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Hernán Cortés: picardía extrema, espionaje al más alto nivel y una relación trágica
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reivindicando la figura del conquistador

Hernán Cortés: picardía extrema, espionaje al más alto nivel y una relación trágica

La figura de Hernán Cortés, estará siempre en el pecho de nuestra historia al lado del corazón, pues no es justa la mala fama que tiene entre sus paisanos

Foto: Moctezuma y Hernán Cortes, retratados en el mural del Palacio de Gobierno de Tlaxcala.
Moctezuma y Hernán Cortes, retratados en el mural del Palacio de Gobierno de Tlaxcala.

Todas las batallas son un instante en la eternidad, y la guerra es un lugar donde no hay Dios ni se le espera.

–Zenk

Hernán Cortés era un soñador que no perdía el tiempo con la realidad, sabía que ésta era el caldo de cultivo donde todos tenemos raíces comunes, al tiempo que árbol del que salen pocas ramas y menos flores.

Lo intentó varias veces. Irse a América no le resultó fácil y volver tampoco. Su leyenda le perseguía hasta el punto de que es posible que en esa eternidad inalcanzable para la comprensión humana esté en el sitial de los grandes héroes.

Cuando ponemos la luz a un personaje como Hernán Cortés, estamos hablando de un soldado de la talla de Julio César, Alejandro Magno, Aníbal, Belisario, Rommel o Blas de Lezo –quizás Napoleón tuviera también acceso a este elenco de privilegiados, si no fuera porque solía necesitar ejércitos descomunales para doblegar a los reticentes–; pero en ningún caso, ninguno de ellos llevaba a escasos dos millares de incondicionales detrás y a algunos miles de indígenas entregados a su innata seducción.

Bien es cierto que aquellos grandes conquistaron territorios inmensos en condiciones muy adversas, pero Hernán Cortés probablemente sea más héroe que ninguno por el uso tan increíble que hizo de las alianzas puntuales o sobrevenidas, marchas forzadas, contramarchas, emboscadas, tácticas adquiridas y adaptadas al medio, explotación óptima de su potencia de fuego, picardía extrema, oficio del espionaje al más alto nivel de penetración en las filas adversarias, y esto sin mencionar su espléndida y trágica relación con la enorme y denostada Malinche (Doña Marina), su adaptación a un medio que aún hoy asusta, su fe en la victoria… Era una máquina de avanzar.

A la luz de la historia, quizás, la masacre de Cholula sea un baldón, pero, sin ánimo de comparar, para mirar fondo de armario en lo tocante a excesos, hay mucha galería a lo largo de la historia. Sin ir más lejos, Robespierre recortó la estatura de cerca de 40.000 cuerpos en un breve lapso de tiempo, y eso que era un ilustrado. Pero aquí no se trata de echarle levadura al “tú más”.

Sobre la matanza de Cholula a día de hoy no hay informaciones fidedignas sobre si esta masacre fue excesiva o no. Lo que sí se sabe es que Cortés tenía claras advertencias de que los cholultecas estaban preparándose para hacer una buena trapacería y ellos estaban encerrados en un palacio con pocas defensas. No hay que olvidar que los cholultecas eran vasallos de los aztecas, razón por la cual los tlaxcaltecas, con su fino olfato, no se fiaban de ello, ni quisieron entrar en la ciudad.

Fue un ataque preventivo, eso sí, pero cruzarse de brazos hubiera sido suicida. Hernán Cortés fue uno de los mayores estrategas de la historia. Con fuerzas exiguas pero muy motivadas, elongación de las líneas de abastecimiento sujetas a exposición de riesgos de toda índole, un Pánfilo de Narváez a tener en cuenta en su inquina particular con el extremeño, etc. Solo aprovecharía el hartazgo de los demás pueblos ante la lacerante opresión mexica alentándolos para que se alzasen contra Moctezuma en lo que devino en posterior guerra civil en la que él sería comandante indiscutido ofreciéndoles a los cabreados locales ante el expolio permanente de sus recursos una superior tecnología que a la postre, sería la que determinaría el triunfo en aquella epopeya. Como bien señala uno de los foreros en la primera parte del artículo sobre Cortés publicada la semana pasada, si no llega a actuar con determinación y audacia hubiera acabado siendo devorado –literalmente–, por ellos.

Huelga decir que allá no se fueron a pedir las cosas por favor.

