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Nuevas leyendas urbanas, rumores y bulos: cómo moldean nuestro cerebro
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LAS MEDIAS VERDADES Y EL PODER

Nuevas leyendas urbanas, rumores y bulos: cómo moldean nuestro cerebro

En la película La duda el protagonista es el padre Flynn, un sacerdote sobre el que se empiezan a expandir sospechas acerca de su conducta. Para trasmitir

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Nuevas leyendas urbanas, rumores y bulos: cómo moldean nuestro cerebro

En la película La duda el protagonista es el padre Flynn, un sacerdote sobre el que se empiezan a expandir sospechas acerca de su conducta. Para trasmitir el impacto incontrolable de esos rumores, este hombre, en un sermón dominical, usa una alegoría clásica en la oratoria:

“Un cura le dijo a una mujer que andaba contando bulos: “Quiero que te vayas a casa. Coge un cojín, ábrelo con un cuchillo y regresa a verme” La mujer volvió a su hogar, tomó un cojín de su cama, un cuchillo de su cajón y apuñaló el cojín. Después regresó. - “¿Destripaste el cojín con un cuchillo?” le preguntó el sacerdote. — “Sí, padre” — “¿Y cuál fue el resultado?” — “Plumas” dijo ella. — “Plumas…” repitió él. — “Plumas por todos lados, padre” — “Pues ahora quiero que regreses y juntes todas las plumas que se llevó el viento” — “Pero” dijo ella, “eso es imposible. No sé a dónde se fueron. El viento se las llevó a todos lados” — “Eso, exactamente ¡Eso hace el rumor!"

Santiago Ramón y Cajal afirmaba que “El hombre es un ser social cuya inteligencia exige, para excitarse, el rumor de la colmena”. A pesar de que el mundo moderno ofrece una gran facilidad para comprobar qué datos son falsos, nuestra necesidad de trasmitir chismes y leyendas urbanas sigue intacta. El cotilleo sigue estimulando nuestra mente porque nos permite tener la sensación de adentrarnos en lo secreto, en lo oculto, en aquellas historias que los protagonistas no quieren que conozcamos pero nosotros hemos averiguado gracias a nuestra indudable astucia. Expandir rumores aumenta nuestro narcisismo: al hacerlo creemos demostrar que sabemos más que los demás.Expandir rumores aumenta nuestro narcisismo porque al hacerlo creemos demostrar que sabemos más que los demás

La permanencia del fenómeno ha llevado a muchos investigadores actuales a colocar esta tendencia al chismorreo entre las cuestiones importantes acerca del ser humano. El físico Roger Penrose la usa en su libro Las sombras de la mente: hacia una comprensión científica de la consciencia como un ejemplo de aquellos aspectos de la mente no computables, es decir, el tipo de factores que hoy en día nos distinguen de las máquinas que usan Inteligencia Artificial…

Los estudiosos de la memética (el etólogo Richard Dawkins, la psicóloga Susan Blackmore…) creen que este continuo runrún social se debe a que la información tiende a replicarse, como los genes. Las habladurías más expandidas son las que tienen éxito en esta “lucha por la supervivencia cultural”…

Y divulgadores como Richard Wiseman publican libros (como el reciente, Rarología) en los que las investigaciones acerca de la trasmisión de las leyendas urbanas son tomadas como ejemplos de estudios sobre temas que pueden parecer marginales y que, sin embargo, acaban contándonos mucho acerca de nuestra naturaleza profunda.

Las leyendas siguen siendo poderosas

El que tantos investigadores de las ciencias sociales se ocupen de estos asuntos demuestra su vigencia. Las leyendas urbanas y los rumores no tienen, quizás, el potencial de manipulación de la realidad que tuvieron en otro tiempo. Pero conservan su fuerza para moldear la mente. Parafraseando al sociólogo Zygmunt Bauman, parece que hoy en día el efecto del chismorreo se ha hecho líquido: parece menos destructivo porque creemos que es intrascendente, pero se infiltra lentamente y acaba llegando más lejos.¿Son siempre triviales los bulos que quedan fijados en Internet y en nuestras mentes porque concuerdan con nuestra ideología?

Como nos recuerda el folclorista Jan Harod Brunvand -ex profesor de la Universidad de Utah y experto en leyendas urbanas en el mundo moderno- seguimos difundiendo este tipo de habladurías por los mismos motivos que las personas que propagaron las historias del Reino del Preste Juan en la Edad Media, de El Dorado entre los conquistadores españoles del Siglo XVI o de los Protocolos de los Sabios de Sión en la Alemania Nazi. Se trata siempre de temas que tocan nuestra fibra sensible, enmarcados en historias que tienen zonas oscuras sin rellenar. De esta manera, las personas que lo van trasmitiendo sienten que el bulo plasma un sentimiento acerca de lo que les rodea y pueden añadir detalles de su propia cosecha sin importarles la realidad de la historia.

