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Cómo irse de casa y no morir en el intento
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LA GRAN DIFERENCIA ENTRE ESPAÑA Y EL RESTO DE EUROPA

Cómo irse de casa y no morir en el intento

Los problemas de los jóvenes en una España en crisis son innumerables, y sus ecos nos llegan a través de los medios todos los días. El

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Cómo irse de casa y no morir en el intento

Los problemas de los jóvenes en una España en crisis son innumerables, y sus ecos nos llegan a través de los medios todos los días. El paro creciente, las dificultades para llegar a fin de mes o lo complicado que resulta crear una familia son temas que escuchamos a diario y cuya gravedad ha dado lugar a manifestaciones varias y diversas plataformas de queja. Pero, ¿qué sucede con la fase justo anterior? Sabemos que un treintañero en la España actual puede hallarse sin trabajo o  sin medios para pagar un alquiler. ¿Cómo ha llegado hasta ahí? Habrá que preguntar a su veinteañero correspondiente para dar con la respuesta.

Resulta sorprendente lo tarde que se independizan los jóvenes españoles, sobre todo en comparación con los de otros países europeos. Son numerosas las razones por las que el vuelo del nido paternal se hace difícil.

Ausencia de trabajo (¿remunerado?)

Uno de las grandes trabas es, evidentemente, lo complicado que resulta en general encontrar trabajo actualmente. El número de jóvenes en paro ascendía al 57,2% en abril de este año, pero esa no es la única razón por la que éstos no consiguen ganar dinero. Sería triste, pero factible, que un ingeniero de caminos trabajase poniendo copas o doblando camisas en algún gran almacén. Sin embargo, a menudo esto no sucede porque muchos de estos jóvenes están desempleados pero no desocupados. Prácticas y contratos de becarios no remunerados se dan con más frecuencia de la que debería, y las empresas aprovechan la situación para ofrecer horas y horas de trabajo no pagado que el becario tiene incluso que agradecer (“¡con la que está cayendo!”). 

Javier Pardo, de 23 años, cursará en septiembre los últimos exámenes de la Licenciatura en Farmacia, y sólo le faltará para obtener el título la realización de unas prácticas en alguna farmacia. A Javi no le interesa ese tipo de trabajo, pero dichas prácticas son obligatorias, dado que el título de licenciado le facultará para abrir, si quisiera, una farmacia. Parece razonable. 

Las empresas aprovechan la situación para ofrecer horas y horas de trabajo no remunerado que el becario debe agradecerNo obstante, las prácticas, que se prolongarán a lo largo de seis meses (tres en una farmacia y tres en un hospital), pueden suponerle a este veinteañero madrileño jornadas de ocho horas tras el mostrador de una farmacia por las que no cobrará ni un céntimo. La jornada completa le impedirá poder dedicarse a algún otro trabajo complementario, de manera que esos meses sus ingresos serán nulos, aunque su ocupación y su nivel de trabajo será muy alto.

Algo parecido le ocurrió a Jorge López cuando, con 22 años, terminó su Grado en Comunicación Audiovisual. Las prácticas no sólo eran obligatorias para obtener el título de graduado, sino que la universidad ni siquiera se las facilitaba. Tras mucho buscar y mucho esperar, Jorge encontró al fin unas prácticas en un pequeño canal de una televisión local, donde le pagaban menos de lo que se gastaba en ir y volver desde su casa a su lugar de trabajo, situado en la periferia madrileña. En seguida este joven descubrió que la mayoría de los trabajadores eran becarios como él, y que la empresa se sostenía gracias a sus irrisorios sueldos. Además, lo que llevó a cabo no fueron unas prácticas propiamente dichas, sino el trabajo requerido en un puesto de trabajo habitual.

A pesar de todo, hay quien considera que la crisis económica no es un factor verdaderamente influyente en lo que a la tardía emancipación de lo jóvenes se refiere. El sociólogo Adolfo de Luxán señala que en tiempos de bonanza los jóvenes españoles también se independizaban más tarde y que éstos sienten más tarde esa necesidad de autonomía. Los vínculos familiares son fuertes en los países mediterráneos y ahí radica, según Luxán, la clave en torno a este tema.