En cualquier caso, Hugh Thomas dixit, Cortés era uno de los hombres más cultos y humanos de su época como demuestran sus tres Cartas de relación. Invito a todos a que lean esas cartas y a los cronistas como Bernal Díaz del Castillo, que in situ vivieron aquella grandiosa odisea.

El inevitable atropello del destino

Una zona errónea en el alma de un titán puede ser como un arado en una herida, demoledor. En Japón, cuando reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con pan de oro. A esta técnica se le llama kintsugi.

Hernán Cortés siempre evitó comentar los episodios del Vaticano Mexica, y en sus Cartas de relación no ocupa muchas líneas en el conjunto. La guerra es tan canalla que te abre en canal y te vacía de memoria para recordarte el a veces inevitable atropello del destino.

Las razones de lo ocurrido en el santuario mexica solo corresponden a una reacción –quizás desproporcionada–, que Cortés, en su enorme suma de habilidades, restó para recordar al fin y a la postre que era humano también. Posiblemente, el hostigamiento permanente y el acoso agobiante al que estaba siendo sometida la tropa pudo crear ese área de impunidad ética y desplazar el punto de inflexión de sus límites militares y humanos, obviando la necesaria confrontación ante decisiones tan extremas. Solo él sabe si hizo lo correcto o el arrepentimiento le alcanzó lentamente.

De idéntica manera, en las propias Cartas de relación ya se menciona con rigor y respeto que aquellos bárbaros y salvajes poco menos que asilvestrados eran gentes que tenían orgullo, sentido del deber y honor. Quizás estuvieran en una fase pre-filosófica, como indica el profesor López Portillo, pero amaban las flores y el canto (poesía). Su idioma era musical en lo agudo, encantador y sumamente respetuoso y cortés en las relaciones formales. Ciertamente, eran duros como piedras y desconocían la piedad, pero a la postre, eran fiables en un pacto, pues no daban su palabra en vano. Nacían para enfrentar la muerte y el dolor como un karma o un destino ineludible. Ante la historia, han quedado prácticamente como unos desconocidos con una paleta de verdades desfiguradas y una imagen que no les hace justicia.

Hugh Thomas, Miguel León-Portilla, Bernal Díaz del Castillo, Francisco de Jerónimo, Bernardino de Sahagún, dan versiones a veces encontradas y otras, fieles y admiradas. Hay que intentar entender que la verdad en medio de un follón de aquella magnitud, cuando menos, estaba sometida a cuidados paliativos.

No es lo mismo la descripción de un arcabucero rodeado de una docena de indígenas con ganas de hacerle una avería (y estos porcentajes son muy reales e incluso moderados), que la del enorme hispanista inglés (con todo su mérito y entrega vocacional) buceando en atmósferas de silencio en bibliotecas londinenses o sevillanas. El primero magnificará ante los suyos su celebración por vivir después de tamaño susto, mientras el otro, quizás en un alarde de imaginación, podrá sobrevolar sobre aquellas batallas sin mancharse las manos de sangre y a lo sumo, imaginar la nube de flechas silbando sobre aquella multitud de valientes.

Un gran talento diplomático

La enorme sabiduría de Hernán Cortés, cuando en un primer envite se sabe traicionado por un pueblo vasallo de los incondicionales tlaxcaltecas en los prolegómenos de la invasión, hace que la vis diplomática de este excepcional militar se imponga a un baño de sangre innecesario y contraproducente. Manejaba la información con unos tempos de una sutileza bizantina, dicho esto como contrapunto al apriorismo que se les suponía a aquellos rudos conquistadores extremeños y castellanos. De idéntica manera, cabe destacar que la cuestionada Malinche era una fuente de información de alta fiabilidad y de fidelidad incuestionable para con el hombre que la salvó de la esclavitud. En ningún caso, a mi modo de ver, fue la traidora que la nación mexicana actual sigue alimentando como un mito malévolo y satanizado. Ella no era maya ni azteca. Su tribu era tributaria de los mexicas, los cuales habían matado a su padre y masacrado a su familia con la salvedad de su enferma madre. Luego, su propia madre la vendió como esclava de lujo, pues no hay que olvidar que era una princesa. Así que no debía nada a nadie. Era una mujer sola en el mundo y miraba por su puro interés de sobrevivir como todo “quisqui”.

El México de entonces no era la patria de muchos, sino muchas tribus ya enfrentadas, ya dislocadas por la guerra permanente. Cortés, nuevamente, la albergó y le dio su paraguas, ella le correspondió por salvarla de la miseria anunciada que la esperaba. Finalmente, Jerónimo de Aguilar y su amante nativa, la Malinche, le sirvieron eficazmente de traductores en estos tratos.

