Se avecina una ley seca para los menores

La cruzada no ha terminado. El vicio es su diana. O su obsesión. No vamos a reproducir aquí motes o alias que algunas lenguas regalan con desprecio a la ministra. Vayamos, pues, a lo importante. Primero fue la guerra contra el tabaco, luego contra las mini tallas, las grasas..., y ahora, contra el alcohol. No sabemos si será la última batalla que libre esta mujer al frente del Ministerio de Sanidad.

Lo que sí es seguro es que Elena Salgado lleva tiempo preparando con los suyos una ley que prohibirá la venta y el consumo a menores de bebidas alcohólicas que superen los 1,2 grados. Algunos lo llaman censura. Otros apelan a la libertad de elección. Y unos y otros se olvidan de que hablamos de menores de edad. De las monumentales borracheras juveniles de fin de semana. No hay que olvidar que está en juego la salud y, también, muchos millones de euros. País de locos. Mientras los sesudos asesores de Salgado dan forma y fondo a esta ley aún en proyecto, los empresarios de la cerveza toman carrerilla. Es una de las bebidas más consumidas por los jóvenes.

Y para que no quede duda de sus beneficios más allá del puro placer, el Centro de Información Cerveza y Salud ha otorgado una beca a un estudiante del Instituto Universitario Oncológico de Asturias para investigar la capacidad antitumoral de la cerveza en el cáncer de próstata. Ahí es nada. Ya veremos lo que sale del estudio, que en buena lógica tendría que salir a la luz más tarde que la ley antialcohol. El caso es que tanto medios de comunicación como productores se han puesto de uñas con la pretensión de la ministra, cuya medida tachan de "arbitraria", "ineficaz" y "desproporcionada".

¿Dirán lo mismo los padres? ¿Y los profesores? Si Elena Salgado sigue en sus trece y su plan para restringir la publicidad de bebidas alcohólicas sale adelante por obra y gracia de un decreto, las cosas se van a poner peor. Por lo de siempre: la pasta, por encima, desgraciadamente, de consideraciones más saludables. Es más, eso de que la ley es "un retroceso para las libertades públicas", resulta falaz, cuando no grotesco. Quienes así lo piensan, que lo mediten. Ah, y que se olviden de la maldita pasta.