Estudiar y trabajar

Simultanear la carrera con algún tipo de trabajo, sea de media jornada o de jornada completa, esté o no relacionado con los estudios en cuestión, se ha vuelto misión imposible en España.

La implantación del plan Bolonia en las universidades fue muy polémica, y sus ventajas e inconvenientes han sido muy debatidos. Pero, obviando si el sistema es pertinente o no a nivel académico, parece indiscutible que el plan Bolonia exige la asistencia del alumno a todas las clases, la elaboración de trabajos de manera regular a lo largo del curso y una vigilada evaluación continua. ¿Cómo compatibilizar ese modelo de universidad con la vida laboral? Parece que el nuevo sistema hace de la vida universitaria una suerte de prolongación de la regulada vida escolar.

La imposibilidad de compaginar trabajo y estudios da como resultado algunos currículum vítae claramente descompensados: o bien el joven en cuestión tiene en su haber un buen expediente académico, con resultados notables y cursos de idiomas, o bien posee una experiencia laboral considerable. Es muy complicado hallar trayectorias equilibradas. Además, una de las consecuencias de la falta de trabajo es la prolongación de los estudios, por lo que no es extraño hallar jóvenes de más de veinticinco años con excelentes currículum académicos pero sin experiencia en el mundo laboral.

Como resulta muy difícil, por no decir imposible, compaginar la carrera –o incluso un máster– con un trabajo, los casos de jóvenes independizados en España son minoritarios, y casi siempre responden a una situación excepcional que facilita la emancipación. Tal es el caso de Pablo Mato, un joven de 23 años que termina en septiembre la Licenciatura en Filología Hispánica. Cursó el tercer año de su carrera en Londres gracias a la beca Erasmus, a pesar de la cual se vio obligado a trabajar para financiar su estancia allí: el dinero de la beca era insuficiente y, además, se pagaba a posteriori. En agosto tiene la intención de independizarse: el año viviendo solo en Inglaterra terminó de despertar unas ganas de autonomía que siempre había experimentado, y ahora que termina la carrera considera que ha llegado el momento de vivir por su cuenta. 

Los casos de jóvenes independizados en España son muy minoritariosLa suerte le ha sonreído: la tía de uno de sus mejores amigos les ha ofrecido un piso a un precio muy bajo, ya que no consigue venderlo (tal vez sólo tengan que cubrir los gastos, pero eso ya sería rentable para la propietaria, que lleva dos años bajando el precio de un apartamento que nadie quiere comprar). Pablo es huérfano de padre y acaba de recibir parte de una herencia que le permitirá vivir el año que viene sin necesidad de encontrar un trabajo estable. Cuenta, eso sí, con trabajar esporádicamente o con las siempre socorridas clases particulares, que pagan las cañas de una inmensa parte de los jóvenes españoles. El máster en que se quiere matricular lo paga el Estado gracias a una beca del Ministerio de Educación y Ciencia, concedida por la renta baja de su madre y su condición de monoparental. Gracias a la conjunción de todas estas fortuitas circunstancias, Pablo conseguirá irse de casa en septiembre de este año. Pero, ¿qué pasa en casos más estándares? ¿Es necesario reunir toda una serie de intrincados requisitos y de azares oportunos para poder, con suerte infinita, independizarse? ¿No debería tratarse de un proceso más natural y sencillo?

