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Es la hora de los conservadores
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Es la hora de los conservadores

El discurso que pronunció la pasada semana David Cameron, líder del partido conservador británico, volvió a poner de manifiesto cómo las ideas de esfuerzo y mérito,

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Es la hora de los conservadores

El discurso que pronunció la pasada semana David Cameron, líder del partido conservador británico, volvió a poner de manifiesto cómo las ideas de esfuerzo y mérito, junto con el rechazo de una sociedad en exceso permisiva, están calando entre la sociedad, que ya demostró durante la campaña presidencial francesa lo mucho que toman en cuenta los valores a la hora de votar por un político u otro.

Acaba de publicarse en España Las ideas tienen consecuencias, de Richard Weaver (Ed. Ciudadela), libro fundacional del conservadurismo anglosajón del siglo XX y en el que se recogen muchos de los conceptos que últimamente utilizan en sus discursos los líderes de los partidos de derecha. Una de los aspectos que Weaver aborda en su ensayo, y es en el que más ha insistido el entorno político contemporáneo, es la metáfora de la sociedad como un conjunto de niños malcriados. Cameron afirmaba que “llevamos varias décadas en las que se han ido paulatinamente erosionando la responsabilidad, las virtudes sociales, la autodisciplina, el respeto mutuo, las conquistas a largo a cambio de la satisfacción inmediata”, algo que Weaver señalaba con profusión en su texto, ya que, aseguraba, nuestra sociedad no estaba estableciendo relación alguna entre recompensa y esfuerzo.

Antonio Arcones, editor de Ciudadela y director de la Fundación Burke, una de las instituciones nacionales que más están haciendo por divulgar el pensamiento conservador, señala ese aspecto como uno de los problemas esenciales a los que se ha de enfrentar nuestro tiempo. “Un mundo que te promete permanentemente que lo podrás tener todo termina generando un individuo infantil y frustrado, y acaba planteando una realidad social irrealizable”.

Arcones culpa al Estado de la actitud vital de unos ciudadanos “que sólo esperan de la vida el cumplimiento de sus deseos; todo lo demás no les interesa nada”. También podría aducirse que esa clase de comportamientos son provocados por la publicidad y por las empresas que la pagan, pero Arcones entiende que éstas juegan un papel muy secundario. “Es cierto que se generan comportamientos perniciosos y que se cae con frecuencia en la cultura de la inmediatez, como ocurre con esa gente que hace colas kilométricas para comprar un nuevo móvil simplemente para tenerlo una semana antes que los demás. Pero también es verdad que cuando compras algo has de pagar por ello, y has tenido que hacer antes el esfuerzo de ganar el dinero con que poder adquirir el producto”. Por el contrario, “el poder político maneja un número tan elevado de recursos que le permite dar cosas a la gente como si éstas fueran gratis. Y no lo son. Pero como estamos metidos en esa dinámica de que quien da más obtiene el favor del público y gana las elecciones, los políticos no hacen más que aumentar las promesas del Estado del Bienestar diciéndole al votante que no se preocupe, que ellos les proveerán de todo lo que les haga falta”.

Para Arcones, existe una diferencia esencial entre Estados Unidos y Europa, y es que allí “el ciudadano medio todavía tiene conciencia de que la libertad es suya y que el Estado debe ser sólo un cooperador necesario, no el responsable último. Los estadounidenses saben que cualquier poder político es expansivo y que, por tanto, tienen que defender la sociedad a través de asociaciones, de colectivos o de sindicatos”. Sin embargo, “aquí se piensa que lo que nos libera es depender de un estado providente. Lo que es terriblemente perverso, ya que el Estado intenta sin excepción aumentar sus esferas de poder”. Eso se ve especialmente, en opinión de Arcones, en el control de la moralidad que el Estado ha tomado como propio últimamente. “En la sociedad moderna la capacidad de prescribir lo moral, es decir, lo que está bien y lo que está mal, ha pasado al Estado. Por eso Zapatero asegura en sus discursos que seguirá transformando la sociedad, ya que sus objetivos no son garantizar la Justicia, la seguridad o la cooperación básica, sino que ha asumido el papel de generador de nuevas formas de concebir la vida”.