Más adelante, y me refiero al artículo del sábado pasado, la forera Ajmatova con su particular lucidez erudita y proverbial, se refiere a Cortés así: “Yo tengo una teoría sobre la extraordinaria campaña de Hernán Cortes. Él se estaba adentrando en un mundo desconocido y no tenía estereotipo ninguno sobre aquella gente. Lo que hizo fue aplicar reglas universales de conducta: pueblos campesinos se portan de una manera, pueblos guerreros se portan de otra. Por eso actuó de una manera con los cempoaltecas –fáciles de asustar– y de otra muy distinta con los tlaxcaltecas –orgullosos guerreros– y con los cholultecas, que por ser aliados de los aztecas no eran de fiar… Cualquier traición de los tlaxcaltecas hubiera acabado con él, porque eran muchos y dependía de su palabra, pero no le traicionaron”.

Cabe en la reflexión del excelente escritor e historiador Pierre Vilar aquello que decía en sus memorias ya maduras y exentas del oportunismo librecambista, en la que definía la conquista de América como la mayor hazaña conocida de la humanidad.

No hay que olvidar que tras la “Noche Triste” y el tremendo golpe psicológico de las pérdidas humanas propias y de sus aliados tlaxcaltecas (que les siguieron siendo fieles a pesar de todo), en aquella epopeya y a pesar de la inferioridad numérica tan abrumadora, hay que reconocer que el valor que le echó aquella gente es como para entrar en los anales de la historia.

La alquimia que va del terror al heroísmo

Muchas cifras se han dado sobre los contendientes –ya repuesto Cortés– en la batalla de Otumba, lo que sí es cierto es que eran un mínimo de 1 contra 100 y este porcentaje ha sido refrendado por grandes hispanistas de indiscutible valía. Solo una conciencia de grupo altamente cohesionada y la clara visión de una muerte segura creaban la alquimia que va del terror al heroísmo. Ver aquellas hordas dando alaridos y golpeando escudos, lluvias de flechas sibilantes, el polvo que todo lo devoraba, y saber que no había huida posible (y esto es quizás lo más importante), era más que preocupante. Otumba es una de las más desproporcionadas batallas de la historia de la humanidad, y Hernán Cortés, al margen de sus actos y valía como estratega, tras esa milagrosa victoria del ejército español (castellano para ser más rigurosos), ocupará un lugar de referencia en la historia militar universal.

La figura de Hernán Cortés estará siempre en el pecho de nuestra historia al lado del corazón. En ningún caso en estas líneas se debe dejar traslucir menoscabo hacia el extraordinario pueblo mejicano, heredero en parte de aquellos grandes que tuvieron que afrontar el imprevisible envite de la quizás superior civilización de conjunto venida desde el este. Ante la fertilidad de nuestras culturas hermanas y las ayudas recíprocas por ambos países prestadas a través del inmenso Atlántico, solo podemos decir y desear que nuestra fraternidad sea indisoluble.

Como altamente recomendable, invito a leer la excelente biografía del historiador mexicano Juan Miralles, editada por Tusquets, que es más bien reivindicativa del personaje, frente a la mala fama que Cortés tiene entre sus paisanos.

España, una grande y secuestrada.

P.D. Quería agradecer a todos aquellos lectores puntuales, o seguidores comprometidos de esta columna, donde la historia de España pretende hacerse un hueco informal y amable, intentando ser respetuosa con todas las partes; la defensa cerrada que han hecho destacados foreros a veces críticos con algunos puntos de vista míos, otras abriendo dinámicos y enriquecedores debates, defendiendo mi condición de español a pesar de mi apellido holandés, que a los ojos de algunos otros foreros me descalificaban como historiador idóneo y apropiado para juzgar o interpretar nuestra hermosa y a veces triste historia.

Aprovecho para agradecerles su gesto.

Asimismo, desde aquí un recuerdo en defensa de mis dos abuelos caídos en la Guerra Civil en diferentes bandos, en la creencia de que su sacrificio y convicciones crearían una hermosa nación. No pudo ser, pero seguimos teniendo oportunidades y la obligación de intentarlo, por ellos y por nuestros hijos.

Todas las batallas son un instante en la eternidad, y la guerra es un lugar donde no hay Dios ni se le espera.

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