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Soy un hikikomori, mi mundo es mi habitación
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UN MILLÓN DE JÓVENES JAPONESES VIVE DURANTE AÑOS AISLADO DE LA SOCIEDAD

Soy un hikikomori, mi mundo es mi habitación

Apartarse de la familia y la sociedad y dar la espalda al mundo y a cualquier tipo de relación encerrándose en una habitación durante meses e

Foto: Soy un hikikomori, mi mundo es mi habitación
Soy un hikikomori, mi mundo es mi habitación

Apartarse de la familia y la sociedad y dar la espalda al mundo y a cualquier tipo de relación encerrándose en una habitación durante meses e incluso años es uno de los comportamientos que algunos jóvenes japoneses han decidido adoptar para huir de las presiones o de traumas y conflictos.

Se trata de los ‘hikikomori’, las víctimas de un síndrome homónimo nacido en Japón y que en España se conoce como el de la “llave cerrada”. Esta enfermedad social provoca que adolescentes y universitarios se aíslen por completo del mundo exterior de forma voluntaria, permaneciendo encerrados en una habitación durante semanas, meses o años.

Lo más frecuente es que en su encierro estos jóvenes estén acompañados únicamente de videoconsolas y ordenadores, aunque en la mayoría de los casos la basura acumulada termina por ser omnipresente en la estancia. Las razones que les llevan al confinamiento pueden ser múltiples pero las más comunes son el rechazo social en el colegio, un fracaso amoroso o el pánico a no ser capaces de cumplir las expectativas que la sociedad posa sobre ellos.

Por ese motivo, este síndrome afecta más a los hombres que a las mujeres, ya que en la sociedad nipona son ellos los protagonistas y los que reciben más presión para conseguir una buena casa, una buena esposa y un buen trabajo. Según el psiquiatra japonés Tamaki Saito, un 86% de los ‘hikikomori’ son varones, aunque resulta difícil dar cifras exactas porque la vergüenza hace que muchas familias no hagan pública esta actitud de sus hijos.

Sin embargo, una investigación del año 2005 de NHK estima que hay aproximadamente un millón y medio de jóvenes en esta situación. Si a esta cifra añadimos todos los tipos de hikikomori, por ejemplo, el pre-hikikomori (jun-hikikomori), que el que sale de vez en cuando y asiste al colegio o universidad algunas veces pero carece de toda relación social, el número total sería de unos 3 millones.

Compañía digital, si acaso

En muchos casos estos jóvenes, que no consienten en mantener contacto ni siquiera con sus padres (aún viviendo en la misma casa) invierten el ritmo de vida, durmiendo durante el día, y pasando la noche con el ordenador, la televisión, la consola o directamente sin hacer nada.

Como asegura el jefe de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, Jesús J. de la Gándara, en un estudio titulado ‘Hikikomori y tumbados. Un análisis literario y social sobre la conducta patológica de aislamiento social’, el hikikomori, durante sus meses o años de aislamiento, no se relaciona absolutamente con nadie, si acaso a través de internet. Y ni siquiera, porque según estudios recientes parece que solamente el 10% lo usa. Su familia sabe que sigue respirando porque devuelve vacía la bandeja de comida que le deja en la puerta y porque oyen el crujir de la madera en el piso de arriba cuando decide dar una vuelta por su pequeña habitación.

La situación puede llegar a ser insostenible en la casa pero la actitud de los padres japoneses, por lo general, es la de esperar un desenlace de forma pasiva, alimentando al hijo encerrado y respetando su actitud. Lo normal es que pasen hasta cuatro años en esta situación antes de que los progenitores decidan solicitar ayuda a algún psicólogo o bien a alguno de los 700 centros para hikikomoris que han surgido en los últimos años a lo largo de la isla.

El tratamiento que deberían seguir estos jóvenes está dando lugar a un intenso debate entre dos visiones médicas: la occidental y la japonesa. “No sólo los padres, sino también los expertos japoneses piensan que se debe esperar hasta que el hikikomori se reincorpore a la sociedad por su propia voluntad”, recuerda Gándara.

Los especialistas occidentales, sin embargo, siguen mayoritariamente la opinión del psicólogo de la Universidad de Maryland Henry Grubb, quien publicara el primer estudio académico sobre los hikikomori escrito fuera de Japón, y que sostiene que hay que forzarlo si es necesario: “Si fuera mi niño tiraría la puerta abajo. Simple. Pero en Japón los padres creen en la elasticidad, les dan tiempo y creen que es sólo una fase”, asegura.

Apartarse de la familia y la sociedad y dar la espalda al mundo y a cualquier tipo de relación encerrándose en una habitación durante meses e incluso años es uno de los comportamientos que algunos jóvenes japoneses han decidido adoptar para huir de las presiones o de traumas y conflictos.