Es noticia
¿Quién necesita privilegios?
  1. Alma, Corazón, Vida

¿Quién necesita privilegios?

A todos nos da por sentir a veces que los demás se aprovechan de privilegios que nosotros no hemos tenido. Parece que ser el heredero de

A todos nos da por sentir a veces que los demás se aprovechan de privilegios que nosotros no hemos tenido. Parece que ser el heredero de una gran fortuna o llevar un coche más grande y más caro es una suerte que el susodicho no sabe que tiene. ¿Seguro que tú no tienes algún privilegio por ahí escondido?

Hace siglos el privilegio era algo vitalicio e inamovible. Si nacías en las capas altas de la sociedad vivías bien con poco trabajo, y te dedicabas a jugar a las“amistades peligrosas” o a montar conspiraciones en la corte entre copa de champagne y manjar traído de oriente.

Si nacías en las capas bajas podías ser más feliz incluso, pero trabajabas todos los días de tu vida como un condenado. La democracia y el capitalismo han flexibilizado el tema: el privilegio es hoy mucho más democrático y relativo que lo fue hace tiempo.

Cualquiera que sepa darle al balón o salga bien en bikini delante de las cámaras puede convertirse en rey o reina del mundo mundial. Es curioso cómo todo el mundo se bebe sus palabras sobre la vida – o la política, si les da por el activismosúbito – como si fuesen sabiduría, cuando no hace falta estudiar para ser futbolista, modelo o cantante. Tampoco para ser político, según algunos…

Los privilegios, sin embargo, no siempre son todo lo que parecen, ni duran tanto como a uno le gustaría. Recuerdo conversaciones curiosas con un cliente mío de apellido ilustre y larga ristra de títulos. Como empresario se indignaba mucho al negociar con los directivos del IBEX 35. Mi cliente no podía creer las condiciones irrisorias, según él, que le ofrecían. Y es que, por muy marqués o conde que fuese, su peso económico y político sobre las empresas con las que negociaba era irrelevante. Era tan hormiguita como yo o como tú.

El problema de mi cliente era que siempre había sido tratado como si fuese superior por cuantos le rodearon desde pequeño. Crecer pensando que el mundo está a tus pies porque sí es un guindo del que es muy dura la caída. Tanto que algunos no se recuperan nunca.

Pero no hay que ser noble para ser privilegiado. Hay muchas variantes menos pomposas: ser el CEO de un chiringuito o el más guapo de la clase, ser el favorito de papá que nunca paga los platos rotos o la jequesa preferida que se libra del burka. Ser especial sin hacer ningún esfuerzo, tener una sonrisa magnética, ser el marido de alguien poderoso o la amante mejor cuidada del barrio. Todos hemos disfrutado alguna vez de algún pequeño privilegio.

El problema viene cuando lo damos por hecho. Mi cliente pensaba que recibir dos canicas por cada una que daba era lo normal, hasta que descubrió dolorosamente que no. Vivir con privilegios te vuelve muy dependiente. Es una muleta que se te mete bajo la piel y sustituye al hueso hasta que ya no puedes andar sin ella.

La pregunta realmente interesante no es qué privilegios les envidias a los demás, sino cuáles disfrutas desde hace tanto tiempo que los das por hecho: tus apellidos y amigos de la familia, los padrinos que te han favorecido en la empresa, tus cualidades de nacimiento, tus riquezas heredadas o incluso el hecho de nacer en este lado del mundo, donde no falta ni agua, ni comida ni electricidad.

Hacerte consciente de que tienes privilegios que otros nunca han disfrutado es el primer paso para aprender a caminar sin muletas. Valorar todo lo bien que lo has pasado mientras han durado en lugar de negarte a soltarlos es el segundo paso.¡Yo no he dicho que sea fácil!

Aquí está la trampa del privilegio: te ablanda, te mal acostumbra, y te acaba anestesiando. Como el músculo escondido dentro de una escayola, tus ganas de vivir y tu capacidad de sentir se van atrofiando hasta convertirte en un inquilino sin personalidad, sin voluntad y, encima, sin interés para los demás. Al menos no al micrófono…en foto quizás aún des el pego con un poco de photoshop.

Cuenta los privilegios que disfrutas y aprecia cada minuto de felicidad que te brindan. Bájate de tu caballo blanco de superioridad merecida antes de que la vida te baje de golpe. Respeta la fuerza y el tesón de los que son felices y ejemplares sin tener lo que tú tienes. Y cuando te sientas con fuerza, atrévete a caminar sin muletas. Te sorprenderá constatar que un día estás tanto mejor que acabes detestándolas y convenciendo a los demás de que las dejen.

¿No hubo un monje que dejó su ferrari?  Si escribió un libro sobre ello, ¡será porque le sentó bien!

A todos nos da por sentir a veces que los demás se aprovechan de privilegios que nosotros no hemos tenido. Parece que ser el heredero de una gran fortuna o llevar un coche más grande y más caro es una suerte que el susodicho no sabe que tiene. ¿Seguro que tú no tienes algún privilegio por ahí escondido?