Qué diferencia a conservadores y progresistas

La gran diferencia entre conservadores y progresistas reside, según Arcones, en que los primeros “reconocen el mundo tal y como es, con sus imperfecciones y con los límites que conlleva lo humano. Los conservadores creen que la vida consiste en desenvolverse correctamente en un mundo que no es perfecto y que no te da lo que quieres, y por eso mismo pretenden hacerse mejores y mejorar lo que tienen a su alrededor. Quien es de izquierdas piensa que el mundo está mal hecho y por eso aspira a producir un nuevo mundo en el que los defectos desaparecerán. El progresista cree que si se dieran determinadas circunstancias se solucionarían todos los problemas. Por eso, y ya que no es capaz de ver la realidad, la izquierda genera utopías de continuo”.

Pero hay un asunto, de gran presencia en nuestros tiempos, que aleja aún más a los progresistas de los conservadores, y es que aquéllos “entienden la libertad como la separación de toda clase de vínculos; los conservadores creemos, por el contrario, que uno es libre en la medida en que reconoce límites, lazos y obligaciones, ya que darse cuenta de que existen es lo que permitirá una libertad real”. En realidad, para Arcones, se enfrentan diferentes visiones antropológicas que producen consecuencias sociales muy distintas. “Ese individuo que desde hace dos o tres siglos está intentando liberarse de todo, se está convirtiendo en realidad en alguien mucho más débil y aislado”. Y en esa dirección caminan nuestras sociedades, ya que creen “que toda vinculación es un límite del que hay que zafarse, lo que se ve especialmente bien en los asuntos morales. La izquierda no es insensible con el aborto, es sólo que cree que no puede dejar que las cosas les limiten; ellos piensan que tienen que avanzar en función del progreso, que no es otra cosa que la liberación de todo aquello que les ata. Pero salirse de la realidad para buscar la utopía no te hace más feliz; simplemente impide que reconozcas la realidad”.

Y es que, según Arcones, “las sociedades que promueven los progresistas resultan insostenibles. Ahora estamos comenzando a notar algunos de sus síntomas. De hecho, lo que señalan los discursos de Cameron o Sarkozy es que estamos ante un punto de inflexión. Porque hasta ahora, como hemos vivido en un periodo de creación constante de riqueza, no hemos tenido conflictos sociales, pero en cuanto aparezcan los problemas económicos esto va a tomar otro cariz. Y ójala no lo veamos, pero si esto se agrava, con poco empleo y alto paro de inmigrantes, la conflictividad va a arraigar”.

La mejor solución para arreglar los problemas contemporáneos, según Arcones, sería aplicar muchas de las recetas que los conservadores sugieren, ya que éstas, “siendo un bien para el conjunto de la sociedad, benefician más al ciudadano medio. Una persona que gane entre 30.000 y 36.000 euros anuales, que no es un sueldo bajo, en cuanto tenga un par de hijos, es ya un paria de la sociedad. Un profesor, un taxista, un profesional que gane ese dinero vive hoy bastante mal a causa de los impactos fiscales que está sufriendo. Y eso le ocurre a toda la clase media. Quien tiene mucho dinero carece de esos problemas; y también quienes tienen ingresos bajos, ya que el Estado subvenciona el desarraigo social. Pero quienes están en medio lo pasan bastante mal. Si no se está en ninguno de los dos extremos, el sistema no tiene ninguna gracia”. Pero, asegura Arcones, “aun cuando todavía nos pueda llevar algún tiempo que el mensaje sea entendido por los políticos, hay algunos dirigentes, como Cameron, que comienzan a comprender que la promesa permanente de que el Estado nos arreglará todo nos lleva a la quiebra, económica y humana”.

El discurso que pronunció la pasada semana David Cameron, líder del partido conservador británico, volvió a poner de manifiesto cómo las ideas de esfuerzo y mérito, junto con el rechazo de una sociedad en exceso permisiva, están calando entre la sociedad, que ya demostró durante la campaña presidencial francesa lo mucho que toman en cuenta los valores a la hora de votar por un político u otro.