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No es un camarero, es un intelectual precario
  1. Alma, Corazón, Vida
"CONFORMAN UNA MINORÍA CRÍTICA MUY ESPABILADA Y DESPIERTA"

No es un camarero, es un intelectual precario

“Le preguntas a un barman o un camarero por aquí, ‘¿qué es lo que haces?’ y te contestará ‘soy actor’, o ‘soy cantante’, o ‘soy escritor’.

Foto: No es un camarero, es un intelectual precario
No es un camarero, es un intelectual precario

“Le preguntas a un barman o un camarero por aquí, ‘¿qué es lo que haces?’ y te contestará ‘soy actor’, o ‘soy cantante’, o ‘soy escritor’. Después de unos años tienes que ser honesta contigo misma y contestar que eres camarera”. Lo decía el personaje de Uma Thurman en la película La chica del gangster, pero lo podría decir Julia, que pone copas en un bar del centro de Madrid, sin contrato, por 1000 euros al mes, dejándose el lomo sin perder la sonrisa radiante. Es licenciada en periodismo y ciencias políticas, tiene varios libros de poemas publicados, una novela terminada en busca de autor y toca en una banda de jazz. Ninguna de esas cosas le ha dado un duro en esos 29 años que luce con insultante autoridad. La diferencia es que ella es combativa y tiene esperanza. 

“Esto es normal y aberrante a un tiempo”, comenta, “aquí la universidad factura licenciados sin entrenamiento práctico alguno, carne fresca para empresas que les hacen currar sin pagar un duro. Somos una generación de sobrecualificados que se creían el cuento de sus padres y se ha estampado con la realidad que ellos mismos construyeron”.

“Hay una generación entera de artistas detrás de las barras”, apostilla su compañero David, licenciado en derecho y Arte Dramático por la RESAD, actor en más de veinte cortos y en decenas de obras de teatro y director. “Queda muy bonita la historia del triunfador que cuenta que una vez puso copas. Pero la realidad es otra. La realidad es que se nos explota como a burros aprovechando que tenemos un sueño y que haríamos casi cualquier cosa por conseguirlo”. 

Las deudas como resultado del éxito

Decía Virginia Woolf sobre ese sueño y sobre las penalidades del oficio de escritor que “(...): acentuando todas esas dificultades y haciéndolas más insoportables, está la indiferencia notoria del mundo. El mundo no pide a las personas que escriban poemas y novelas; no los precisa (...). Claro, no paga lo que no precisa". Dentro de esa afirmación viven Julia, David y otros tantos. Mario, por ejemplo, que hoy vuelve a ser camarero en un nuevo bar. En su temporada de paro ha estado girando con su banda de rock. Tienen dos discos, y la crítica española y extranjera se ha deshecho en elogios hacia ellos. El resultado: deudas, y una enorme satisfacción que no da de comer. La barra, en cambio, sí.

Trabajar sirviendo copas se ha convertido en un privilegio

Hay “ventajas", claro, en ser camarero, como comenta Petra, guionista y actriz: “conoces mucha gente, es un trabajo dinámico, tus preocupaciones laborales son mínimas, puedes beber e ir vestida como quieras. Y además puedes, no cobras y punto”. “También hay una relativa libertad que otorga el poder cambiar días o turnos de trabajo ante épocas de exámenes o giras de conciertos”, apunta Mario.

Sin embargo, este tipo de trabajo, que se solía encontrar fácilmente hace un par de años, cuando los bares aún se rifaban a un buen camarero, se ha convertido con la crisis casi en un privilegio. “La situación ha cambiado notablemente”, confirma Mario, “ahora mismo no puedes rechazar ningún empleo". En esa tesitura, el umbral de la pobreza queda peligrosamente cerca. Decía el intelectual norteamericano Lionel Trilling en su libro Más allá de la Cultura, escrito en la década de los sesenta, que "la nuestra es la primera época en que abundan grandemente los hombres que aspiran a los más altos logros en el ejercicio de las artes y que, al frustrarse, forman una clase de desheredados, una clase que cruza las antiguas barreras de las demás, hombres que constituyen un proletariado del espíritu". La crisis parece acercar a ese grupo social a niveles de subsistencia, y los sociólogos se han ocupado de esa deriva y la posibilidad de aparición de bolsas de pobreza “intelectualizada” que constituirían casi una clase en sí misma.

