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"Quien es honesto y sigue las normas es porque es tonto"
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¿DE VERDAD SIRVEN LOS VALORES Y LA ÉTICA PARA ALGO?

"Quien es honesto y sigue las normas es porque es tonto"

Lucía pensó que podía ser de verdad útil. La gestión de su municipio era claramente mejorable, y ella creía tener la capacidad necesaria para ayudar en

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"Quien es honesto y sigue las normas es porque es tonto"

Lucía pensó que podía ser de verdad útil. La gestión de su municipio era claramente mejorable, y ella creía tener la capacidad necesaria para ayudar en su mejora. Le atraía hacer política local, porque era un terreno en el que sus ideas podían tener una traslación real y temprana a la práctica. Cuando una de las formaciones mayoritarias de su localidad le ofreció concurrir en sus listas electorales, no tardó en dar el sí. Las ineficiencias que veía podrían corregirse si se ponía algo de sentido común y algo de profesionalidad en la gestión.

Cuando fue nombrada concejala, descubrió que la realidad era diferente. El partido tenía estrechas alianzas con un entorno empresarial ligado al ladrillo, y pretendía que ella siguiera apoyando con sus decisiones esas prácticas corruptas. Lucía se negó, lo que desencadenó el previsible acoso: recibió amenazas de muerte, entraron en su casa, le robaron los ordenadores. Acabó dimitiendo, y estuvo dos años “fuera de la circulación”, aquejada de depresión lejos de su ciudad. Acaba de regresar, y ha sido muy bien acogida por unos vecinos que valoran su entereza a la hora de no ceder a las presiones de los mafiosos.

Si ese se ha llevado ocho millones, por qué no me voy a llevar yo doscientos euros

Es una pequeña recompensa, pero que, desde el punto de vista pragmático, no compensa los perjuicios personales y materiales que su resistencia le causó. La satisfacción viene de otro sitio, del sentido de coherencia consigo misma, de haberse comportado conforme a lo que le dictaba su conciencia, aun cuando eso le resultase del todo perjudicial.

Pero esa no es la actitud que con más frecuencia observamos en nuestra sociedad. La percepción que tenemos de la vida en común es que cada cual va a lo suyo, y que gana el que más listo es: ya casi nadie puede creerse que otra persona se niegue a meterse un sobre en el bolsillo solamente por convicciones éticas. Cuando ese tipo de cosas acontecen, solemos pensar que hay algún poderoso interés oculto que le mueve a rechazar el dinero, o simplemente que estamos ante alguien en exceso iluso. En el mejor de los casos, desconfiamos de las buenas acciones; en el peor, pensamos que quien se comporta conforme a preceptos éticos es un punto idiota.

Como asegura Manuel Nevado, psicólogo de la Fundacion Maria Wolff, hemos acabado por pensar que “quien cumple las normas es tonto. Hemos empezado a pensar que aquí todo el mundo se lleva dinero y que quien no lo hace es porque es un imbécil. Esa mentalidad, además, justifica el delito menor (si ese se ha llevado ocho millones, por qué no me voy a llevar yo doscientos euros), lo que nos conduce a un clima social muy enrarecido”.  

En gran medida, porque los lugares de mayor visibilidad social, aquellos de los que emanan los modelos a imitar, son en los que menos se aprecian hoy las conductas ejemplares. Dirigentes políticos, económicos y sociales son percibidos desde la pura desconfianza: tenemos demasiados casos de corrupción y de ambición desaforada entre quienes llevan las riendas de nuestra sociedad como para creer en ellos. Quienes mandan hacen lo que no deben, y demasiado a menudo llegan a lo más alto precisamente por eso.

“Una de las principales labores de los dirigentes de todas las épocas, asegura Enrique García Huete, psicólogo social, ha sido crear modelos de valores éticos y de funcionamiento en sociedad. Y lo están haciendo, pero en sentido contrario del que deberían y está claro que está influyendo en la sociedad”.

El problema de fondo es precisamente ese, que son las bases de nuestra sociedad las que están transformándose por completo. Si los valores no funcionan, y no tejen las bases desde las que se estructura nuestra vida cotidiana, nos encontraremos con un contexto en el que quienes hacen lo que deben, siempre saldrán perdiendo.

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Así lo cree Agustín, quien ha sufrido una situación de ese tipo recientemente. El director de su empresa contrató a un amigo suyo al que puso al frente del departamento en el que trabaja Agustín. Se trataba de un profesional con buen currículo pero sin experiencia en ese sector, cuya primera decisión fue traerse consigo a varias personas de su antiguo equipo. “Me dijeron que por supuesto iban a contar conmigo, pero en realidad lo que querían es que les formase. Teníamos éxito en lo que hacíamos, pero eso se debía a mis conocimientos, mi jefe no tenía ni idea y todo lo que se iba consiguiendo era gracias a mis conocimientos. Él era una comparsa”.

A pesar de esta situación, de la que era muy consciente, no se resistió a lo que le pedían porque se sentía incapaz de dejar de compartir sus conocimientos: “Otros dirían que me faltaron fuerzas, pero me parecería muy mezquino. Los valores por los que me regí fueron los del buen profesional, que es el que en cada momento aborda cada asunto dando todo lo que sabe, por su experiencia y por sus conocimientos”.

Nuestros políticos no hacen más que reproducir en sus comportamientos lo que hay en la sociedad

El final del proceso fue el previsible. Cuando Agustín les contó todo lo que tenían que saber, le despidieron. “Dijeron que fue por un ajuste de plantilla, pero luego han contratado a más amigos suyos”. Agustín tiene ahora con un empleo, si bien fuera del sector en el que trabajaba y que mejor conoce. Aun así, “si volviera a encontrarme en una situación igual creo que volvería a hacer lo mismo. No sería capaz de guardarme para mí la solución a un problema que se plantea en el día a día de una empresa. Pero también te digo cada vez que escucho que siguen haciendo las cosas como yo les enseñé me revuelve las tripas”.

La ética de Agustín, que parte de esa idea tan propia de los viejos artesanos, según la cual lo esencial es que tu trabajo salga lo mejor posible, no le ha resultado rentable. Más al contrario, ha sido la base en la que se apoyaron sus jefes para aprovecharse de él. Si los viejos timadores tenían éxito porque se aprovechaban de la deshonestidad ajena, los actuales logran su propósito porque se aprovechan de los valores de los demás.

Algo que se agrava en el caso de nuestro país. Como asegura el sociólogo y profesor del CEU Juan Carlos Jiménez, “la sociedad española es muy pícara. Si vas a comprar a la carnicería y ven que te pueden vender la parte mala de la pieza, lo hacen. En realidad, nuestros políticos no hacen más que reproducir lo que hay en la sociedad”.

*La segunda parte de este artículo se publicará mañana

Lucía pensó que podía ser de verdad útil. La gestión de su municipio era claramente mejorable, y ella creía tener la capacidad necesaria para ayudar en su mejora. Le atraía hacer política local, porque era un terreno en el que sus ideas podían tener una traslación real y temprana a la práctica. Cuando una de las formaciones mayoritarias de su localidad le ofreció concurrir en sus listas electorales, no tardó en dar el sí. Las ineficiencias que veía podrían corregirse si se ponía algo de sentido común y algo de profesionalidad en la gestión.