Es noticia
Quevedo, el agente secreto desconocido del saqueo de Venecia
  1. Alma, Corazón, Vida
el cni del siglo xvii

Quevedo, el agente secreto desconocido del saqueo de Venecia

El Duque de Osuna tenía un secretario personal extraordinariamente competente, que hacía las veces de escritor y espía: Francisco de Quevedo

Foto: Francisco de Quevedo retratado por Velazquez.
Francisco de Quevedo retratado por Velazquez.

Las ideas no se matan, emigran.

–Voltaire

Un día del mes de mayo del año 1618, ya al borde del alba, un dantesco y macabro escenariose iba revelando entre los atónitos ciudadanos de la SerenísimaRepública de Venecia.

En el Gran Canal y aledaños, cientos de cadáveres en descomposición y con las miradas desencajadasno se recuperaban aún de la trágica sorpresa que el día anterior les había deparado el Dux y sus secuaces del Consejo de los Diez.

Venecia, que tradicionalmente no se implicaba directamente en aventuras militares pero que no dudaba en financiar cualquier enfrentamiento que favoreciera sus intereses, veía que de a poco declinaba su poder mercantil y en consecuencia se veía cada vez más constreñida a un papel secundario y a la muerte por asfixia. Pero todo cambió con el advenimiento de un nuevo Dogo, a la sazón máxima autoridad en aquella discreta y turbadora república mediterránea, instalada en un recóndito rincón del Adriático.

Es probable que al ver desatado y sin correa a Miedo del Mundo –así se le calificaba al Duque de Osuna por aquellos pagos–, un fina finta de intoxicación preventiva alimentada por el contraespionaje vénetoactuase de manera balsámica y profiláctica sobre el Grande de España que era,frenando sus alegres correrías mediterráneas en las que aterraba a las poblaciones costeras bajo protección de los venecianos. Esta huida hacia adelante, exagerando lo que era obvio por otra parte, parece ser que pretendía poner el acento en el escándalo y poner contra las cuerdas al rey de España, que gozososeguía de cerca las trapacerías del Duque, que por otra parte no usaba la bandera española sino un pabellón de conveniencia para no comprometer al monarca.

Una guerra de sucesión de carácter menor

Amigos de la infancia Osuna y su fiel secretario Quevedo, eran una pareja de armas tomar. Ambos se admiraban mutuamente y desde la gobernanza del virreinato de Nápoles, se habían hecho inseparables. El Duque le había encomendado la difícil misión de alterar a los refinados venecianos para provocarlosy tener una coartada para intervenir y quedarse con el lucrativo negocio que estos ostentaban en el Mare Nostrum.

Un rifirrafe en la siempre explosiva zona transalpina entre dos linajes que pugnaban en una guerra de sucesión de carácter menorenfrentaría a la España de Felipe III con la Republica de Venecia. Los Gonzaga eran una de las partes y estaban prohijados por el mayor imperio conocido hasta entonces. No hay que olvidar que España era todavía propietaria de media Italia y de medio mundo.

El nuevo Dogo veneciano, Giovanni Bembo, uno de los héroes de Lepanto, acababa de ascender tras una serie de durísimas votaciones al poder de la República adriática. Era éste un valiente descerebrado gobernado por los excesos de la testosterona. Ya había chocado con los primos austriacos de los Habsburgo y España hizo la vista gorda, pero este episodio era la gota que había colmado la paciencia del imperio del Oeste.

Por aquel entonces, el Duque de Osuna tenía una flota privada de naos y cocas artilladastrabajando a tiempo parcial ora en fletes ora en acciones de piratería sin disimulo alguno. En vista de que el negocio estaba un poco de capa caída, le susurró a Felipe III una acciónexpeditiva con patente de corso contra la soberbia Venecia que siempre estaba conspirando de oficio.

Felipe III,al escuchar indolentemente las quejas del embajador de Venecia sobre las acciones del aristócrata español y su flota corsaria en la zona de influencia de la Serenísima, se llevaba las manos a la cabeza con un mal indisimulado gozo. En voz alta reprendía al Duque y, en cuanto desaparecía el ofendido diplomático, se “apretaban” unas ambrosiasde vino dulce mientras se desternillaban.

El CNI del XVII

Por supuesto, el Duque de Osuna no dejaba nada al azar. Como militar, era un primer espada; como comerciante, no tenía par. De su propio bolsillo había financiado una red de espíaseficaz y variopinta a la vez que afamada y temida por sus expeditivos métodos. Además, tenía un secretario personal extraordinariamente competente cuyo nombre era reverenciado por los temores que infligía con su afilada pluma, que más bien parecía una destilería de verbo acerado. Este perillán ilustradono era otro que Francisco de Quevedo, alto representante de las letras patrias y espadachín de oratoriacontumaz, además de espía camaleónico.

Según los retorcidos y refinados venecianos, el duque de Bedmar, que era a la sazón embajador de España en la República, andaba zascandileando para propiciar un golpe de estado en la mismísima Venecia. La verdad es que no les faltaba razón. Osuna, Villafranca y otros colegas andaban a la greña colapsando las arterias vitales del comercio de los quejumbrosos habitantes transalpinos.

El dogo, que era de armas tomar y de frente corta, se llevó por delante a cerca de cuatrocientos mercenarios hugonotes que para mayor abundancia trabajaban o habían servido a las órdenes del Duque de Osuna procurando información puntual para subvertir la placida existencia de los agraviados locales. Lastrados o inflados por la descomposición, flotaban sin rumbo por los canales tras una noche de cuchillos largos. Francisco de Quevedo estaba metido en el ajo y, asistido de su proverbial suerte, escapó a la matanza disfrazado de andrajoso mendigo maquillado ad hoc con algunas pústulas de lepra que finalmente se convirtieron en su salvoconducto para huir de la ciudad de los canales. Un pieza Don Francisco.

El desplazamiento del eje económico desde el Mediterráneo hacia el Atlánticocondenaría a la otrora poderosa República de Veneciaa languidecer en una irremisible decadencia. El Gran Dogo Bembopasó a mejor vida tras dejarse el resuello en la cama de una damisela, después de una noche exultante y de alegría inusitada tras la ingesta de incalificables brebajes y el agotamiento propio de quien ya no mantiene el pabellón alto.

Quevedo, un elemento.

Las ideas no se matan, emigran.