Destinados a grandes cosas

Como comenta Antonio Santos Ortega, profesor titular del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universidad de Valencia, “en realidad es algo más que una mera posibilidad, es un hecho. En Francia, se habla de ‘intelectuales precarios’, que viven por debajo del umbral de pobreza y alternan pequeños trabajos para los que han sido formados, pero que no dan para vivir, con trabajos provisionales en la hostelería o en el comercio. En Italia se habla del Precariato, que básicamente responde a la misma idea, pero que ha alcanzado un mayor nivel de movilización política, situándose al margen del movimiento obrero convencional y aportando una creatividad que, aunque minoritaria, ha conseguido una superioridad moral respecto a las consignas posibilistas de los sindicatos tradicionales”.

Pese a la situación, ese grupo social parece destinado a aportar grandes cosas: “A veces”, dice Santos Ortega, “este es el único caudal en una sociedad con una cultura política tan atemorizada como la actual, donde casi la única alternativa por ahora es incomodar. Es un movimiento muy marcado por el arte, el diseño provocador de las campañas y de las consignas y el uso de los medios audiovisuales creativos para su acción política”.

El patrimonio de los padres es la base del sustento de muchos jóvenes

Santos Ortega distingue entre la época de la que habla Trilling y la nuestra, porque, dice, “la universidad de masas ha perdido absolutamente su conciencia crítica. Se ha ligado a la inserción laboral y los jóvenes salen en tropel deseando tener un buen empleo. Esto es así al menos en humanidades y ciencias sociales. Están perplejos, desorientados, predomina la desidia”. Ante tanta inacción, existe, como siempre, una minoría: “Es una minoría crítica muy preocupada por lo que está pasando y particularmente espabilada y despierta”.

Es indiscutible que la juventud inestable y de bajos ingresos no ha creado por sí misma la suficiente base económica para emanciparse”, explica Santos Ortega. “El patrimonio de los padres, atesorado en los años de crecimiento económico y viviendas asequibles para las clases populares, es la base de sustento de muchos jóvenes. Para ellos, la residencia depende de dicho patrimonio, sea porque heredarán la casa paterna o porque residen en ella largos periodos, en una juventud dilatada. Por ello, la mayoría encontrará un acomodo y no se producirán grandes cambios determinantes en la estructura social. Tras la etapa juvenil, y después de acumular unos años de fuerte explotación, temporalidad e inestabilidad, hasta ahora se ha encontrado un empleo, mejor o peor, que conforma y mete en la rueda a los jóvenes”.

“Lo que importa es tu capacidad de aprendizaje”

La mayor parte de los implicados en este proceso de explotación, que remedio, viven la situación con esfuerzo y esperanza. Como dice Petra, “el dinero lo necesitas para comer y el arte lo necesitas para comer, están juntos, sin las dos no puedes vivir. El trabajo bien hecho es igual de satisfactorio en una cocina o en una banda de jazz. Lo que importa eres tú y tu capacidad de aprendizaje. Y eso ocurre en cualquier rincón del mundo”.

Algo más escéptico, Mario reconoce que él ha pensado en irse en busca de pastos más verdes: “He pensado mucho y sigo pensando constantemente en la posibilidad de emigrar a otro lugar donde, con el mismo esfuerzo invertido, pueda lograr mayores beneficios que se traduzcan en cantidad y calidad de tiempo libre para mis otras motivaciones”.

El futuro es incierto, como reconoce Santos Ortega: “lo que pasará en los próximos años es una incógnita. El malestar en el trabajo es angustioso, la vida laboral es bastante sórdida, genera identidades muy negativas y esto no puede mantenerse indefinidamente. Por ahora, el ocio y el consumo son hipnóticos que funcionan, pero que la vida laboral tenga tan poco sentido es algo que cambiará las cosas”. En todo caso, conserva esa esperanza que guardan dentro todos esos barmans a los que no prestamos atención: Si se trata de un “sueño artístico” seguro que sí hay lugar para él. Ni siquiera una crisis global puede parar un sueño. Eso sí, tendrá que ser un sueño bastante austero, muy bohemio y más de cerveza que de whisky y hoy quizá con algún sacrificio añadido”.

“Le preguntas a un barman o un camarero por aquí, ‘¿qué es lo que haces?’ y te contestará ‘soy actor’, o ‘soy cantante’, o ‘soy escritor’. Después de unos años tienes que ser honesta contigo misma y contestar que eres camarera”. Lo decía el personaje de Uma Thurman en la película La chica del gangster, pero lo podría decir Julia, que pone copas en un bar del centro de Madrid, sin contrato, por 1000 euros al mes, dejándose el lomo sin perder la sonrisa radiante. Es licenciada en periodismo y ciencias políticas, tiene varios libros de poemas publicados, una novela terminada en busca de autor y toca en una banda de jazz. Ninguna de esas cosas le ha dado un duro en esos 29 años que luce con insultante autoridad. La diferencia es que ella es combativa y tiene esperanza.