La falsa independencia

“Yo todavía vivo con mis padres”, dice Bernardo Matias, un portugués de 24 años que está a punto de terminar la Licenciatura en Medicina. “Sólo he vivido sin ellos durante el año de Erasmus en Estrasburgo. La razón es que termino los estudios este año y aún no tengo ingresos. En Portugal no hay muchas ayudas para los estudiantes, como las que teníamos el año de Erasmus en Francia”. La beca Erasmus son los padres

La situación de Portugal, junto con la de Italia, es muy similar a la española. Así, muchos jóvenes sólo viven de manera autónoma cuando consiguen una beca para irse al extranjero. Eso mismo le sucedió a Stefano Arrigoni, que en Italia no consiguió independizarse hasta los 26 años, cuando comenzó la especialización, una vez terminada la carrera de Medicina. Sin embargo, cada vez que pudo obtener una beca la aprovechó para vivir en el extranjero. En Italia le resultaba imposible. “La mayoría de los jóvenes viven con la familia hasta el fin de sus estudios y muchos ni siquiera se emancipan cuando tienen trabajo”, declara este joven inquieto, y se queja de que “a menos que seas increíblemente pobre o que vengas de muy lejos, no hay ninguna ayuda para pagar la universidad, que es muy cara; y lo mismo sucede con los pisos.”

La ayuda económica por parte de los progenitores, a menudo necesaria (“La beca Erasmus son los padres”, reza una frase que prolifera en las redes sociales) parece legitimarse con la salida al extranjero, que suele ir acompañada de alguna beca que facilita en cierta medida la vida en el país de destino. Así, la mayoría de los jóvenes han vivido sin sus padres, pero dependiendo económicamente de ellos. Muchos recursos se adquieren con esa experiencia, los estudiantes maduran y aprenden a responsabilizarse, pero todo queda en una ilusión. El sueño se acaba y el síndrome post-Erasmus es más frecuente de lo que parece. Después de un año viviendo con amigos, ¿cómo volver a casa de papá y mamá y no enloquecer en el intento?

En muchos casos, la frustración entre los jóvenes crece. Se quedan con la miel en los labios y anhelan una independencia que en su propio país parece inviable.La razón para irse al extranjero debería ser el anhelo de vivir en otro país, no la necesidad de huir del propio

Otro fenómeno resultante de esta falsa independencia es el de los estudiantes que se dedican a empalmar becas con el fin de prolongar la ilusión de la emancipación. Tras el Erasmus viene una beca Séneca y después, tal vez, alguna a Hispanoamérica…todo con tal de no volver al hogar. Parece obvio que las estancias en otras universidades son siempre beneficiosas y ofrecen innumerables ventajas. Pero también es cierto que, en algunos de estos casos, los estudiantes simplemente quieren estudiar fuera a toda costa y su elección no responde a criterios académicos, a intereses particulares o a necesidad de aprender otro idioma o conocer otra cultura, y ésa no es la motivación deseable. La razón para irse al extranjero debería ser el anhelo de vivir en otro país, no la necesidad de huir del propio.

La diferencia con Europa

Las grandes diferencias entre la situación en España, Portugal o Italia y los países del norte de Europa se deben a la distinta situación económica y a las diversidades culturales. El experto Adolfo de Luxán considera que a menudo las razones son económico-culturales, y señala como ejemplo el hecho de que en España estamos habituados a comprar una piso, no a alquilarlo. Pero para que esto sea posible la situación financiera ha de ser holgada.

En cualquier caso, la sociedad mediterránea parece tener un concepto de la familia mucho más arraigado, y aunque todos estos países se parecen a este respecto Italia lleva la delantera desde hace años.  “La familia es la familia”, dice la cascada voz de don Vito Corleone en El Padrino, y la frase habla por sí sola. Además, ilustran el fenómeno los llamados mammoni o, con un término que parece haberse puesto de moda en los últimos tiempos, bamboccioni.

La mamma plancha, cocina, limpia: la vida es cómodaSe trata de niños grandes acusados de un leve síndrome de Peter Pan y que no quieren abandonar la casa familiar. La mamma plancha, cocina, limpia: la vida es cómoda y los vínculos con la familia son fuertes. Cabe cuestionarse si dichos vínculos son sanos, y si el mundo moderno casa todavía con este tipo de organización social tan tradicional. Stefano, el estudiante italiano antes mencionado, rechaza este tipo de pereza a la hora de abandonar el nido. No obstante, es consciente también de los beneficios que supone. Cuando se le pregunta si alguna vez ha recibido ayuda económica de sus padres, responde: “Nunca he recibido ningún tipo de ayuda económica cuando he vivido solo. Pero nunca he ayudado a mi familia cuando vivía con ellos. Me parece justo”.

