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Abonado al idealismo a ultranza: Mateo Morral y su bomba casera
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VEINTICUATRO MUERTOS, PERO NO EL OBJETIVO

Abonado al idealismo a ultranza: Mateo Morral y su bomba casera

España tuvo la oportunidad de convertirse en el mayor imperio de la historia; mas teniendo en sus manos casi todas las cartas, las dilapidó

Foto: Documento gráfico, segundos después del atentado anarquista al rey Alfonso XIII.
Documento gráfico, segundos después del atentado anarquista al rey Alfonso XIII.

Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano.

George Orwell

España tuvo la oportunidad de convertirse en el mayor imperio de la historia partiendo desde la nada; masteniendo en sus manos casitodas las cartas, las dilapidó. El derroche de los recursos adquiridos, la sangría de la guerra permanente, la adoración a un Dios supuestamente protector que al parecer siempre pitaba a favor nuestro pero que al final nos dio la espalda, la lenta e inexorable decadencia bajo la conducción de camarillas apolilladas que se perpetuaban descaradamente, y la esclerosis de mentes reaccionarias y parasitarias instaladas en la cúpula del estado,dieron al traste con lo que pudo haber sido, hasta convertirlo en un vago recuerdo de aquella grandeza devorada por la incompetencia. La decadenciade aquel colosal imperio transoceánico estaba al dente y sufriría uno de esos cíclicos espasmos a los que tan asidua es.

Así llegamos al siglo XX. Acabábamos de perder nuestra última joya colonial en el Caribe hacia unos años y la más simbólica de todas en una asimétrica guerra entre El Quijote y el Tío Sam.

Muchos españoles han sido conscientes a lo largo de nuestra historia de la rémora de esta onerosa situación, y desde distintos niveles de actuación y compromiso han intentado enmendar esta decadencia anunciada desde dentro de las estructuras del estado con peor o mejor suerte. Es el caso de Carlos III, Jorge Juan, el Marqués de la Ensenada, el denostado José Bonaparte y otros hombres y mujeres más anónimos y de gran nivel silenciados por la férrea censura de la historia oficial y su peculiar damnatio memoriaehaciaaquello que despidiera algún tufillo renovador.

Pero hay otros casos en los que el odio visceral o irracional ha desplazado a las soluciones “desde dentro” sustituyéndolas por acciones decididas más allá de los límites de la comprensión y sin duda, en ocasiones, reprochables. Es obvio que el peor radicalismo es el que se instala en las mentes cultas, que pudiendo cribar opciones, quizás con más criterio que otros que no han tenido la fortuna de acceder a formas de conocimiento más avanzadas, cruzan fronteras extremas dejando a su paso la firma del horror.

Tal vez haya quienes proyecten en estos sujetos su frustración y los encumbren al panteón de los héroes, pero los medios para obtener ciertos resultados se alejan mucho de la épica buscada.

Historia de un atentado

La familia anarquista manejaba regularmente la política de hechos consumados utilizando como caja de resonanciaatentados espectaculares. La dinamita era su mejor carta de presentación. La fórmula de la propaganda por el hecho formulada hacia 1870 por uno de sus máximos exponentes, Enrico Malatesta, chocaba con la de otro teórico, Piotr Kropotkin, que aludía a este tipo de acciones como inútiles, pues argumentaba que lo que se había construido en siglos de historia, no se podía destruir con algunos explosivos.

La mañana del 31 de mayo de 1906, Mateo Morral Roca, un anarquista culto, de apariencia equilibrada y finos modales, intentaría cambiar el curso de la historia con una acción desesperada.

Esa mañana lucía un sol espléndido y el rey Alfonso XIII y la británica Victoria Eugenia de Battenberg iban a contraer matrimonio en la famosa iglesia de los Jerónimos de Madrid.

En una pensión ubicada en el número 88 de la calle Mayor –hoy número 84–, la bomba con la que pretendía perpetrar el magnicidio estaba a punto de hacer presencia en un escenario plagado de gente ajenaa los objetivos que empujaban al decidido anarquista, que con el tiempo se convertiría en mártir de la causa.

La herramienta “vengadora”, un artefacto con un detonante que contenía fulminato de mercurio, solía explotar sin necesidad de ser activado, pues una presión de cierta entidadbastaba para hacerla estallar. Mateo Morral es muy escrupuloso con todos los movimientos,conoce al dedillo el trayecto que realizarán los monarcas desde los Jerónimos a la Puerta del Sol, y de ahí al Palacio Real, pasando por la calle Mayor.

Nada ha sido sencillo. Cuando llega a Madrid desde Barcelona, Mateo Morral busca una casa de huéspedes con vistas a la calle. A través de un anuncio publicado en el diario El Imparcial da con el lugar idóneo. Paga cinco “duros” diariosy adelanta quince días a la casera. Con las persianas entornadas y una petición expresa de no ser molestado,se pone manos a la obra. Desde el vasto territorio de la oscuridad no aceptada, la muerte omnipotente va cobrando cuerpo.

