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La historia de Ruy López: el enjuto clérigo que siempre jugaba al ajedrez por la banda
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Un arte y una ciencia milenaria

La historia de Ruy López: el enjuto clérigo que siempre jugaba al ajedrez por la banda

Este humanista de avanzados conocimientos, ecléctico y fuertemente autocritico fue con toda probabilidad el primer campeón del mundo oficioso

Foto: Partida de ajedrez entre López de Segura y Da Cutri en la corte española en 1575, por Luigi Mussini (1886)
Partida de ajedrez entre López de Segura y Da Cutri en la corte española en 1575, por Luigi Mussini (1886)

El noventa por ciento de todos los que fracasan no están realmente derrotados, sencillamente se dan por vencidos.

Paul Meyer.

Si Ruy López levantara la cabeza, es más que probable que visitara algún ministerio para repartir collejas a destajo. Su enorme iniciativa para promover este arte – ciencia, con el paso del tiempo quedaría diluida en la secular apatía por promover la educación en este país, donde los maestros se baten el cobre rodeados de la desidia gubernamental unas veces y de la eterna oposición carpetovetónica, otras.

El ajedrez por el que luchó aquel tonsurado durante el siglo XVI, herencia arábiga e indostánica, lleno de transferencias y de aplicaciones prácticas y creativas, no llegaría a buen puerto en un país de sordos ante formas de pensamiento avanzadas.

Desde el temprano Neolítico hace cerca de 10.000 años hasta las revoluciones agrícolas e industriales producidas en Inglaterra en los siglos XVIII y XIX y su posterior influencia en el desarrollo social y económico, la condición humana no había experimentado transformaciones tan radicales; esos cambios tan drásticos en la sociedad fueron fulgurantes y la nueva Edad del Hierro (ferrocarriles, barcos de vapor, introducción del metal en la arquitectura con ingenios nunca vistos); se afianzó para no irse.

Foto: Fuente: iStock.

Pero en la evolución no hay un paso que no se produzca sin que antes se hayan dado otros muchos. Nadie se puede arrogar algo en propiedad sin reconocer que detrás hay o hubo generaciones de sacrificios. Con el ajedrez, un arte/ciencia mágico que bien podría estar en la iconografía de lo mitológico, ocurrió algo similar.

Aunque bien es cierto que la gente convencional aprende de sus errores, solo las personas humildes- el grado más alto de conocimiento en una inteligencia bien adaptada -, aprende de todo y de todos. Los más grandes artistas del ajedrez, los árabes que crearon los Mansubat y sus intrincadas redes de mate, los autores de partidas inmortales como la Siempreviva, o los geniales finales artísticos de Kübel, Troiszky o Kasparian; no eran gentes de egos colosales – en su mayoría -, sino individuos que sabían leer las posiciones del ajedrez, refutarlas e imponerse al adversario a través de grandes dosis de sacrificio, porque eso es lo que es el ajedrez, sacrificio, imaginación y belleza.

Desde los orígenes de su periplo por la Asia profunda hasta instalarse entre los sabios iranios y persas, pasando por el maridaje con la Peteia de los griegos (azar y lógica no tiene buen matrimonio), este endiablado mosaico de sensaciones, racionalidad extrema y arriesgadas maniobras incomprensibles a la luz más cartesiana (Mijail Thal ); jamás ha defraudado a los que querían volar alto.

"Nuestra nación no trató nunca bien su cultura y educación, salvo la oficial que solo servía para uniformar al personal"

La terrible paradoja es que siendo España el vehículo de transmisión del ajedrez a toda Europa, ha sido el país que menos practicantes ha aportado durante el devenir de la historia, un número muy escaso de maestros en esta disciplina en porcentajes de población, tendencia que desde hace unos años para acá parece haber cambiado afortunadamente gracias al esfuerzo de clubes y federaciones. Tal vez la salvedad estuvo en el ilustre hispano- cubano Capablanca, talento puro, pero un pelín vago.

Alguien a quien se le ocurrió agitar un poco sus neuronas, vino a decir que los pueblos son también responsables de aquello que deciden ignorar. Nuestra nación no trató nunca bien su cultura y educación, salvo la oficial que solo servía para uniformar al personal. Quizás, nuestro encallecido país no sea un lugar apto para cardiacos y también quizás, asimismo y por ello, por nuestro secular pasotismo, nos veamos constantemente impelidos a emigrar en busca de aire fresco. Triste.

Si el ajedrez es el arte que expresa la ciencia de la lógica (Botvinnik), el capital acumulado por nuestro país durante siglos, hoy bien podría haber sufrido una devaluación galopante y con todo y con eso, estamos entre las doce economías más poderosas del planeta.

Y si no, que se lo pregunten a Ruy Lope de Segura.

"Felipe II, su rey en aquel entonces, convocó por primera vez en la historia un campeonato del mundo que se dirimió en tierras hispanas"

El eterno lúcido que era Albert Einstein decía que -"Todo aquello que el hombre ignora, no existe para él. Por eso el universo de cada uno, se resume al tamaño de su saber." El hombre que introdujo el ajedrez en Europa hace casi cinco siglos (con el permiso de Alfonso X el Sabio), sabía lo que hacía.

Este humanista de avanzados conocimientos, ecléctico y fuertemente autocritico en una institución por lo normal bastante esclerotizada, fue con toda probabilidad el primer campeón del mundo oficioso. Felipe II, su rey en aquel entonces, convocó por primera vez en la historia un campeonato del mundo que se dirimió en tierras hispanas. Su Apertura Española con salida de e4, ha sido jugada por todos los campeones del mundo sin excepción y es más que probable que sea la más antigua del mundo.

Era Ruy López, quizás por beber de las fuentes del ajedrez, persona que valoraba al individuo, preservaba su manera de pensar y huía de la mentalidad de grupo. En su fuero interno, conservaba una independencia formidable en tiempos de pensamiento uniforme. Sobre este basamento guio su vida y su proyección como ajedrecista dentro de la corte y en los foros internacionales donde acudió a defender su título.

Foto: Inés Suárez

Pero la España de la época era un profundo desierto en lo tocante a la preservación del conocimiento en donde la arena crepuscular iba enterrando de a poco los germinales que brotaban aislados en una pugna por la supervivencia. De las conquistas y de las victorias no se podía vivir sin previsión de futuro y predicar entre sordos no era la especialidad de Ruy López de Segura.

Con el tiempo, los ecos de aquellas victorias serían olvidados y las gestas de este enjuto clérigo que jugaba siempre por la banda, serían pasto del olvido.

Pero dejó una huella, la huella de una profunda y milenaria ciencia que jamás fenecería alimentada por generaciones de abnegados jugadores que perpetuaron la magia de un juego hipnótico a través de los compases del tiempo.

Ruy López de Segura, un hombre fiel a su credo, el ajedrez, una religión.

El noventa por ciento de todos los que fracasan no están realmente derrotados, sencillamente se dan por vencidos.

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