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Adiós a todo: qué se aprende al renunciar al sueño de la clase media
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Adiós a todo: qué se aprende al renunciar al sueño de la clase media

La nueva mentalidad que comparten muchos jóvenes está cambiando la forma en que entendemos nuestras vidas, incluida la familia, la amistad y la forma en que compartimos piso con otras personas

Foto: Cada vez es más complicado no sólo comprar un hogar, sino pagar el alquiler con tan sólo uno o dos sueldos. (Corbis)
Cada vez es más complicado no sólo comprar un hogar, sino pagar el alquiler con tan sólo uno o dos sueldos. (Corbis)

El nuevo estado de las cosas que ha emergido después de la crisis económica no sólo ha torpedeado las perspectivas laborales y personales de toda una generación, sino que ha provocado que se enfrente a su realidad de forma muy distinta que sus padres, que conformaron la clásica clase media que definió la segunda mitad del siglo XX. Si aquellos tenían claro que vivirían mejor que sus progenitores, los que tienen entre 20 y 30 años son conscientes de que ello no es posible, y que es muy probable que vivan en un futuro sin dinero, sin pareja y sin hijos.

La precariedad económica alumbra la incertidumbre psicológica, lo que a su vez condiciona las decisiones vitales de esa generación. La estabilidad no es posible, por lo que la propia configuración del hogar y de los modelos de familia ha cambiado: una manifestación clara es el auge de la vida en comunidades en las que sus miembros comparten un mismo espacio. No, no hay que pensar en squats okupados para entender este concepto: basta con imaginarse a varias familias residiendo en una misma casa como un alivio frente a las vicisitudes económicas del momento.

Tener hijos se ha convertido en algo parecido a un bien de lujo

Es lo que ocurre con InSoFar, una casa comunitaria que se encuentra en la parte oeste de Filadelfia, zona donde estos experimentos son comunes, y cuya historia ha sido contada por Molly Osberg en un artículo publicado en Talking Points Memo. En ella viven siete adultos y dos niños, es decir, varias parejas y sus descendientes, de distintas razas y una cosa en común: ver dicha convivencia desde el activismo político. La propia autora reconoce haber vivido enunas cuantas de estas casas, cuyas experiencias no terminaron, por lo general, bien. De su relato se pueden extraer varias lecciones sobre el futuro que nos aguarda.

¿Las expectativas? Pagar el alquiler

En el horizonte de esta experiencia no suele estar, como ocurría en el pasado, casarse, tener hijos, comprar una casa y, finalmente, obtener un par de coches para que papá y mamá puedan acudir a sus respectivos trabajos. Las expectativas han cambiado y, aunque las aspiraciones de medrar no han desaparecido, la narrativa es mucho menos fuerte que en el pasado. “Los planes a cinco años son inconcebibles”, recuerda la autora. “No tenemos coche o casas y tan sólo el 25% de nosotros estamos casados”. El retraso en los ciclos vitales es tan definitorio como la incertidumbre laboral: “Tener hijos se ha convertido en algo parecido a un bien de lujo”.

Tus vecinos te ven como un rarito

A pesar de que estas comunas han aparecido con cierta frecuencia a lo largo y ancho de Estados Unidos, apoyadas por organizaciones activistas como Life Center Association, siguen siendo un estigma para gran parte de la sociedad. El artículo habla de la Decisión de Hartford, que alude al cierre de una casa en Connecticut en la que vivían ocho adultos y tres niños, después de que los vecinos denunciasen que su situación no encajaba con la ley que obliga a que sólo habite una familia por vivienda. Lo paradójico del caso es que fueron los mismos que definieron a los comuneros como “buena gente”.

La clave, el pragmatismo

Se puede argüir que es una división maniquea, pero si la vida de las generaciones precedentes, en especial la de los baby boomers y sus hipotéticos equivalentes en España, la generación de la Transición, estuvo marcada por el idealismo, esta se encuentra más cerca del pragmatismo. “No pensamos que vivir de forma colectiva fuese a dar lugar a una bella sociedad perfecta, maravillosa y postcapitalista”, explica Greg Holt. En otras palabras: las dificultades pueden aparecer. Y aparecen.

Un arduo proceso de toma de decisiones

En los últimos años, y especialmente desde el estallido del 15M, España ha recuperado las formas asamblearias como herramienta para la toma de decisiones, aunque nunca llegaron a caer completamente en el olvido. Estas casas funcionan de una forma semejante, en especial en lo que concierne a su relación con los otros siete centros promocionados por la LCA, que debe decidir el presupuesto de mantenimiento destinado a cada hogar. Es su gran fortaleza, pero también algo muy exigente, puesto que obliga a invertir una gran cantidad de tiempo y esfuerzo a lo largo de la semana: “Vivir en una comunidad intencional implica la clase de soltura organizacional que es complicada para quien no está acostumbrada a ella”. No obstante, el reparto de tareas es mucho menos riguroso, y se basa en una especie de “hoy por ti, mañana por mí” en la cual un favor a otro miembro de la casa no constituye una deuda. “Lo hacemos de la misma manera que cualquier otra familia”, explica Theresa, una de las dos mujeres que viven allí.

De tu apartamento a tu cerveza, se supone que debes tener gustos cada vez más caros

Tolerancia y paciencia, porque pasamos más tiempo con los demás

La convivencia no siempre es fácil, y armarse con paciencia es una buena forma de evitar que el previsible desastre se produzca. La autora recuerda que ella ha escuchado auténticas barbaridades en estos proyectos, como utilizar el dinero para subsistencia para contratar a bandas de punk de caché internacional. Como bien resume, “cuando los problemas organizacionales colisionan con la naturaleza pasional y profundamente personal de la vida doméstica, puede ser un lío”. Las relaciones que se establecen en estas casas son como un moderno matrimonio: aunque no tenga por qué ser para siempre, sí requiere trabajo y esfuerzo. El artículo recuerda que es algo problemático en un país como Estados Unidos, donde el individualismo es un valor muy importante, aunque se trata de algo que podría extenderse a todo Occidente: para las personas criadas en sistemas que dan más importancia al “yo” que al “nosotros”, puede resultar complicado renunciar a la privacidad y plegarse a las costumbres de los demás.

¿Una situación transitoria?

El artículo concluye con una nota agridulce: por mucho que este tipo de comunas puedan parecer una sugerente alternativa de futuro no basadaen la necesidad sino en el deseo de explorar nuevas alternativas vitales, no siempre terminan por salir bien. No sólo eso, sino que muchos de sus miembros terminan percibiéndolas como momentos transitorios en sus vidas, muletas en las que apoyarse hasta disfrutar de una mayor independencia económica o personal que les permita recuperar el viejo sueño de la clase media de tener un trabajo, un hogar y una familia. “Para un montón de gente, vivir con más de trespersonas aún parece o una trágica necesidad financiera o algo propio de un veinteañero”, se lamenta la autora. “De tu apartamento a tu cerveza, se supone que debes tener gustos cada vez más caros”. La pregunta es: ¿no son más que deseos propios de otra era o legítimas aspiraciones de aquellos a quien se les prometió algo más en sus vidas?

El nuevo estado de las cosas que ha emergido después de la crisis económica no sólo ha torpedeado las perspectivas laborales y personales de toda una generación, sino que ha provocado que se enfrente a su realidad de forma muy distinta que sus padres, que conformaron la clásica clase media que definió la segunda mitad del siglo XX. Si aquellos tenían claro que vivirían mejor que sus progenitores, los que tienen entre 20 y 30 años son conscientes de que ello no es posible, y que es muy probable que vivan en un futuro sin dinero, sin pareja y sin hijos.

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