El ensordecedor ruido del exterior choca frontalmente con el silencio vivo y premonitorio de la habitación del cuarto derecha del número 88 de la calle Mayor. Había llegado el momento crucial. Hacia las dos de la tarde del 30 de junio de 1906 la máquina de cortar vidas todavía descansaba entre las limpias sabanas de aquella modesta pensión.

Cuando el fin no justifica los medios

Al llegar el tiro delantero de la carroza real frente a la antigua embajada de Italia, un ramo de flores con mal pronóstico y peores auguriosparecía caer a cámara lenta –como suele ocurrir con el tiempo en los momentos transcendentales de la historia–, sobre un escenario bullicioso. Instantes después chocaría contra el empedrado de adoquines produciendo una tremenda detonación.

La carnicería era dantesca. Cuerpos abiertos en canal hasta el alma, la guardia de corps literalmente desmembrada, las caballerías destripada sin compasión, los concurrentes, aterrados por lo ocurrido que huyen en todas direcciones. La fuerza pública descolocada intentaba poner orden en aquel caos. La bárbara violencia había repartido sus cartas de manera caprichosa. Una portera analfabeta caía al lado de un aristócratade postín mientras la cabeza separada de un perrillo callejero ladraba en su último aliento. Hubo un momento de estupor alimentado por los gritos inmisericordes de los heridos de muerte y los supervivientes.La tragedia púrpura de la sangre invadía lentamente los canalillos de los adoquines elevando el grito de los idos que imploraban por su vida arrebatada entre murmullos musitados. Hasta la regia carroza habían llegado los restos desgarrados de los que fueron.

Los reyes salieron ilesos del regicidio que a su alrededor era una masacre. Veinticuatro muertos y casi un centenar de heridos sería el saldo de aquella jornada de luto. Una vez más, las puertas de un cíclico infierno, se abrían para nuestro país.

Poco tiempo antes, en París y a manos de unos exiliados españoles, el Rey había sufrido otro atentado cuando salían de la opera junto al presidente Loubet, siendo este algo menos escandaloso. Era un tiempo en el que el anarquismo de manual de aquella época, tocaba a rebato y los elementos más sensibles en el mando del estado corrían algunos peligros. Estaban los anarquistas de café y los de pistola y granada al cinto, de convicciones más cerradas. Eran personajes de compleja lectura, y vida breve en general.

Dos días después y habiendo eludido la búsqueda inicial sobre un sospechoso tipo bastante difuso, algunos indicios en la investigación previa convierten al huido en presa codiciada, en lo que es ya una persecución declarada.

El mal es vulgar y siempre humano

El2 de junio en Torrejón de Ardoz, a las seis de la tarde al entrar en una fonda, una suspicaz y oronda mujer, recela de él. Los datos publicados por los investigadores sobre el presunto asesino están galopando, por lo que le comunica a su marido sus inquietudes, lo que da lugar a que la Guardia Civil vaya a echar un "vistazo".

No se sabe a ciencia cierta cómo ocurrieron las cosas a partir de ese momento pues hay varias versiones. Según unos, fue una pareja; según otros,había un tercer guardia. Uno de ellos, el más alto y enjuto, le invitóa acompañarle al cuartelillo, a lo cual el libertario perillán no puso reservas.

No llegarían a andar juntos más de cien metros. Mateo Morral le disparó casi a quemarropa cayendo al suelo fulminado elde uniforme. Tras separarse unos pasos él mismo se descerrajaríauna bala definitiva. Cuando llegaron los compañeros del guardia, nada se podíahacer.

Mateo Morral, criado en ambientes progresistas, nació para entender perfectamente la dirección de su línea del destino. Padeció como propio el castigo infligido a la clase trabajadora sometida a una represión que iba in crescendo según los diferentes sindicatos se iban haciendo eco de los problemas de los mismos, consolidándose así una fuerza de respuesta con más conciencia de sus capacidades.

A pesar de la lógica degradación de su figura en los medios de la época para reducirlo a la categoría de delincuente sin más,no llegarían a aniquilar el aura adquirida en el ámbito del movimiento libertario en el cual todavía pervive como icono testimonial de aquel tiempo gris y de ventiscas.

El mal es vulgar y siempre humano, y duerme en nuestra cama y come en nuestra mesa. Decía el desaparecido poeta británico W.H.Auden. Nunca acabamos de saber quiénes somos.

Este ateo que mentaba hasta diez veces diarias un sacrosanto "¡Dios mío!", pero aderezado de algunos adjetivos irreproducibles, fue un abonado a un idealismo a ultranza, quizás la única respuesta a un poder absoluto.

España, suma y sigue.

P.D. Desde estas líneas, el plumilla que suscribe, desea una venturosa singladura a los nuevos monarcas, aprovechando para recordarles que son una de las escasas referencias que nos quedan en este país de huérfanos abandonado por sus políticos.

Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano.

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