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“Les dije que era periodista y me pegaron más fuerte”
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LOS MEDIOS CRÍTICOS DENUNCIAN LA REPRESIÓN DE LAS AUTORIDADES EGIPCIAS

“Les dije que era periodista y me pegaron más fuerte”

A Mohamed Rafaat le borraron sus fotos, pero no el recuerdo de aquel día. Lo lleva brutalmente grabado en cada uno de los pliegues de su

Foto: “Les dije que era periodista y me pegaron más fuerte”
“Les dije que era periodista y me pegaron más fuerte”

A Mohamed Rafaat le borraron sus fotos, pero no el recuerdo de aquel día. Lo lleva brutalmente grabado en cada uno de los pliegues de su cuerpo. Decenas de matones estaban desmantelando por la fuerza una acampada frente al Ministerio de Defensa egipcio, donde los manifestantes pedían a los militares que no interfieran en el proceso democrático. Mohamed salió con su cámara, dispuesto a cubrir para el Masrawy, el periódico digital para el que trabaja, la última protesta con final trágico de las muchas que han herido la errática transición del país árabe.

Para las diez de la mañana, el objetivo del reportero ya estaba salpicado por un nuevo derramamiento de sangre. “Tomé varias fotos de gente con cuchillos atacando a los manifestantes”, cuenta tranquilo el periodista de 26 años. “Uno de ellos me vio y le prometí que eliminaría todas las imágenes. En ese momento, eché a correr, pero cinco personas salieron detrás de mi y me alcanzaron”.

Mohamed no pierde la calma al narrar que lo alejaron de los enfrentamientos unos 200 metros y comenzaron a golpearle en un callejón a escondidas. “Me atacaron durante una hora con cuchillos”, que todavía dejan su huella desde su vientre a la espalda. “Les dije que era periodista y me golpearon con más fuerza, sin decir nada. Pensándolo mejor podía haberme ahorrado este detalle”, bromea todavía.

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“Me quedé tendido en el suelo, sin conocimiento. Ellos pensaban que había muerto y por eso dejaron de golpearme”, prosigue. Cuando recuperó la consciencia, alcanzó a llegar hasta la calle más cercana donde los jóvenes trasladaban a los heridos con sus motos a hospitales improvisados en las aceras. Según estos médicos, murió una veintena de personas. Mohamed se convirtió en protagonista de los focos y muestra, casi aliviado, las instantáneas que otros tomaron por él.

Apenas ha pasado una semana desde aquello. Una venda todavía cubre las 39 brechas de su cabeza y los injertos de una oreja despedazada. “Ya estoy bien, gracias a Dios”, asegura antes de continuar el discurso. “Los matones siempre actúan en este tipo de acontecimientos. Son personas vinculadas a las fuerzas de seguridad, que los militares y el Ministerio del Interior utilizan para atacar”, exclama con rotundidad. Su hermana, incólume durante el relato, muestra entonces su temor por la integridad del pequeño de la familia y él replica: “Sólo los medios privados dicen la verdad en Egipto y quienes trabajamos en ellos, estamos en peligro”.

Tras las rejas

Sólo dos días después de estos sucesos, cientos de manifestantes volvieron a cercar la sede de los uniformados para clamar justicia por la última masacre. Los militares comenzaron a dispersar con gases lacrimógenos la batalla que ya circulaba por los medios de comunicación. Ahmed Fadl y Ahmed Abd el Aliem informaban desde el terreno para Misr 25, un canal de televisión surgido después de la revolución, que aborda -gracias a la financiación de los Hermanos Musulmanes- asuntos delicados para el antiguo régimen.

Ambos reporteros se habían expuesto demasiado a los gases, por lo que se refugiaron junto a varios compañeros en el interior de una mezquita cercana. “Llevábamos allí cinco o diez minutos cuando empezamos a escuchar disparos”, recuerda el primero de ellos. “El Ejército irrumpió poco después en la mezquita, sin quitarse los zapatos, y detuvo a todo el mundo. Nos dieron puñetazos, patadas, nos quitaron nuestros carnés de identidad y nos sacaron de allí. Cuando le dije que éramos periodistas, nos quitaron todo el equipo”, apunta.

