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¿Es Internet la causa real de que nos hagamos más tontos?
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NOS ESTÁ 'COMIENDO' LA ENERGÍA MENTAL

¿Es Internet la causa real de que nos hagamos más tontos?

Siempre que una nueva herramienta fabricada por el ser humano tiene el suficiente éxito como para hacerse masiva aparecen analistas advirtiendo de los males que trae

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¿Es Internet la causa real de que nos hagamos más tontos?

Siempre que una nueva herramienta fabricada por el ser humano tiene el suficiente éxito como para hacerse masiva aparecen analistas advirtiendo de los males que trae consigo su utilización cotidiana. Podemos encontrar documentos a lo largo de la historia que muestran ese rechazo, por ejemplo, ante el uso generalizado de la imprenta, la máquina de vapor, el teléfono, la máquina de escribir o la radio. La crítica es, en todo los casos, similar: el uso masivo de esos aparatos –dicen los agoreros– abrirá la Caja de Pandora y producirá cambios decisivos y catastróficos en el ser humano. En el caso de Internet estos presagios parecen centrarse en dos fenómenos mentales relacionados que la Red ha traído consigo: la sobreabundancia de información y la tendencia a la dispersión.

Ya en el año 1970, en los albores de la Red, el escritor Alvin Toffler en su libro Future Shock auguraba un siglo XXI de sobrecarga informativa, una sociedad en la que nuestra capacidad de toma de decisiones y nuestras emociones se verían limitadas por la sobreabundancia de estímulos. Toffler hablaba del efecto de la gran cantidad de datos acerca de culturas y épocas históricas diferentes, de la dificultad para distinguir entre señal (lo importante) y ruido (lo irrelevante) o la ausencia de métodos universales debido al relativismo imperante en nuestra sociedad.

Son argumentos similares a los utilizados por uno de los últimos ejemplos: el pensador Nicholas Carr, que en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, aborda los problemas de dispersión mental del mundo moderno. Partiendo de su experiencia personal –el autor se confesaba incapaz de leer textos extensos a pesar de haberse licenciado en Literatura–, Carr afirma que la causa de esa dificultad para la focalización en un solo estímulo es la procrastinación a la que nos lleva Internet. Buscar un autor en Google, por ejemplo, supone acceder a miles de artículos interesantes sobre su vida o su obra que pueden hacer olvidar nuestro primer objetivo: leer la novela de ese escritor.

Nuestra mente debería descansar del bombardeo continuo al que está sometidaTodos los años, Edge, una web dedicada a Ciencias del Conocimiento, inicia sus andanzas haciendo una pregunta a sus miembros. Los que allí escriben son algunos de los científicos más importantes y prestigiosos del mundo y las respuestas suelen resultar un buen termómetro de los intereses de la investigación puntera. La pregunta del 2006 fue muy directa: “¿Cuál es la idea más peligrosa del mundo?” Entre las respuestas más llamativas estaba la que propuso el conocido neurobiólogo Leo Chalupa. Según este investigador, lo más peligroso que puede plantear la ciencia es la teoría de que necesitamos un día de completa soledad para conseguir el funcionamiento óptimo del cerebro. Si la investigación llega a esa conclusión, nuestra mente debería descansar del bombardeo continuo al que está sometida. Se habría demostrado que esa desconexión del “tecnoestrés” es necesaria para el buen funcionamiento del cerebro y todo el mundo tendría que respetar el silencio, al menos, durante un día.

Y quizás, en ese día de la semana, lo que haríamos sería leer con atención sostenida, sin distracciones. La investigadora Maryanne Wolf, autora de Cómo aprendemos a leer sostiene que, de hecho, cualquier otra forma de lectura nos lleva a un espejismo de conocimiento: creemos saber pero no sabemos.

La cultura del “corta y pega”

En esa línea de los efectos sobre la atención que tiene la sobreinformación inciden los estudios del doctor Stephen Kaplan, de la Universidad de Michigan. Su idea principal se podría resumir en la frase “el cerebro también se cansa”. Sus investigaciones demuestran, por ejemplo, las mejoras en niveles de memoria o ejecución de tareas que se producen después de un tiempo de “desconexión estimular”. Según este investigador, la continua sobrecarga de información obliga a un trabajo continuo de la atención involuntaria, la que se activa por estímulos fundamentales para nuestra supervivencia. Este continuo flujo “nos come” energía mental y dificulta la atención directa y voluntaria, la que se focaliza en aquello que nosotros queremos atender: no podemos concentrarnos en una sola cosa.

Es evidente que Internet ha alterado nuestra forma de recordar datos¿Tienen razón estos agoreros? ¿Es negativo que nuestros cerebros se encaminen hacia un procesamiento de la información de “corta y pega”, en el que apenas leemos unos párrafos, los incorporamos a nuestro archivo mental y ya buscamos inquietos otro estímulo intelectual en el que fijar la atención? Avisos de redes sociales acerca de la “información que nos estamos perdiendo”, hipertextos que nos hacen saltar continuamente a otro hilo de lectura, alertas de mails recibidos…, todo en Internet lleva a la dispersión. Parece difícil negar ese efecto. La duda está en qué aspectos de nuestra psique se verán perjudicados por este fenómeno y que otros parámetros saldrán beneficiados.

Por ejemplo: es evidente que Internet ha alterado nuestra forma de recordar datos. Una investigación publicada en la revista Science en verano de 2011 lo corroboraba: cuando las personas confían en tener acceso futuro a la información a través de la Red recuerdan muchos menos datos concretos, pero se acuerdan mucho mejor de dónde están las fuentes para encontrarlos. Es como si Internet se hubiera convertido en un disco duro externo anexo a nuestro cerebro ¿Es eso positivo o negativo?

