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Microsoft, camino a la perdición
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Microsoft, camino a la perdición

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que Microsoft se empleaba como ejemplo de conquista de un sector tras un desembarco silencioso. De no tener nada

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Microsoft, camino a la perdición

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que Microsoft se empleaba como ejemplo de conquista de un sector tras un desembarco silencioso. De no tener nada en 1980, Ballmer, Allen y Gates levantaron un imperio que para sí habría querido el IBM de la década de los 70, considerado "el gran enemigo" por la práctica totalidad del sector tecnológico. Desde la habitación de un motel en Alburquerque, sin apenas fondos para costear la estancia, estos tres visionarios consiguieron que Windows se convirtiese en sinónimo de PC, ya fuera en casa o en la oficina.

Después llegó internet, entraron nuevos actores y la cosa se complicó para todos. Microsoft optó por diversificar negocio, aterrizando en la red por la parte de los servicios -Hotmail, Messenger, etc- y posteriormente dando el salto a la industria del ocio con Xbox. Con más de la mitad de los ingresos blindados entre el negocio de los servidores e internet y el pujante Office, Microsoft se ha podido permitir fracasos cíclicos -Windows Me, Vista...-, seguir creciendo y hasta colocar a su CEO como la persona más rica del mundo

En 2013 la estrategia de Microsoft apenas ha cambiado, pero el mercado está irreconocible. Ahora el big money tecnológico está en internet y en los dispositivos móviles. Y Microsoft no conoce ninguno de esos garitos. La pregunta es obvia: ¿y por dónde van a crecer ahora?

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Hagamos un fugaz repaso a la implantación estratégica de la marca. En materia de software Windows Phone era, quizá todavía es, el caballo de Troya de Ballmer para entrar en el mobility, favorecido en teoría por la integración con el PC de casa. Se trata de un sistema operativo con potencial para situarse entre los mejores con un gran lastre, el del que llega demasiado tarde. Y es que a estas alturas de partido pedirle a los desarrolladores de apps que programen para una plataforma con una base de usuarios raquítica se parece más a la carta a los Reyes Magos que a una maniobra empresarial razonable, por mucho que te ofrezcan una recompensa de 100.000 dólares por app

Además la cuota de mercado tendría que arrebatársela a un Android -Apple y BlackBerry cazan en coto privado-, que evoluciona más rápido, es gratuito y ofrece más opciones de personalización al fabricante. Difícil hacerse hueco por este lado.

Con Windows 8, el otro puntal, el problema es sencillo: no ofrece al usuario mejoras sustanciales que justifiquen la inversión económica y de reciclaje. Los responsables de la compañía admiten un "arranque modesto", el responsable de desarrollo dejó la compañía y una versión enmendada (8.1) ya está a la venta. No ha cuajado, y eso que actualizarse no puede ser más sencillo: basta con desembolsar 30 euros y tener una versión anterior del sistema, que no tiene por qué ser original

Con todo, en ocho meses la última entrega de Windows solo ha logrado capturar el 4,2% del mercado. Las consecuencias de evolucionar al ralentí son diversas: desde frenar la innovación más audaz hasta extender el soporte a XP hasta 2014. 

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Hay de por medio un mal estructural. Y es que la línea Windows clásica está abocada a sufrir mientras el PC de sobremesa siga en caída libre. Coincido con Ballmer en la consideración de que el ordenador personal ni está muerto ni en los últimos estertores, pero él debe concederme que por esta vía lo razonable es recortar previsiones, cruzar los dedos y buscar otra mina de la que extraer el metal.

La salida natural para Microsoft, y me remito del nuevo al gráfico del principio, es el hardware. Pero no Surface, un fiasco telegrafiado que solo ha colocado 1,5 millones de dispositivos en todo el mundo, sino Xbox. Estamos ante de una consola asentada, con buena imagen entre los jugones y que nada tiene que envidiarle a su rival PlayStation. De hecho, en la última generación consiguió igualar in extremis a PS 3 en volumen de ventas (cerca de 80 millones de máquinas vendidas). 

Pero desde Redmond han vuelto a jugar mal sus cartas. El pasado E3, como os venimos contando en Teknautas, era crucial para conocer el devenir de un negocio, el del software lúdico, que mueve 54.638 millones de euros anuales y crecerá un 6% este año. Con Nintendo programando para los más pequeños de la casa y las tablets al acecho, la batalla era cosa de dos. Y, mientras que Sony no ha tenido una maniobra remotamente lúcida en los últimos meses, con lo que ha presentado le es suficiente para echar a Xbox One a la cuneta.

Hagan dos columnas en una libreta y saquen conclusiones: con una potencia de computación semejante, Xbox costará 100 dólares más de salida que PlayStation 4, y también impondrá trabas al préstamo de juegos (solo online y con conocidos), precisará de conexiones diarias a internet... y funcionará bajo Windows 8, que si es una garantía no es de las positivas. 

Un absoluto disparate, o "pecado contra el jugador" como la han definido desde la Marina, que llega en el peor momento para Redmond. Y es que cuando la competencia ridiculiza tu lanzamiento con solo decir "así se presta un juego en PlayStation 4: lo coges y se lo das a tu amigo", es que algo va mal.

Microsoft tiene dos fracasos en el mercado y no debe permitirse un tercero. Poco importa ya si las medidas provienen del lobby de los derechos de autor de EEUU o del Papa de Roma. En el tiempo que queda hasta el lanzamiento de Xbox One se debe dar la vuelta a la situación, ya sea desdiciéndose o aportando un valor añadido mucho mayor que Kinect al consumidor. Y si no que no llamen muerte natural a lo que ha sido un suicidio. 

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que Microsoft se empleaba como ejemplo de conquista de un sector tras un desembarco silencioso. De no tener nada en 1980, Ballmer, Allen y Gates levantaron un imperio que para sí habría querido el IBM de la década de los 70, considerado "el gran enemigo" por la práctica totalidad del sector tecnológico. Desde la habitación de un motel en Alburquerque, sin apenas fondos para costear la estancia, estos tres visionarios consiguieron que Windows se convirtiese en sinónimo de PC, ya fuera en casa o en la oficina.

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