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Coaching: ¿quién lo necesita y quién lo elige?
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Coaching: ¿quién lo necesita y quién lo elige?

Si hay una expresión que rehúyo de todos los modos posibles es la tan popular expresión de que “fulanito necesita hacer coaching”, tan fácil de formular

Si hay una expresión que rehúyo de todos los modos posibles es la tan popular expresión de que “fulanito necesita hacer coaching”, tan fácil de formular para los demás, y tan poco aceptable para uno mismo.

La verdad es que el coaching es un servicio lejos de necesario. No da de comer ni hace respirar, y tampoco resuelve ningún otro requisito básico para la supervivencia. Si me apuras, ni si quiera es crítico para conseguir un buen desarrollo personal o tener una vida más o menos feliz. Puedes llegar a viejo perfectamente sin haber sufrido nunca a un incómodo coach.

Lo que pasa es que nos encanta compararnos con los demás, siempre que salgamos mejor parados, claro. Decir que otro necesita algo es un modo muy fino de decir que es débil, o incapaz, o un colgado que no consigue enfrentarse a sus desafíos como lo haríamos nosotros.

Para más INRI, los contratos de coaching que empiezan con la palabra necesidad suelen acabar bastante mal y pronto, puesto que el cliente antes o después acaba entendiendo que su coach no es mago ni marioneta a manipular.

Un director general de una gran empresa de fabricación industrial me pidió hace poco una propuesta de coaching que no necesitaba, pero que quería empezar con muchísima prisa. Este cliente estaba segurísimo de saberlo todo sobre su negocio, pero quería tener una especie de maestra regañona que le leyese la cartilla cada dos semanas para asegurarse de que no dejaba de rendir como era debido.

Obviamente encontré un modo diplomático de quitarle la idea de la cabeza, porque habríamos acabado a bofetada limpia. Él quería que yo fingiese estar por encima de él, como una maestra o una madre estricta, mientras que los dos sabíamos que yo no tenía ningún poder en su empresa o en su negocio. En cuanto yo le picase más de lo que él quería (irónicamente, era este el objetivo de mi función), me habría quitado todo el poder que me había otorgado en un segundo. Y probablemente habría sido poco elegante al hacerlo por la rabia del momento.

Por otro lado, su insistencia, casi una necesidad inconfesada, era típica de alguien que está tan desesperado con su situación que quiere que alguien o algo le salve. Más que actor frente a un desafío, parecía víctima ante una maldición, y en esta actitud no hay coaching que valga.

La gente que necesita coaching es tan peligrosa como los nadadores que se encuentran en peligro de repente, y que sucumben a una ansiedad tal que a veces ahogan al que viene a salvarlos. Si el coach no sabe dónde se mete, acaba nadando con una soga al cuello de cien kilos de peso.

Elegir el coaching es otra cosa enteramente diferente, aunque en España sea cosa de muy pocos. La gran mayoría de ejecutivos que han hecho coaching en nuestro país lo han hecho porque se lo pusieron delante después de una evaluación de rendimiento o porque lo hacían todos los componentes del equipo.

Es decir, nadie les obligó, pero tampoco hicieron ningún esfuerzo por buscar el servicio, ni por seleccionar un coach determinado. Los objetivos que se fijaron dependían de dicho informe previo, repleto de opiniones anónimas, o eran ideales bonitos poco tangibles. Se trata de procesos agradables, a veces hasta interesantes, pero rara vez memorables ni determinantes.

La situación ideal para hacer coaching de alto nivel es un ejecutivo o empresario que quiere hacer grandes cosas en poco tiempo. Es ambicioso, es eficiente, y sabe que lo único que le falta es corregir las cegueras o manías que puedan estar limitando su avance.

Este cliente busca cuidadosamente al coach adecuado, lo pone a prueba con preguntas y argumentos muy bien preparados, y si el candidato supera sus expectativas, entonces encuentra el tiempo y el dinero necesario para encajar la primera sesión a la semana siguiente. Sin retrasos y sin excusas.

El cliente que elige hacer coaching es un alumno sonriente que aprende a toda velocidad. Está entrenado para analizar sus propios errores y encontrar las opciones que no supo elegir en el pasado. No pierde tiempo en defenderse de las posibles alusiones negativas que pueda hacer el coach, sino que busca precisamente las observaciones que le brinden oportunidades de superarse. Vive sus problemas como retos, inspirando a sus equipos para ser más grandes.

Los ejecutivos que eligen hacer coaching son los líderes de un mañana en el que el conocimiento es gratis para todos, la tecnología está al alcance de cualquiera y la financiación busca proyectos diferentes, innovadores, alentadores por la confianza que transmiten sus promotores.

Y tú, querido lector. ¿Eres de los primeros o de los segundos? Piénsalo bien…es una de las respuestas que mejor definen toda una trayectoria profesional.

Si hay una expresión que rehúyo de todos los modos posibles es la tan popular expresión de que “fulanito necesita hacer coaching”, tan fácil de formular para los demás, y tan poco aceptable para uno mismo.

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