No obstante, según el experto en la materia Santiago Pérez Camarero, las principales razones de la tardía emancipación de los jóvenes españoles son económicas. Pérez Camarero, que ha realizado y estudiado encuestas numerosas y recientes sobre el tema, concluye sin dudar que nuestros jóvenes son mentalmente muy independientes, y cree que es verdaderamente injusto decir que no se van de casa tachándoles de vagos o indolentes. A menudo, dice el experto, decimos que estos jóvenes viven estupendamente porque se van de vacaciones a sitios lejanos y tienen un ocio que requiere un cierto nivel económico. Pero ésta es simplemente la manera que tienen los estudiantes de adecuarse a la situación: un trabajo en el que se gana, pongamos por caso, 400 euros al mes, no es suficiente para irse fuera de casa pero sí permite, viviendo en casa de los progenitores, llevar una vida holgada y ahorrar para viajar en verano. Los gastos se sustituyen, pero no es eso lo deseable.

En Europa, la mayor estabilidad de la economía, así como la destinación de fondos a educación y cultura hacen viable la temprana independencia de los jóvenes. En países como Alemania o Francia hay una amplia oferta de becas que ayudan a los estudiantes, no sólo a pagar el alquiler, sino también a tener un fácil acceso a cines, museos y otra serie de ofertas culturales cuyo precio suele ser considerable.

Katharina Retzlaff es una alemana de 28 años que vive fuera de casa desde que tiene 20, justo después de acabar el bachillerato. Estuvo un año trabajando y, más tarde, cuando empezó la carrera, comenzó a simultanear estudios y vida laboral. “Cuando comencé mis estudios, evidentemente ganaba menos dinero, pero tenía una ayuda del Estado: una beca basada en criterios sociales, según la cual recibes una cantidad de dinero en función de la renta de tus padres”, confiesa esta berlinesa, que termina añadiendo: “Además, siempre he tenido un trabajo al tiempo que estudiaba, lo que es estresante pero posible, y necesario si quieres ser independiente de tus padres.” La joven considera que los pisos compartidos entre varios estudiantes son muy frecuentes en Alemania, dado que ofrecen muchas ventajas, empezando por que el alquiler sale más barato. Pero, además, para Katharina es una experiencia enriquecedora a todos los niveles. Los jóvenes se benefician de becas estatales y, a menudo, de ayuda de familiares

Es verdad que la independencia económica no es absoluta: los jóvenes se benefician de becas estatales y, a menudo, de ayuda de familiares, bien de manera constante durante el año o bien porque los progenitores les pagan las vacaciones de verano, tal o cual curso de inglés o les regalan por Navidad unas clases de yoga. Es el caso de Yannick Tautphäus, un alemán de 26 años que admite que durante toda la carrera ha vivido fuera de la casa familiar y, sin embargo, son sus padres quienes le han mantenido económicamente. Pero esa situación se ve como algo normal, como cuenta Yannick: “Yo, como la mayor parte de mis amigos, dejé la casa de mis padres cuando empecé la universidad”, para concluir diciendo que conoce “sólo unos pocos amigos que han seguido viviendo en casa de sus padres al empezar la carrera, y todos se han mudado mientras aún seguían estudiando.” Además de los pisos compartidos de los que hablaba Katharina, Yannick conoce mucha gente que vive en residencias universitarias, la opción más barata. Este alemán comenta que en su país es frecuentísimo cambiar de ciudad para poder estudiar, y es una apreciación que no debemos dejar escapar. En España hay muchísimas universidades y es lícito preguntarse si no mejoraría la calidad de la educación si hubiera menos y más especializadas. Esto supondría, en efecto, que la necesidad de trasladarse fuese mayor pero –contando con las facilidades pertinentes– la movilidad no tendría por qué ser un problema.

En esa línea cabe destacar el ejemplo de Francia, donde el estudiante es tenido en consideración a todos los efectos. La SNCF, principal sociedad ferroviaria francesa, ofrece desde hace tiempo la conocida carte 12-25 (“tarjeta 12-25”), gracias a la cual los estudiantes que se encuentren en esa franja de edad se verán beneficiados de notables descuentos

Francia cuenta con una ayuda estatal para la vivienda que se oferta a todos los estudiantesAdemás, ahora cuentan también con la nueva tarjeta de reducción joven 18-27: los mayores de edad que aún no alcancen la treintena pueden obtener hasta el 60% de rebaja en su viaje en tren. 

Asimismo, el país vecino cuenta con una ayuda estatal para la vivienda que se oferta a todos los estudiantes, sea cual sea la renta de los padres (las proporciones de dinero cedido, como parece lógico, varían según los casos). Es la llamada CAF (Caisse d’allocations familiales), de la que se benefician numerosos jóvenes, tanto franceses como de otros países de europa, pero residentes en el país galo. Estos jóvenes tienen, por otra parte, una tarjeta que les permite desayunar, comer o cenar en los restaurantes universitarios (Resto U) y, presentando su carné de estudiante, obtienen reducciones de hasta la mitad de precio en cines, museos y teatros.

Se suele señalar que en estos países del norte de Europa la vida es más cara que en España, pero esta afirmación se vuelve falsa si hablamos de la vida de los jóvenes entre veinte y treinta años, aproximadamente.

El caso de Noruega

El caso radicalmente opuesto al mediterráneo es el de los países nórdicos. Tomemos como ejemplo Oslo, la capital noruega, donde estudia medicina Oystein Maugesten, un joven altísimo y rubio que afirma que en su promoción “de 100 estudiantes de medicina en Oslo hay un solo chico que no ha dejado la casa de sus padres”. 

Las universidades y las escuelas superiores en Noruega son en general gratuitas (hay excepciones, sobre todo en el campo de la economía y de las artes). Como afirma Oystein, no hay apenas tasas: él ha pagado este año 50 euros de “tasas de fotocopiadora”. La declaración sorprende cuando uno piensa en las miles de fotocopiadoras que se albergan en los más insospechados rincones de la Facultad de Filología, Filosofía y Geografía e Historia de la Universidad Complutense, todas ellas decoradas con un flamante cartel en el que se lee un desganado “Fuera de servicio”. Por supuesto, el estudiante en España paga sus propias fotocopias cada vez que las necesita. Maugesten sólo ha pagado este año 50 euros de tasas de fotocopiadora

A pesar de que los estudios son gratuitos, los estudiantes necesitan dinero para vivir fuera de casa. El 95% de los estudiantes en Noruega se beneficia de un préstamo bancario a cargo del gobierno. Se trata de un préstamo sin intereses durante los estudios (el interés comienza un año después de haber terminado la formación), y consta de 1.000 euros mensuales, 10.000 euros al año, ya que las vacaciones no se pagan. Si el estudiante aprueba todos sus exámenes, se le rembolsa un 40% de dicho préstamo. Oystein lo explica claramente: “El año pasado obtuve el préstamo de 10.000 euros al año, aprobé todos los exámenes y ahora debo 6.000 euros al Estado, que comenzaré a pagar una vez tenga trabajo.” Además, el estudiante noruego declara que, aunque el total de dinero que se debe al final es cuantioso, la tasa de paro es bajísima y la inmensa mayoría de los estudiantes son contratados nada más terminar la carrera, por lo que lo habitual es pedir el citado préstamo. La educación se ve como una inversión y nadie duda a la hora de beneficiarse de estas facilidades económicas. En cualquier caso, si al acabar la carrera el estudiante se sorprende en el paro puede pedir una suerte de congelación de su deuda, que se retiene hasta que el joven encuentra un trabajo.

Este préstamo se ofrece a todos los estudiantes, sin importar la renta anual de los padres. No obstante, 1.000 euros al mes son algo escasos para vivir en Noruega, según confirma Oystein, por lo que la mayoría de los estudiantes tienen un pequeño trabajo complementario o reciben ayuda financiera de sus padres. El joven considera “un poco tabú confesar que tus padres te ayudan con un cierto dinero al mes, yo conozco muy poca gente que lo reconoce. La mayoría de mis amigos, yo incluido, tienen pequeños trabajos en cafeterías, asilos…”.

Podemos plantearnos si a largo plazo es éste un modelo verdaderamente beneficioso. Pero lo que es innegable es que, para el estudiante noruego, cómo obtener ingresos para viajar, formarse en otros lugares o vivir con sus amigos son preocupaciones inexistentes.

La independencia en España

No es difícil en este punto hacerse una idea de por qué la independencia es tan complicada para el joven español. Además, se produce de manera más brusca: el español no va dejando de depender paulatinamente de sus padres, como sucede en Francia o Alemania, sino que se va de casa cuando puede sustentarse él mismo.
Hay excepciones, como siempre, pero responden a situaciones muy concretas. Jaime González, un madrileño de 23 años, aprovechará el verano para mudarse con dos amigos a un piso. El plan le resulta factible porque el apartamento es propiedad de su abuela, que le deja el alquiler a un precio muy bajo, y porque sus familiares contribuirán con una cantidad de dinero al mes que le permita poco a poco ir despegando. Jaime, licenciado en Antropología a punto de comenzar un máster, cuenta con realizar trabajos esporádicos que requieran escasa cualificación. Sus futuros compañeros de piso se benefician del precio del mismo, y la situación a otros niveles es parecida. A Miguel, que terminará la carrera el curso que viene, sus padres le ayudan “en situaciones críticas”. 

Los ingresos vienen de donde sea. Lo importante es que venganVa a trabajar y a estudiar al mismo tiempo, y confiesa con realismo: “Los ingresos vienen de donde sea. Lo importante es que vengan”. Finalmente, añade con cierta resignación: “Más quisiera un trabajo estable que no signifique ser becario de por vida”. María, la tercera en discordia, cuenta que sus ingresos provienen “de pequeños trabajos”, pero que le “encantaría encontrar un trabajo estable”. Por el momento, son sus padres los que la ayudan.

Sin embargo, aunque todos los jóvenes manifiestan sus deseos de irse de casa, tal y como ha comprobado Pérez Camarero en diversas encuestas, no todos están dispuestos a pagar ese precio y tener que sacrificar la atención que le dedican a su formación en pos de ganar unos eurillos al mesPaloma Jiménez tiene veinte años y es estudiante de Odontología. “Yo lo que quiero es trabajar mientras hago el máster en algo de lo mío, como auxiliar, por ejemplo”, afirma la estudiante. Si con eso pudiera independizarse, lo haría. “Quiero irme pronto de casa, pero sólo teniendo un trabajo estable y relacionado con lo mío”. El principal problema es que, en la España actual, que una joven como Paloma tenga un trabajo estable, con un contrato digno, que le permita independizarse pronto y (¡además!) que responda a la disciplina en que se ha formado parece un cuento de hadas. Y todos sabemos que en la vida real los príncipes azules no existen. Quizás haya otras cosas que puedan ser de mayor utilidad. Un príncipe noruego, por ejemplo.

Los problemas de los jóvenes en una España en crisis son innumerables, y sus ecos nos llegan a través de los medios todos los días. El paro creciente, las dificultades para llegar a fin de mes o lo complicado que resulta crear una familia son temas que escuchamos a diario y cuya gravedad ha dado lugar a manifestaciones varias y diversas plataformas de queja. Pero, ¿qué sucede con la fase justo anterior? Sabemos que un treintañero en la España actual puede hallarse sin trabajo o  sin medios para pagar un alquiler. ¿Cómo ha llegado hasta ahí? Habrá que preguntar a su veinteañero correspondiente para dar con la respuesta.