotaba a un colectivo de gentes que nunca habían vivido más allá de una subsistencia de condenados que nunca les permitía atisbar más mañana que la mera supervivencia y la ilusión fatua de una remota vivencia de un porvenir más amable. Morirse sin vivir es vivir muerto.

Decía aquel barbudo talento llamado Schopenhauer, que "quien quebranta la lealtad y la confianza las pierde para siempre, no importa quién sea ni lo que haga más tarde, y los frutos amargos de esta pérdida no se harán esperar". Quizás sea una frase muy radical, pero tiene fundamento. Aquel lugar donde vivían las gentes de espaldas al progreso e ignorados por el estado, daban por hecho que no existían para nadie y probablemente, incluso para nada. Sin más objetivo que la severa rutina de supervivencia a paladas que tenían que resistir a diario durante una entera vida, poco espacio había para la esperanza.

El filósofo Miguel de Unamuno, condenado por Primo de Rivera por irredento parlanchín en una España refractaria a la inteligencia, el visionario obispo de Coria, el ilustre Dr. Marañón, Maurice Legendre, un antropólogo e hispanista francés de reputación intachable, y el poeta salmantino Gabriel y Galán, ya habían advertido que lo que escondía esta comarca hurdana a los “civilizados “era aterrador. Para ello, Lope de Vega, quizás sin tener una conciencia situacional correcta e influido por tradiciones orales harto manipuladas (a mi modo de ver), describió en su famoso relato 'Las Batuecas del Duque de Alba', el salvajismo de las gentes del lugar que no era tal, sino una cohorte de asilvestrados que por su incomunicación con el mundo ¿avanzado? habían quedado en un limbo donde la nada era su hábitat natural en una singular “tierra de nadie “.

placeholder Paisaje de Las Hurdes (Fuente: iStock)
Paisaje de Las Hurdes (Fuente: iStock)

A eso hay que añadir que la irracionalidad del miedo hizo mella en este noble colectivo de gentes desahuciadas en una transformación inversa, esto es, avanzar como lo hacen los cangrejos, en dirección contraria a la evolución. En ocasiones se medra en la mediocridad sin ser consciente de ello, pero no es justo acusar al ignorante de serlo en un caldo de falta de oportunidades. Aquella España vivía en un ambiente sórdido de falta de iniciativas y carencia de sustanciación en sus apuestas de futuro. Mucho proyecto, pero poca chicha.

El Dr. Marañón describía la situación de aquellas alquerías como desoladora, y no era para menos. Cito textualmente las palabras del ilustre galeno (sic) “paludismo, anemia, tuberculosis, bocio, cretinismo, enanismo, imbecilidad, sordomudez y… la peor de todas las enfermedades, el hambre”. Este médico de fama mundial no podía haber sido más explícito, pues no hurtó definiciones extremas.

Alfonso XIII, en un momento complejo de su reinado (el Desastre de Annual era una losa viva), y, todo hay que decirlo, probablemente, en una calculada operación de marketing que no resta mérito a su presencia en aquellas latitudes, decide fundar, a instancias de sus asesores (entre los que están casi todos los mencionados anteriormente, además del Dr. Varela, médico de la Casa Real), un patronato que de forma bastante inmediata. Edifica una escuela de gran capacidad, un dispensario dotado de seis médicos por rotación y un cuartel de la Guardia Civil con una treintena de expertos jinetes para velar por la atención de esta mastodóntica apuesta de rehabilitación de aquella desolada superficie lunar. Aquel alejamiento de sí misma de la monarquía, de su tradicional ombliguismo, de su autosuficiencia amparada en uniformes, dio una celebridad inusual al monarca, que por un tiempo relativo lo mantuvo en el cargo. Luego sobrevendrían otros acontecimientos.

"Hoy las Hurdes son un paraíso turístico, pero antes tuvieron que pasar por una de las formas de infierno con las que nos vemos obligados a cohabitar"

Con el tiempo, el número de escuelas se ampliaría a una veintena, procediendo en tiempos de la república a un notorio esfuerzo educacional de aquellas primitivas gentes deslocalizadas de una realidad de la que eran actores ausentes.

No podemos menos que reclamar la vigencia del documental rodado por el talentoso director de cine Luis Buñuel ('Tierra sin pan') en el que, en el original en blanco y negro, más tarde coloreado por Televisión Española y antes, hacia el año 1933, sonorizado con financiación de la embajada de España en París; describe en un amargo relato como un país abandona a sus hijos. Si bien es cierto, su magistral capacidad de dirección se vio empañada por algunas prácticas de manipulación, bastante cuestionables, para con gentes que venían del analfabetismo, el documento como tal tiene un valor antropológico y social incuestionable.

Hoy las Hurdes, son un paraíso turístico con formas de desarrollo aceptables y servicios que otras comunidades para sí quisieran. Pero antes, tuvieron que pasar por una de las formas de infierno con las que nos vemos obligados a cohabitar.

Un buen bocata de jamón acompañado de vino de pitarra, amparados a la sombra de los olivos o del aroma de los limoneros, le hacen pensar al observador que al menos los hurdanos en aquel tiempo de negación tuvieron algo; una tierra muy bella y el amparo de una alfombra de estrellas.

Si el pasado no tiene que decir nada al presente, la historia puede seguir durmiendo tranquila en el armario donde el sistema guarda sus viejos disfraces.

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