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Para qué sirve una huelga en el siglo XXI
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"ACABAN PAGANDO JUSTOS POR PECADORES"

Para qué sirve una huelga en el siglo XXI

Las huelgas son un instrumento del siglo XIX pensado para resultar efectivo en un contexto donde reinaba la producción. En la medida en que ésta se

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Para qué sirve una huelga en el siglo XXI

Las huelgas son un instrumento del siglo XIX pensado para resultar efectivo en un contexto donde reinaba la producción. En la medida en que ésta se paralizaba, no se generaban ingresos, lo que contribuía a mover la balanza del poder: los dueños de las fábricas tenían el dinero y los trabajadores la capacidad productiva, por lo que, tras un pulso sostenido, ambos estarían obligados a entenderse. Pero esa posición teórica apenas resulta aplicable a nuestra época. En primera instancia porque en Occidente apenas se produce nada: vivimos en sociedades terciarizadas, donde paralizar la producción resulta escasamente relevante como arma de negociación. Y en segundo lugar, porque la huelga, y más desde que apareció la crisis, cada vez es menos empleada sectorialmente para conseguir mejores condiciones laborales.

Sin embargo, muchas personas siguen teniendo en la cabeza esta forma de conflictividad social como la primera y única a la que acogerse. Esas imágenes de trabajadores reunidos en piquetes a las puertas de las fábricas continúan operando en el inconsciente colectivo a pesar de que ya apenas quedan fábricas en España, y quizá por ello fueran tan celebrados en algunos sectores los ecos del pasado que evocaban las recientes huelgas de los mineros asturianos.

La huelga como exhibición de fuerza

El contexto actual es muy diferente, empezando porque en el pasado la fuerza de negociación se producía a partir del daño real que causaba el parón, y hoy lo esencial no es lo el perjuicio productivo sino, como asegura Jordi Rodríguez Virgili, profesor de la Universidad de Navarra, la demostración de poder que lleva implícita. “Las huelgas, y más las generales, son un instrumento para canalizar el descontento, que se emplea no tanto como instrumento de negociación laboral cuanto como exhibición de fuerza. Se trata de hacer visible que se es capaz de paralizar un país, lo que te permite sentarte en el debate político, mostrando músculo en el debate”.

Personas que estaban de acuerdo con las reivindicaciones acaban por ponerse en contraEn ese contexto, Ramón Górriz, secretario confederal de acción sindical y número dos de CC.OO., entiende que las huelgas generales, y la próxima no será una excepción “siempre tienen efectos positivos, por más que los gobiernos se resistan. La huelga del 94 forzó que el diálogo se produjera, aun cuando tuviera lugar finalmente en el 96. Ahora estamos en un proceso de movilización creciente, donde lo que está en juego es la Europa social y la calidad de la democracia, por lo que tarde o temprano, impulsará el diálogo”.
 
Hay quienes niegan que ese efecto vaya a producirse, en tanto el Gobierno nunca convocará un referéndum para aprobar los recortes, sea cual sea el resultado de la huelga. Miguel Urbán, cabeza de lista de IA (Izquierda Anticapitalista), señalaba que la conflictividad continua en países como Grecia no ha tenido utilidad, ya que “se han llevado a cabo un montón de huelgas generales que no han servido para modificar las políticas de su gobierno”. Cree, por tanto, que este tipo de iniciativas deberían replantearse, “reconstituyéndose a nivel europeo, de forma que se puedan organizar huelgas coordinadas en todos los países de sur e incluso implicar a Francia o Alemania”.

"Estoy contigo, pero no me hagas la puñeta"

Esta conversión de la huelga en demostración de poder político arrastra a menudo a acciones de doble efecto. Y la huelga minera o de las transportes en las grandes ciudades ilustran bien este fenómeno, ya que cuanto más cortes de carretera y más dificultades de desplazamiento provocaban, más visibles eran sus reinvindicaciones, pero más perjudicaban a quienes no tenían ninguna relación con el asunto. Como señala Rodríguez Virgili, “acaban pagando justos por pecadores, ya que no perjudican ni a los empresarios ni al estado, sino al ciudadano común. Eso provoca que gente que estaba de acuerdo con las reivindicaciones acabara poniéndose en contra. A los mineros les decían: estoy contigo, pero no me hagas la puñeta”.

Se han hecho un montón de huelgas generales en Grecia y no han servido para cambiar las políticasPara Julio Embid, subdirector de Estudios de Progreso de la Fundación Alternativas, la hostilidad causada por las molestias es relativa, toda vez que dependerá de la posición previa que se haya adoptado respecto del conflicto. “Si una persona es simpatizante, comprende la situación y aguanta los perjuicios sin demasiado problema”. Según Urbán, la idea final que el ciudadano se hace de la movilización tiene que ver con que se logren conectar los intereses de los huelguistas con los de la población general. “Un paro en educación también se produce porque la calidad está quedando afectada y eso preocupa mucho a los padres. Si esto se hace visible, la huelga se convierte en exitosa”.

La guerra, en los medios

Las huelgas, pues, se han convertido en luchas por la visibilidad. Como explica Rodríguez Virgili, “en todo acto público, tan importante como la realidad es la percepción de la ciudadanía. La cantidad de información a la que podemos acceder directamente es limitada, por lo que dependemos en gran medida de la cobertura de los medios. Una manifestación y una huelga son también una guerra de percepciones, a la que ahora contribuyen en una nueva medida las redes sociales”.

A la hora de difundir el éxito o el fracaso de una de estas iniciativas, una buena medición de la capacidad de convocatoria se vuelve crucial. Especialmente porque los instrumentos técnicos nos permiten conocer con mucha mayor precisión el éxito o no de las movilizaciones. Así ocurre con las manifestaciones. “Basta con tomar una captura del espacio donde ha tenido lugar mediante satélite, calcular informáticamente los metros cuadrados y multiplicar por cuatro, que son las personas que caben en cada metro cuadrado, y obtendremos una cifra con un margen de error muy bajo. Por eso, lo que no puede ser es que teniendo la misma foto de la plaza de Neptuno, unos días, como el 25S, haya 8.000 personas y en convocatorias anteriores, 700.000”. Lo que resulta particularmente importante ahora que la huelga general se ha convertido en una manifestación de 24 horas.

Las huelgas son un instrumento del siglo XIX pensado para resultar efectivo en un contexto donde reinaba la producción. En la medida en que ésta se paralizaba, no se generaban ingresos, lo que contribuía a mover la balanza del poder: los dueños de las fábricas tenían el dinero y los trabajadores la capacidad productiva, por lo que, tras un pulso sostenido, ambos estarían obligados a entenderse. Pero esa posición teórica apenas resulta aplicable a nuestra época. En primera instancia porque en Occidente apenas se produce nada: vivimos en sociedades terciarizadas, donde paralizar la producción resulta escasamente relevante como arma de negociación. Y en segundo lugar, porque la huelga, y más desde que apareció la crisis, cada vez es menos empleada sectorialmente para conseguir mejores condiciones laborales.