Es lo que ocurrió con la leyenda urbana del programa sorpresa con Ricky Martin: era verosímil porque reflejaba la excesiva intromisión en la vida íntima que estaba asumiendo la televisión y permitía cambiar los pormenores (el nombre del perro, la sustancia empleada por la niña…) para hacerla más sabrosa. Y es lo que sucede con muchos mitos y bulos modernos: la criogenización de Walt Disney, la explosión de los pechos de Ana Obregón o la muerte de Paul McCartney son ejemplos de bulos difíciles de refutar que reflejan miedos del mundo moderno y pueden ser adornados hasta convertirlos en historias que prolonguen su impacto a lo largo de los años. Hoy en día, al igual que ha ocurrido siempre, la reputación de un personaje público depende más de los rumores que de los hechos.

Seguimos viviendo rodeados de falsa información que nos encaja y no nos preocupamos en confirmar. Creemos que Hamlet recita To Be or Not to Be con una calavera en la mano, que Don Quijote dice “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho” y que en Casablanca se dice alguna vez “Tócala otra vez, Sam”. Si alguien cuestiona que mantengamos estas falsedades argumentamos que se trata de anécdotas irrelevantes. Pero ¿son siempre triviales los bulos que quedan fijados en Internet y en nuestras mentes porque concuerdan con nuestra ideología o con la visión del mundo que tenemos?

Grandes bulos, desmontados

Una gran cantidad de personas (e instituciones) afirman que el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se conmemora un terrible suceso: un incendio ocurrido en 1857 en Nueva York en el que murieron más de cien trabajadoras. El fuego habría sido provocado por un empresario enfurecido porque un grupo de obreras se habían declarado en huelga y se habían encerrado en su fábrica. Pero las sociólogas francesas Liliane Kandel y Françoise Picq demostraron en un artículo publicado ya hace décadas que se trata de un bulo. Es evidente que la explotación de las mujeres ha producido miles de víctimas, pero usar como ejemplo algo que no ocurrió puede cambiar nuestra forma de afrontar el problema. De hecho, en su artículo, las investigadoras lanzaban hipótesis sobre las razones ideológicas que han podido llevar a fabricar esa leyenda urbana.

A mediados de los años noventa del siglo pasado, Brian Tobin, ministro de la pesca de Canadá, difundió un rumor que caló hondo en las gentes de Terranova. Afirmó que las focas se habían comido todas las reservas de bacalao. Los pescadores de Terranova que habían visto, años atrás, cómo se desplomaba su principal fuente de subsistencia, tenían ya el chivo expiatorio que necesitaban. La caza de focas, que era de por sí un acto cruel y sanguinario, se convirtió, a partir del rumor expandido por el ministro, en una masacre brutal. Evidentemente, el rumor expandido por aquel ministro no es la única causa de esa crueldad, pero en la actualidad los pescadores que matan focas se justificaban afirmando: “Ellas nos han quitado el sustento y nosotros nos defendemos matándolas”. Lo cual choca contra los datos científicos: si las focas son un factor en el descenso de las reservas de este pescado (hay biólogos que opinan que no), hay otros más determinantes como las capturas ilegales o la contaminación. Pero es el tipo de rumores que circulan en el mundo moderno: no son mentiras fácilmente refutables, sino verdades a medias. Esa dificultad para falsarlos prolonga su efecto en el tiempo: la organización IFAW afirma que, quince años después, los pescadores que matan focas siguen teniendo en la cabeza el bulo implantado por Brian Tobin.

Expandimos bulos porque nos vienen bien o porque son historias que plasman nuestra visión del mundoUn último caso representativo sobre cómo funciona el rumor en el mundo moderno. En el otoño del 2001 fueron enviadas cartas que contenían esporas de ántrax a medios de comunicación y a los senadores demócratas Tom Daschley y Patrick Leahy. Como consecuencia, murieron cinco personas. Lo que entra en la categoría de rumor fueron las reacciones de los medios: extendieron el temor a un ataque biológico de Al Qaeda y consiguieron que el alcalde de Nueva York mandara aislar el Rockefeller Center, que la población acudiera en masa a comprarse máscaras antigás completamente inútiles contra el ántrax y que se editaran carteles en los que los agentes del FBI acudían a los lugares afectados disfrazados de película de terror de serie B. En la actualidad, todo lo referente a los hechos se ha olvidado: la investigación sobre lo ocurrido pasó desapercibida en los medios de comunicación porque descarta completamente la participación de grupos terroristas islámicos. Pero los rumores calaron en el imaginario colectivo y el sentimiento de alarma ante el bioterrorismo se basa en gran parte en aquellos sucesos.

Expandimos bulos porque nos vienen bieno porque son historias que plasman nuestra visión del mundo. No somos conscientes del poder que tienen porque es un efecto sutil, como las plumas del cojín desgarrado en la metáfora de La Duda. Se nos olvida que, al igual que ha ocurrido siempre, en el mundo actual no son los rumores los que hacen daño: son los actos que cometen en su nombre aquellos que se los han creído. 

En la película La duda el protagonista es el padre Flynn, un sacerdote sobre el que se empiezan a expandir sospechas acerca de su conducta. Para trasmitir el impacto incontrolable de esos rumores, este hombre, en un sermón dominical, usa una alegoría clásica en la oratoria: