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Por fin no conseguí nada
  1. Alma, Corazón, Vida

Por fin no conseguí nada

Cuenta Platón en uno de sus Diálogos, como Sócrates aconseja al joven y admirado Charmides sobre la cura de su mal. El efebo se quejaba de

Cuenta Platón en uno de sus Diálogos, como Sócrates aconseja al joven y admirado Charmides sobre la cura de su mal. El efebo se quejaba de que al levantarse de la cama tenía la cabeza pesada. Sócrates le responde que conoce un remedio consistente en ciertas yerbas y unas palabras mágicas sin las cuales la pócima no tendría efecto alguno. Dichas palabras irían dirigidas a tratar el alma, pues “el alma es la que debe ocupar nuestros primeros cuidados, y los más asiduos, si queremos que la cabeza y el cuerpo entero estén en buen estado”. Y es que, dice Sócrates transmitiendo lo que aprendió de los médicos tracios, “del mismo modo que no debe emprenderse la cura de  los ojos sin la cabeza, ni la de la cabeza sin la del cuerpo, tampoco debe tratarse el cuerpo sin el alma”. O lo que es lo mismo, sin tratar el todo, es imposible que la parte vaya bien.

De vuelta a nuestros tiempos y en cuanto al cuidado de los males del cuerpo, la alternativa de la gran mayoría es recurrir a la medicina y a la farmacología. El problema está en el cuidado de aquello más etéreo a lo que se ha dado en llamar alma, y que cada uno, independientemente de su creencia, puede denominar como le venga en gana. Sin embargo, hay una herramienta al alcance de todos, bien sencilla y muy asequible: la meditación. El problema no es problema. ¿O sí lo es? En Occidente vivimos una época convulsa no sólo en cuanto a nuestro sistema económico sino también en términos de alma. El gasto en antidepresivos y otros psicofármacos no deja de aumentar, tratamos de huir de nosotros mismos (titánica tarea sin posibilidad de éxito) a través del alcohol, las drogas, el abuso del consumo o del trabajo, la tasa de suicidios sube, etc.

Todo indica que nos hemos perdido y que seguimos señales que nos introducen cada vez más en un bosque bastante tenebroso, en un callejón sin salida. La meditación nos cae como algo lejano, extraño, exótico, incluso esotérico. La hemos identificado con algo propio de Oriente, asociada a religiones o filosofías extrañas, a sectas peligrosas y gurús mercachifles. Nada más lejos de la realidad. La meditación ha estado asociada a todas las tradiciones espirituales y religiones. Dentro del cristianismo, la espiritualidad mística, aunque progresivamente abandonada a medida que se imponía el ritual, la forma y la ortodoxia, ha tenido una gran relevancia. Son numerosos los pasajes de los evangelios en los que Jesús invita a sus seguidores a la contemplación y a la meditación. En España destacan las figuras de Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz.

Meditar es algo consustancial al ser humano, es contemplar, es aquietar. Pese a que no requiere de habilidades técnicas o largos preparativos, nos resulta tremendamente difícil disponer de espacio para realizarla. El proceso de socialización al que somos sometidos casi desde nuestro nacimiento nos ha alejado de la meditación. Hay un interés en ello puesto que alguien desconectado de su ser es alguien débil, manejable, manipulable. Hemos desechado la meditación catalogándola como una gran pérdida de tiempo, como algo improductivo, ajeno al economicismo imperante, propio de gente ociosa o inactiva.

Además, el lema “mente sana y cuerpo sano” se olvida del espíritu. Desentendidos del alma, ésta enferma, lo cual a su vez acaba por afectar al cuerpo. El componente o la raíz psicosomática de un gran número de enfermedades (algunas tan graves como el cáncer) está más que probado científicamente. Seguimos buscando remedios parciales, tratando de sanar el cuerpo, y haciendo oídos sordos al reclamo del alma, que a gritos pide autorreflexión, quietud, buscar dentro, meditación.

Algunos hablan de la meditación como una disciplina, un trabajo duro y diario que busca una recompensa en términos de paz interior, felicidad o incluso ligada a la meta de la iluminación. Yo la vivo como un camino hacia mi interior, camino donde permito que todas aquellas ideas (miedos, dudas, juicios, prejuicios etc.) que me asaltan y que intento rechazar con gran esfuerzo, tan sólo ocurren, salen a flote y no las enjuicio, simplemente las observo. La experimento como un arte que voy perfeccionando día a día, por el que la mente deja de hacer ruido y no controla como me he de sentir. Por medio de la meditación trasciendo creencias y conceptos sobre mí mismo y lo que me rodea. Me siento menos ese yo al que siempre le falta algo y más parte de un todo inexplicablemente completo. Todo ello sin ponerme ninguna meta, sin objetivos.

Hace unos años, cuando por primera vez me acerqué a la meditación, buscaba controlar mi mente y mis emociones. Lo hice después de un largo peregrinaje tratando de encontrar fuera de mi algo que me faltaba y que no sabía lo que era. Como tantos otros, tenía todo lo necesario para ser feliz (por lo menos sobre el papel) pero estaba lejos de serlo. Empecé a buscar dentro y comencé una aventura. Acostumbrado a medir todas mis actuaciones por sus logros, por el cumplimiento de objetivos, quería conseguir algo. No sabía muy bien que (paz, claridad, luz, el nirvana,…) pero eso sí, algo. Seguía funcionando con mis patrones antiguos cuando de lo que se trataba era, ¡por fin!, de no conseguir nada. Mi confusión aumentó, me perdí aún más. Hasta que me di cuenta de que se trataba de eso, de que ese yo con el que permanecía identificado se perdiera. Y ahí comenzó otro nuevo capítulo.

Para describir esa nueva aventura recurriré a alguien que alcanzó las más altas cumbres de la mística, a un maestro de la literatura y la espiritualidad, a San Juan de la Cruz. El comienzo de una de sus poesías (Coplas del mismo hechas sobre un éxtasis de harta contemplación) dice:

   Entréme donde no supe,
y quedéme no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.

¡Bienvenidos a este viaje!

Cuenta Platón en uno de sus Diálogos, como Sócrates aconseja al joven y admirado Charmides sobre la cura de su mal. El efebo se quejaba de que al levantarse de la cama tenía la cabeza pesada. Sócrates le responde que conoce un remedio consistente en ciertas yerbas y unas palabras mágicas sin las cuales la pócima no tendría efecto alguno. Dichas palabras irían dirigidas a tratar el alma, pues “el alma es la que debe ocupar nuestros primeros cuidados, y los más asiduos, si queremos que la cabeza y el cuerpo entero estén en buen estado”. Y es que, dice Sócrates transmitiendo lo que aprendió de los médicos tracios, “del mismo modo que no debe emprenderse la cura de  los ojos sin la cabeza, ni la de la cabeza sin la del cuerpo, tampoco debe tratarse el cuerpo sin el alma”. O lo que es lo mismo, sin tratar el todo, es imposible que la parte vaya bien.