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Según fuentes oficiales, sólo se registró un soldado fallecido, pero los médicos tuvieron que atender a cerca de 400 heridos y los vehículos militares trasladaron a más de 300 detenidos a cortes militares. “En nuestro camión había unas 60 personas, pero lo que mejor recuerdo es que estaba todo lleno de sangre”, añade Fadl. Las autoridades los acusaron de asaltar el Ministerio de Defensa y agredir a la Policía Militar, según sus versiones, pero sus alegaciones no fueron suficientes.

Después de pasar una noche en la fiscalía, los trasladaron a la prisión de Tora, plagada en el pasado de disidentes apresados por el antiguo régimen y previsible cobijo futuro de Hosni Mubarak. “También nos pegaron los policías cuando llegamos. Nos dejaron en ropa interior y nos raparon el pelo a trasquilones”, declara Abd el Aliem, que ahora ha terminado por afeitase todo el cráneo. Los tacharon de “revolucionarios que quieren destruir el país”. “No, somos periodistas, respondimos. Y siguieron golpeándonos”, agrega.

Junto a Fadl y Abd el Aliem, otros 30 redactores, fotógrafos o cámaras de televisón fueron agredidos o arrestados sólo en aquella jornada, según un informe publicado por Reporteros sin Fronteras. Las manifestaciones se han sucedido durante toda la semana frente a la sede del Sindicato de Periodistas egipcio, que exige una investigación a las fuerzas armadas. Los periodistas de Misr 25 y el resto de detenidos se mantienen ahora en libertad con cargos, después de haber sido condenados a 15 días de arresto. Según el informe anual de la organización para la protección de los periodistas, la Junta Militar egipcia, es una de las 41 instituciones mundiales “hostiles a la libertad de prensa”.

Objetivo: los medios locales

La prensa oficial, burdamente servil con el antiguo régimen, no ha abandonado ese papel con los militares que ahora controlan el poder. Los jóvenes revolucionarios les dirigen su más absoluto rechazo, sobre todo, después de llamamientos como el del pasado octubre, cuando los canales públicos instaron a los egipcios a “proteger a sus soldados” durante los enfrentamientos que mantenían los uniformados y un grupo de cristianos coptos frente al edificio de la radiotelevisión pública, que finalmente se saldó con la muerte de una veintena de personas.

“El día que nos arrestaron estaba allí el periódico estatal Al Ahram y la televisión pública Nile TV y todos los detenidos trabajamos para medios independientes. Tan sólo cuatro de ellos pertenecían a un diario del Estado y rápidamente fueron puestos en libertad”, sostiene uno de los reporteros de Misr 25. “Y todos de medios egipcios”, añade su compañero. Según su versión, “el Ministerio del Interior cree que la prensa independiente nacional fue fundamental para derrocar a Mubarak y por eso ahora van a por nosotros”.

Ahmed Abd el Aliem asegura que él ya recibió amenazas en noviembre de 2010, cuando el régimen de Mubarak celebró sus últimas y no por eso menos adulteradas elecciones legislativas. El joven trabajaba entonces para Al Jazeera, un canal muy crítico con la dictadura, que pocos meses después jugó un papel esencial para exponer al mundo árabe el desmoronamiento de varios de sus sistemas totalitarios. “Pensé que después de la revolución habría libertad de prensa, nunca pude imaginar que pudieran seguir pasando estas cosas”, expresa.

Un lamento que se traduce en anécdota. El reportero asegura que ha intentado acudir a multitud de ruedas de prensa de la Junta Militar y nunca ha conseguido entrar. “¿Por qué yo no puedo pasar y otros compañeros sí?, le pregunté un día a un oficial que se encargaba de la seguridad. ‘Porque ellos antes de escribir sus notas, me las envían a mí’, me contestó”.

A Mohamed Rafaat le borraron sus fotos, pero no el recuerdo de aquel día. Lo lleva brutalmente grabado en cada uno de los pliegues de su cuerpo. Decenas de matones estaban desmantelando por la fuerza una acampada frente al Ministerio de Defensa egipcio, donde los manifestantes pedían a los militares que no interfieran en el proceso democrático. Mohamed salió con su cámara, dispuesto a cubrir para el Masrawy, el periódico digital para el que trabaja, la última protesta con final trágico de las muchas que han herido la errática transición del país árabe.

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