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"Cuanto más rápido vivimos, menos tiempo tenemos"
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LA ACELERACIÓN PERPETUA NOS HACE INFELICES

"Cuanto más rápido vivimos, menos tiempo tenemos"

Los madrileños caminan tres veces más rápido que los habitantes de Blantyre (Malaui), pero no tanto como los habitantes de Copenhague, la capital danesa, que son

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"Cuanto más rápido vivimos, menos tiempo tenemos"

Los madrileños caminan tres veces más rápido que los habitantes de Blantyre (Malaui), pero no tanto como los habitantes de Copenhague, la capital danesa, que son aún más rápidos. Mientras en la capital española se tardan casi once segundos en recorrer dieciocho metros, los habitantes de Malaui tardan treinta y un segundos en recorrer el mismo espacio, y los daneses, por su parte, apenas diez. Se trata de un curioso estudio realizado por investigadores del Consejo Británico que, básicamente, confirma algo que sospechábamos: cuanto más urbana, moderna, avanzada y tecnológica es nuestra sociedad, más abocados estamos a vivir rápidamente.

Cristóbal Colón tardó en cruzar el Atlántico más de cinco semanas, cuando hoy lo podemos hacer en apenas doce horas; una carta podía tardar años en llegar de un extremo a otro de Europa en la Antigüedad, mientras que ahora, gracias al correo electrónico, la comunicación es inmediata; y un copista podía reproducir como máximo tres o cuatro libros al año, cuando hoy en día los ebooks nos garantizan una reproducción automática e instantánea. Y sin embargo, a pesar de todo el tiempo que ahorramos, nos encontramos cada vez más estresados.

 A toda velocidad hacia la insatisfacción

El teórico francés Paul Virilio escribió que “hacemos las cosas más rápido porque la velocidad nos divierte, llama nuestra atención. Produce excitación y nos saca del aburrimiento. Nada es aburrido si es lo suficientemente rápido. La velocidad es una nueva forma de éxtasis, la amamos hasta que nos asusta porque produce una descarga de adrenalina, una intensificación de la existencia”. La velocidad ha sido clave en la formación de la sociedad moderna en la que nos hemos criado. Sin embargo, parece ser que esta velocidad ya no nos lleva al éxtasis, sino a la insatisfacción de no poder satisfacer nuestras expectativas: multiplicamos nuestras experiencias, aun a costa de no disfrutarlas plenamente. Como dice el profesor de la Universidad de Jena Hartmut Rosa, “no tenemos tiempo, a pesar de que lo ganamos en abundancia (a través de la aceleración social)”.

El crecimiento perpetuo

Así pues, si estamos inmersos en un sistema que exige de nosotros estar en constante movimiento, ¿qué podemos hacer, si somos meras piezas del engranaje? "Creo que colectivamente sí que hay cosas que podamos hacer. El problema no son el crecimiento o la aceleración de por sí: si hay escasez, el crecimiento es bueno, y si existe un problema, la innovación es necesaria. El problema con las sociedades modernas, capitalistas, es que tienen que crecer, acelerar e innovar no para alcanzar una meta o resolver una crisis, sino simplemente para reproducir su estructura, para mantener el statu quo. Lo puedes ver en España (o en cualquier otro país) hoy en día: si la economía no crece, no se acelera, luego hay crisis y depresión. Así, necesitamos una sociedad que pueda estabilizarse a sí misma sin tener que buscar necesariamente la aceleración y el crecimiento perpetuos".

El gran error de nuestra era es la firme creencia de que el crecimiento, la aceleración y la innovación hacen la vida mejor

Para ello, Rosa propone tres estrategias esenciales que debemos afrontar como colectividad para poder alcanzar ese mundo decelerado en el que seríamos más felices. "En primer lugar, una reforma económica para una sociedad capitalista como la que conocemos que necesita obligatoriamente crecer. En segundo lugar, una reforma del Estado de bienestar: la lógica de la distribución y redistribución de nuestra sociedad depende del crecimiento. Un primer paso para resolver ese problema podría ser la introducción de un ingreso mínimo para todos. No es socialismo, y tiene sentido económicamente hablando", se atreve a proponer, adhiriéndose a las ideas del filósofo francés André Gorz.

Reconectando con el mundo

"En tercer y último lugar, necesitamos una nueva concepción de qué es vivir bien, una visión más cultural. Sólo podemos llevar esto a cabo de forma colectiva. Creo que el gran error de nuestra era es la firme creencia de que el crecimiento, la aceleración y la innovación hacen la vida mejor", afirma Rosa. "En muchos sentidos, nos hacen cada vez más miserables. Así que pensemos en ello de otra forma: creo que podemos determinar el punto en el que el crecimiento perpetuo conlleva a la alienación, de la gente, de los lugares, de las cosa, de nuestras actividades, de nuestros cuerpos, etc. El opuesto a esta alienación es, creo yo, la 'resonancia'".

¿De verdad nuestra sociedad tiene tiempo para la belleza?

Rosa propone su fórmula para llevar a ese estado de "resonancia". "Somos felices cuando sentimos que el mundo resuena con nosotros: cuando responde y vibra a nuestro contacto. Tenemos este tipo de experiencias cuando interactuamos con los demás, pero también gracias al arte, la música, la naturaleza, el océano o las montañas, y para mucha gente, también gracias a la religión", indica. "Pero en cada caso, la resonancia sólo puede desarrollarse cuando gozamos del tiempo necesario para que cada uno pueda hacer suyos los lugares, los libros, la gente. Así, al final, podemos re-conquistar el mundo, y obtendremos una vida mejor para todos. Esa es, al menos, mi visión".

Se trata de una concepción no tan lejana de aquella del trascendentalismo americano de autores como el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, que escribió estos célebres versos: "de pie sobre la tierra desnuda, bañada mi frente por el aire leve y erguido hacia el espacio infinito, todo mezquino egoísmo se diluye. Me convierto en un ojo transparente; nada soy: veo todo. En el paisaje tranquilo y, especialmente, en la lejana línea del horizonte, el hombre contempla algo tan hermoso como su propia naturaleza". Pero, ¿tenemos tiempo para ello?

Los madrileños caminan tres veces más rápido que los habitantes de Blantyre (Malaui), pero no tanto como los habitantes de Copenhague, la capital danesa, que son aún más rápidos. Mientras en la capital española se tardan casi once segundos en recorrer dieciocho metros, los habitantes de Malaui tardan treinta y un segundos en recorrer el mismo espacio, y los daneses, por su parte, apenas diez. Se trata de un curioso estudio realizado por investigadores del Consejo Británico que, básicamente, confirma algo que sospechábamos: cuanto más urbana, moderna, avanzada y tecnológica es nuestra sociedad, más abocados estamos a vivir rápidamente.