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¿Dios es amor? No, Marx es amor
  1. Alma, Corazón, Vida
LOS PADRES DEL 15 M Y DE OCCUPY WALL STREET ABOGAN POR LA GESTIÓN DEMOCRÁTICA DE LO COMÚN

¿Dios es amor? No, Marx es amor

“Mencionábamos el amor y se empezaban a reír. Pensaban: qué hacen estos, se han vuelto new age. Entre la gente mayor es difícil utilizar un término

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¿Dios es amor? No, Marx es amor

“Mencionábamos el amor y se empezaban a reír. Pensaban: qué hacen estos, se han vuelto new age. Entre la gente mayor es difícil utilizar un término como ese, pero no entre los jóvenes, que lo reciben mucho mejor”.  Pero cuando Toni Negri y Michael Hardt se refieren al amor, no lo hacen como sinónimo de una fusión con lo divino o desde lo puramente carnal, sino que aluden a su potencialidad como concepto político.

Puede que una palabra como amor suene rara en la boca de los autores (marxistas) de Imperio, Multitud y del recién publicado Commonwealth (Akal), una trilogía que ha sido tildada de Manifiesto Comunista del siglo XXI, y que ha inspirado de modo directo las grandes movilizaciones que estamos viviendo en este inicio de siglo. Pero quizá no sea tan extraño: si el trabajo teórico de Hardt, profesor en la Universidad de Duke, y de Negri, investigador, escritor y viejo activista político, está detrás de las formas de relación y de organización de acampadas y asambleas como las del 15 M u Occupy Wall Street, es precisamente porque sus análisis teóricos y el lenguaje que utilizan enganchan con un lector que está a la búsqueda de instrumentos que le permiten entenderse en un contexto tan confuso como el presente.

En este orden, el amor, “que es una fuerza de asociación transformadora”, y que es algo muy presente en las calles neoyorquinas o en la Puerta del Sol, si lo entendemos como “encuentro entre singularidades diferentes”, puede acabar provocando “una nueva organización política de los afectos”, según explica Hardt.  Máxime cuando lo que late en el fondo del concepto no es una nueva filosofía perroflauta, sino una vieja referencia a una dicotomía habitual en la historia de las ideas: Negri y Hardt contraponen la idea del amor como fuerza fundadora de la sociedad, que recogen de Spinoza, a la imagen del miedo como impulsor de las relaciones sociales que propugnaba Hobbes. Dos modelos de relación, dos formas de ver la sociedad que están frecuentemente enfrentadas.

Política neohippie

Es esa insistencia neohippie en lo relacional es lo que termina constituyendo el gran aporte de Negri y Hardt a los nuevos movimientos, en tanto desde ella es posible dar una mucho mejor respuesta a demandas que se plantean con insistencia. Así, gran parte de las peticiones políticas del siglo XXI no están ligadas a contenidos ideológicos concretos, sino a asuntos relacionales: no importan tanto las ideas que se defienden, como los mecanismos que se ponen en marcha para defenderlas. Lo que las asambleas del 15 M pedían era en primer lugar una forma de hacer política participativa y horizontal, donde los representantes y representados fueran lo mismo y donde la toma democrática de decisiones fuese la norma. Como asegura Hardt, “cada vez que los medios llegan a las acampadas, y está ocurriendo también en las de Wall Street y en las del resto de ciudades estadounidenses,  preguntan ¿dónde está el líder? ¿Quién es el portavoz? Y desde Seattle, desde el 99, las nuevas formas de organización han eliminado la verticalidad de sus estructuras. No están centralizadas, funcionan en red, ya no se dividen entren quienes mandan y quienes obedecen”.

Estas formas organizacionales, además, se corresponden con cambios vividos a gran escala. En la medida que hay un nuevo orden mundial, con nuevas expresiones del poder, también deben darse otras formas de organización de la resistencia. Según explica Hardt, ya no es posible hablar de EEUU como país hegemónico, pero no porque vaya a ser sustituido por otra potencia, caso de China, sino porque estamos asistiendo a una nueva forma de soberanía global, “una red desigual en la que se mezclan varios poderes, como los estados nación, los organismos supranacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial)  y poderes no estatales que van desde las ONG hasta los medios de comunicación”.  En ese contexto, el centro del problema no está en la relación desigual entre el primer y el tercer mundo, o entre el patrón y el obrero, como se entendía en la época del imperialismo, sino “desde la gestión de la riqueza social común.  La gestión privada y la gestión estatal han fracasado. El keynesianismo y el neoliberalismo son de imposible realización. Por lo tanto, no se trata ahora de dejar todo en manos de las empresas o de expandir la presencia del estado, o de centralizar todo al modo soviético, sino de desarrollar una gestión democrática de nuestros recursos naturales e intelectuales”.   

"No tenemos miedo"

Pero que no exista el viejo imperialismo no quiere decir que no haya poderes que se impongan de forma violenta. “Hay muchas personas que piensan que el mundo de las finanzas está siendo desleal y que los políticos deberían castigarle, como está ocurriendo en Islandia. Pero ese planteamiento es irreal, porque no hay ninguna diferencia entre el poder y las mercados financieros. No hay posibilidad de mediar entre uno y otro, porque son lo mismo. Según Negri, pensar en combatir esa violencia de las finanzas con la fuerza “es plantear falsamente el problema. Hay que buscar otras formas de movilización y de acción”. Para Hardt, es evidente que “existe en los nuevos movimientos un rechazo generalizado a la violencia, y más a esa violencia cliché que a los medios les gusta difundir. Quizá es que, como la gente ahora no tiene miedo, no necesita recurrir a actitudes agresivas”.

En todo caso, lo que parecen dejar claro las ideas contenidas en la trilogía que cierra Commonwealth no es hasta qué punto han cambiado las demandas políticas de nuestro tiempo: que la izquierda materialista abogue por las relaciones horizontales y por la gestión democrática de lo común y que utilice conceptos como el amor, nos señala  cómo lo que ha cambiado definitivamente es la misma sociedad.

“Mencionábamos el amor y se empezaban a reír. Pensaban: qué hacen estos, se han vuelto new age. Entre la gente mayor es difícil utilizar un término como ese, pero no entre los jóvenes, que lo reciben mucho mejor”.  Pero cuando Toni Negri y Michael Hardt se refieren al amor, no lo hacen como sinónimo de una fusión con lo divino o desde lo puramente carnal, sino que aluden a su potencialidad como concepto político.