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Cromos de éxito: ¿Sile? ¿Nole?
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Cromos de éxito: ¿Sile? ¿Nole?

Últimamente me encuentro con muchos amigos que, llegando a los cuarenta o justo rebasándolos, sienten una inquietud difícil de definir. Parece que cada día que pasa

Últimamente me encuentro con muchos amigos que, llegando a los cuarenta o justo rebasándolos, sienten una inquietud difícil de definir. Parece que cada día que pasa hace un poco más de mella en su motivación, sus ganas de triunfar y sus perspectivas de futuro. ¿Qué falta?

Me hace pensar en los álbumes de cromos que coleccionábamos con tanta ilusión cuando éramos niños. Los chicos llenaban las páginas de futbolistas o deportistas, y las niñas solíamos tener muñecas o personajes de Candy, la serie japonesa que ponían en la tele.

Pasábamos horas en el recreo del colegio intercambiando los cromos que nos sobraban por aquellos que aún no teníamos hasta completar el álbum con una satisfacción enorme que sólo duraba hasta que empezábamos un nuevo álbum.

Nuestra sociedad nos cuenta que para tener éxito en la vida hay que rellenar una serie de cromos también. En álbum del éxito profesional requiere pegatinas de todo tipo: un buen título, una oficina bonita y espaciosa, un súper coche de empresa. Para algunos el álbum debe incluir sellos de aduana de Londres o Nueva York, y para otros requiere fotos con empresarios galácticos, diplomas MBA o la pertenencia a exclusivos clubs de amigos poderosos.

El álbum de felicidad personal también tiene sus huecos a rellenar. El marido o la mujer perfecta, el niño, el perro, la casa envidiable. Los suegros socialmente respetados, la admisión en el colegio exclusivo que mata de envidia a todos los amigos, la boda de ensueño…etc, etc, etc.

El gran problema viene cuando uno ha dedicado los últimos veinte o treinta años a rellenar afanosamente el álbum que tanto le recomendaron, y se levanta un día sintiéndose vacío. La pregunta siempre es la misma: ¿Qué cromo me falta? ¿Cuál se me ha escapado? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Estoy tonto o qué me pasa?

Porque si a uno se le han roto sus mejores cromos, o aún le faltan algunos, puede seguir invirtiendo toda su energía en conseguirlos. Puede salir todos los días al colegio de la vida a intercambiar sus ‘noles’ (no le tengo) por ‘siles’ (si le tengo) con los amigos y colegas. Su sinsabor e inquietud se explican fácilmente porque aún quedan huecos por rellenar para alcanzar el éxito y la felicidad. Para los que no han completado el álbum no hay preguntas sin respuesta.

Pero para los que sí lo completaron, el orgullo de tenerlo todo resuelto y las miradas de envidia sana, o no sana, de los amigos y colegas, de repente dejan de fluir. Y entonces empiezan a pensar en comprarse otro álbum vacío que rellenar para tapar la angustia, o la sensación de haberse equivocado con el primero.

Liarse con una Surinamesa, por ejemplo. Suena exótico, divertido, lleno de sensaciones deliciosas. Hasta que ella pretende subirse al nuevo deportivo descapotable con su madre, su tía y sus tres hijos sin padre. O hasta que el inevitable divorcio  de la mujer perfecta que habías coleccionado te deje masticando polvo y durmiendo en el descapotable para ahorrar.

Tener otro hijo perfecto. Redecorar el salón veinte veces. Conseguir que la mayor se haga violinista de fama internacional o someter a tu marido y a tu cuerpo a todo tipo de curas de belleza y bótox para que parezca que sois más ideales todavía que el resto de vuestros amigos coleccionistas.

Ríete si quieres de estos ejemplos. Cada uno tenemos el nuestro. Nuestro pequeño sueño inconfesable de grandeza que remediará todas nuestras frustraciones y nos hará sentirnos vivos y jóvenes de nuevo. El problema es que los álbumes y las fantasías son cosa de niños. A los cuarenta y los cincuenta, uno tiene que cambiar el planteamiento.

Lo más duro de esta sensación indefinible de ansiedad, incomodidad, duda sobre nuestra posible estupidez, es admitir que hemos estado tan ocupados rellenando el álbum que nos hemos perdido muchas oportunidades porque no encajaban en ningún hueco del álbum.

La solución no está en rellenar otro. La felicidad por cromos no existe, por mucho que todos los anuncios del mundo pretendan convencernos de que sí. Lo que hay que hacer es dejarse llevar por esas emociones tan incómodas que queremos evitar a toda costa.

La súbita desmotivación profesional, la pérdida de confianza en el futuro, el aburrimiento total con la pareja, o las ganas de darle de bofetadas a algo o a alguien que no vemos. Todas estas emociones son el lenguaje arcaico de la parte más sabia de nuestra mente. La parte de nosotros que nos empuja a sobrevivir. A buscar, a arriesgar, a cuestionar y a crecer.

No colecciones más cromos. Siente lo que no quieres sentir. Ahí está la clave que buscas. 

Últimamente me encuentro con muchos amigos que, llegando a los cuarenta o justo rebasándolos, sienten una inquietud difícil de definir. Parece que cada día que pasa hace un poco más de mella en su motivación, sus ganas de triunfar y sus perspectivas de futuro. ¿Qué falta?