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¿Nos atraen las mujeres con carácter?
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"SIN SEXUALIDAD, NO PUEDE ALCANZARSE VERDADERO PODER POLÍTICO"

¿Nos atraen las mujeres con carácter?

"Tenía un aura sexual que se debía en parte al precioso peinado, a la sonrisa de unos dientes sanos, a un discreto maquillaje, a su figura.

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¿Nos atraen las mujeres con carácter?

"Tenía un aura sexual que se debía en parte al precioso peinado, a la sonrisa de unos dientes sanos, a un discreto maquillaje, a su figura. Tal aura no puede deberse exclusivamente a los productos de un dietista o al arte de un especialista en belleza. Se tiene una fuerte sexualidad o no se tiene". No sorprende tanto averiguar quién escribió estas palabras, el autor de La naranja mecánica, Anthony Burgess, como el objeto de las mismas: la por entonces primera ministra Margaret Thatcher. "Me recordó que no puede alcanzarse el verdadero poder político sin la sexualidad. Se lo mencioné en cierta ocasión a un grupo de jóvenes con vaqueros, pero ellos no podían verlo". Así pues, Burgess negaba esa imagen gélida de la británica que la mayor parte del público compartía, al mismo tiempo que establecía la sexualidad como virtud imprescindible en la arena política.

En los términos de Burgess, la política y la sexualidad irían irremediablemente de la mano; es lo que se ha conocido tradicionalmente como erótica del poder. La controvertida sociobiología apunta que no es necesario que una persona nos atraiga por su apariencia o carácter para que nos excite sexualmente. Según esta perspectiva, el ser humano busca que sus genes sean intercambiados con aquellos más exitosos, por lo que un estatus social elevado podría constituirse en objeto de deseo por sí mismo, incluso a un nivel inconsciente. En ese sentido, la ambición, el éxito y el autocontrol se consideran valores positivos.

"Sólo por el hecho de que sea mujer, no significa que actúe como tal". Renate Künast, diputada alemana del Partido Verde, pronunció en 2005 estas palabras refiriéndose a la entonces recién elegida canciller alemana Angela Merkel, líder de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU). Con sus polémicas declaraciones, se atrevió a enunciar lo que muchos han vuelto a plantear en repetidas ocasiones: que Merkel desempeña un rol de género más masculino que femenino. En nuestro país nos hemos encontrado recientemente con el ejemplo opuesto. En la recta final de la campaña electoral, Carme Chacón emergió como candidata a la futura dirección del PSOE, algo que sus críticos rechazaron, en tanto Chacón representaba una visión excesivamente emocional de la mujer, alguien débil que tendría problemas en el exigente circuito de la política internacional y en el entorno más complicado aún de los mercados financieros.

Los ‘únicos hombres’ de sus gabinetes

Chacón se distanciaría así de mujeres como Margaret Thatcher, Golda Meir o Indira Gandhi, quienes fueron jocosamente consideradas como los "únicos hombres" de sus respectivos gabinetes. Ese modelo, bien representado por la Dama de Hierro, y caracterizado por el rictus tenso y la frialdad gestual, está muy cerca de características típicamente masculinas, que son las que terminan convenciendo a los hombres de que estamos ante un líder de verdad.

Esos rasgos varoniles se dejarían sentir en numerosos detalles en cuanto a comportamiento y apariencia. El más evidente suele ser el del vestuario. Merkel utiliza ese traje chaqueta típico de las mujeres con poder que hemos visto en muchas otras figuras masculinizadas, caso de Hillary Clinton. Y se trata de un elemento mucho más eficaz de lo que podría parecer, ya que contribuye a una desexualización particularmente útil cuando se quiere dar imagen de líder serio. En realidad, la vestimenta es sólo el signo más visible, y quizá por ello el más determinante, de la imagen de género que las propias políticas proyectan. La concepción tradicional y el prejuicio apuntan, a que la utilización del pantalón es un intento de acercarse al rol genérico masculino. La utilización de la prenda perseguiría la relativización del papel que juega el sexo en la representación de la imagen pública, una estrategia para trasladar las cuestiones de género a un segundo plano.

Margret Lünenborg, profesora de periodismo en la Universidad Libre de Berlín y experta en la representación en los medios de comunicación de la mujer, mantiene a este respecto que "a pesar de todos los esfuerzos de Merkel por minimizar el rol de su género y no llevar a cabo sus políticas 'como una mujer', la cobertura de la prensa (particularmente la amarilla) cae una y otra vez en imágenes estereotipadas”. Las concepciones tradicionales de lo masculino y lo femenino se convierten en un filtro a través del cual las imágenes de las figuras públicas son presentadas en la prensa. “No hay duda de que los medios no están describiendo los eventos políticos, sino creando su propia construcción de la política. Y en este constructo, los protagonistas siempre se definen por su género: de ahí el '¡Esto es así!' de Gerhard Schröder agitando su puño en la mesa de negociación se pasa a la 'Reina del Poder', como fue denominada Merkel".

¿Las mujeres masculinas tienen menos sexo?

Susan Douglas publicó el pasado año Enlightened Sexism, un polémico ensayo en el que defendía que "el sexismo ilustrado es una respuesta a la amenaza percibida de un nuevo régimen del género. Insiste en que las mujeres han realizado un gran progreso gracias al feminismo. De hecho, casi se ha alcanzado la igualdad absoluta. Y por lo tanto, ahora es permisible, incluso divertido, resucitar estereotipos sexistas sobre las chicas". Además, Douglas afirma que este nuevo sexismo, debido a su carácter hedonista, es igualmente compartido por mujeres que consideran que el feminismo de los años sesenta y setenta ya ha sido superado. Quizá nos encontremos ya en el territorio del post-machismo, al que tanto hombres como mujeres contribuyamos de forma frívola, desenfadada y algo irresponsable en ese carrusel de espejos deformantes que es el panorama de la vida pública. O quizá, como ocurre en muchos otros ámbitos, el hecho de que podamos bromear sobre ello significa que efectivamente hemos dado un paso adelante en la representación del género.

"Tenía un aura sexual que se debía en parte al precioso peinado, a la sonrisa de unos dientes sanos, a un discreto maquillaje, a su figura. Tal aura no puede deberse exclusivamente a los productos de un dietista o al arte de un especialista en belleza. Se tiene una fuerte sexualidad o no se tiene". No sorprende tanto averiguar quién escribió estas palabras, el autor de La naranja mecánica, Anthony Burgess, como el objeto de las mismas: la por entonces primera ministra Margaret Thatcher. "Me recordó que no puede alcanzarse el verdadero poder político sin la sexualidad. Se lo mencioné en cierta ocasión a un grupo de jóvenes con vaqueros, pero ellos no podían verlo". Así pues, Burgess negaba esa imagen gélida de la británica que la mayor parte del público compartía, al mismo tiempo que establecía la sexualidad como virtud imprescindible en la arena política.