Otro dato que parece incuestionable, pero no es fácilmente evaluable, es el hecho de que la cantidad de información procesada ha aumentado: se escribe y se lee más que nunca. Eso sí, se hace de forma diferente: absorbemos información de una forma más holística, utilizando, por ejemplo, el procesamiento visual que había quedado más arrinconado en nuestra cultura desde la invención de la imprenta. El periodista Nick Bilton, autor de“Vivo en el futuro y esto es lo que veo afirma: “Esta generación piensa en fotografías, en palabras, en imágenes fijas y móviles y en la confortable unión de todas ellas en un mismo espacio”. ¿Qué efectos causará esa combinación de lo audiovisual con la información puramente lingüística? Nuevamente estamos ante efectos difícilmente evaluables.

El auge de la inteligencia colectiva

Incluso el supuesto efecto negativo que supone el paso de la focalización en uno mismo que suponía la lectura tradicional a la continua interacción con otros que fomenta Internet quizás no sea tan malo. Algunos autores propugnan que la lectura tradicional podía fomentar el solipsismo y la adquisición de conocimiento a través, por ejemplo, de redes sociales, aumenta la Inteligencia Colectiva. B. J. Fogg, profesor de Psicología de la Universidad de Stanford y director de su Laboratorio de Tecnologías de la Persuasión –recientemente elegido por la revista Fortune como uno de los diez nuevos “gurús” del conocimiento– es un ejemplo alentador de este tipo de conocimiento interactivo. Partiendo de una tesis doctoral con un título expresivo (Charismatic Computers), este investigador ha ido profundizando en un concepto –Captología– y desarrollando ideas acerca de la revolución psicológica que suponen las redes sociales. Fogg afirma que un instrumento capaz de aumentar su número de usuarios en un millón por semana tiene que tener un impacto no solo cuantitativo, sino también cualitativo. La mente del siglo XXI aprenderá interaccionando con una inmensa variedad de mentes.

Los usuarios de Facebook manejan mejor la información a corto plazo y son más dinámicos y operativos a la hora de cambiarlaUn ejemplo: la psicóloga de la Universidad de Stirling Tracy Alloway estudió a un grupo de voluntarios que llevaban un tiempo utilizando habitualmente Facebook y los comparó con otros que apenas se manejaban en esa red social. Los resultados indicaban que los primeros manejan mejor la información a corto plazo y son más dinámicos y operativos a la hora de cambiarla. De hecho llegaron a la conclusión de que las personas que más comprueban las actualizaciones suelen tener un mejor coeficiente intelectual verbal, es decir, mayor rapidez a la hora de encontrar palabras para describir cambios en estados de ánimo o acontecimientos recientes.

Por último, la tan criticada dispersión puede traer otros efectos positivos. Steven Johnson, profesor de la Universidad de Nueva York, publicó hace unos años Todo lo malo es bueno para ti, con la intención de recopilar investigaciones que resaltan esos beneficios. Según Johnson, la complejidad estimular activa lo que él denomina "sistema dopamina". Esta sustancia produce sensación de bienestar cuando encontramos una estructura en datos dispersos que nosotros hemos reunido de forma proactiva (es decir, como se recopila la información en Internet) y no de la forma tradicionalmente pasiva. La recopilación de diversas fuentes y, por lo tanto, de diversos puntos de vista; la adquisición continua de “segundas opiniones” que cuestionen lo que acabamos de leer y la vuelta constante a uno mismo para criticar desde fuera los textos promueve nuestra capacidad crítica y ayuda a que seamos nosotros los que “unamos los puntos” dotando de sentido a los textos.

El antropólogo Victor Turner acuñó el concepto de liminalidad para referirse a las épocas de transición, momentos en que las formas de hacer las cosas a la vieja usanza han caducado pero todavía no se han establecido hábitos nuevos completamente generalizados. Durante esos cambios, la sociedad vive en una especie de estado de shock y no es fácil anticipar hacia dónde nos dirigiremos. Ni siquiera las mediciones nos pueden ayudar: recientemente salía a la luz que los descubrimientos demuestran que el cerebro humano se ha reducido notablemente en los últimos 30.000 años. Pero los antropólogos no se ponen de acuerdo en si eso significa que nos hemos hecho más listos o más tontos…

Quizás por eso hay una diferencia extrema entre los augurios del citado Nicholas Carr -que defiende que Internet nos encamina hacia una sociedad privada de libertad de pensamiento similar a la anticipada por Huxley en “Un mundo feliz”- hasta las tesis de Matt Ridley que, en El optimista racional nos recuerda que el progreso humano tuvo su origen en el intercambio y “apareamiento” de ideas y que eso es lo que fomenta la Red. Faltan muchos años para que podamos dar la razón a unos u otros.

Siempre que una nueva herramienta fabricada por el ser humano tiene el suficiente éxito como para hacerse masiva aparecen analistas advirtiendo de los males que trae consigo su utilización cotidiana. Podemos encontrar documentos a lo largo de la historia que muestran ese rechazo, por ejemplo, ante el uso generalizado de la imprenta, la máquina de vapor, el teléfono, la máquina de escribir o la radio. La crítica es, en todo los casos, similar: el uso masivo de esos aparatos –dicen los agoreros– abrirá la Caja de Pandora y producirá cambios decisivos y catastróficos en el ser humano. En el caso de Internet estos presagios parecen centrarse en dos fenómenos mentales relacionados que la Red ha traído consigo: la sobreabundancia de información y la tendencia a la dispersión.