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Oleada de secuestros exprés en taxis de México: robos, agresiones y hasta sexo oral
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VÍCTIMAS DE LOS ATAQUES DENUNCIAN A LA POLICÍA

Oleada de secuestros exprés en taxis de México: robos, agresiones y hasta sexo oral

Distrito Federal. Es el testimonio de Inés*, diseñadora gráfica de 27 años. La joven sufrió un secuestro exprés junto a una amiga una noche de abril 2009. Acababan de ver en

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Oleada de secuestros exprés en taxis de México: robos, agresiones y hasta sexo oral

Distrito Federal. Es el testimonio de Inés*, diseñadora gráfica de 27 años. La joven sufrió un secuestro exprés junto a una amiga una noche de abril 2009. Acababan de ver en el cine Halloween. La pesadilla no terminó con los títulos de crédito. Cogieron un taxi en un punto céntrico, y aparentemente seguro, del Distrito Federal.

En la capital de México, una ciudad con más de 20 millones de habitantes, parar un taxi en la calle es muy arriesgado. Los asaltos y secuestros exprés (que no duran más de 24 horas) son algo demasiado frecuente.

“Nos subimos en el taxi y comprobamos que llevaba el “tarjetón”, (cédula identificativa que llevan los conductores oficiales). En una esquina, de pronto, se subieron dos hombres que estaban compinchados con el taxista”, remata.

Empezaron los gritos, los golpes, los tocamientos, el pánico: “Nos taparon los ojos, uno llevaba una pistola, otro un destornillador. Como no llevábamos dinero, nos dijeron que “algo tendríamos que dar a cambio”, continúa. Fue su amiga la que tuvo que hacerle una felación al que estaba sentado detrás. Además les robaron: teléfonos, ipods y alguna joya. Pero, al menos ellas, lo pueden contar. “Llegué a pensar que nos iban a matar, en ese sentido, tuvimos suerte. Sé de gente que se ha quedado en el camino”.

No soy violador, no soy secuestrador”

Vanesa Zepeda, instructora de fitness de 36 años, la secuestraron de madrugada, cuando se dirigía a dar clases. Aunque se suele mover en bicicleta, ese día tenía mucha prisa y se arriesgó a tomar un taxi en la calle. Cuando habían recorrido apenas dos kilómetros, se subieron dos tipos. Uno de copiloto y otro con ella, en el asiento trasero. Le agarró la cara y la empujó. “Pensé que me iban a violar. De repente me sentí como una niña desvalida, muerta de miedo. Al pasar por un puente quise abrir la puerta y saltar. Prefería morir que quedarme a merced de esa gente”, cuenta Vanesa mientras enseña un aerosol de gas pimienta que siempre lleva en el bolso desde aquel día.

Ninguna de las dos denunció a la policía. “¿Para qué?”, lamentan. Ambas tienen motivos para sospechar que se trata de policías encubiertos. Vanesa recuerda esas voces repitiendo “no soy violador, no soy secuestrador” y hay ocasiones todavía en las que cree oírlos en televisión. Inés, por su parte, asegura que las autoridades “te ultrajan” por el solo hecho de ser mujer.

El temor a denunciar el delito se debe precisamente a la posibilidad de que los secuestradores sean miembros de la policía. Este es otro testimonio anónimo recogido en una web: “Al dejarme me amenazaron con que si denunciaba el asalto, hasta los judiciales irían por mí. Tenían pinta de policías o agentes y presumieron de sus contactos en las delegaciones y con los jueces. Se rieron de mí y de mi impotencia, pero no me atacaron sexualmente. Al estar a salvo, acudí a una tienda a pedir ayuda y llegaron otros policías, pero no quise denunciar por miedo”.

La campaña forma parte de un programa más amplio puesto en marcha por la Secretaría de Seguridad Pública del DF para evitar y prevenir asaltos y otros delitos. La medida, afirman, ha reducido en un 20% el número de incidentes. O lo que es lo mismo: ha pasado de 5 a 4 al día.

El problema de los asaltos atañe mucho más a las mujeres. Además del shock traumático que supone ser víctima de un secuestro, hay que añadir la violencia sexual que se ejerce sobre la mujer. En opinión deGuadalupe García-Plata, psicóloga especialista en Intervención Multidisciplinar en Violencia de Género y administradora de la web de apoyo española www.psicogenero.com: “El problema está en la falta de educación. Si España ya es un país machista, en México lo son cinco veces más”. El hecho de abusar sexualmente de una mujer en un espacio público se debe, según la experta, a que “es una forma más de ejercer control, sentirse más macho, más hombre. Es una forma de demostrar quien domina...Y en el fondo, la inseguridad la tienen los hombres”.

El periodista mexicano Pablo Pérez cree que “los capitalinos suelen asumir que su ciudad es la más peligrosa de todas y que la vida ahí no vale absolutamente nada”. En su caso, aplica las reglas básicas de seguridad. Puede que él tome un taxi por la noche pero “nunca jamás mandaría a una mujer a tomar uno, a menos que fuera pedido por teléfono o de alguna central”.

Tania Martínez, comunicadora, la asaltaron en un taxi. “Me sacó un picahielos, no me agredió, logré negociar mi cartera, me quitó el móvil y me dejó ir sin más problemas. Ahora, en retrospectiva, creo que tuve mucha suerte y hasta le agradezco a ese infeliz que me permitiera negociar. Sin embargo, hasta el día de hoy sigo sintiendo, cada vez que me subo a un taxi, que me volverá a pasar lo mismo. El muy desgraciado me quitó lo más preciado que tengo: mi libertad y mi tranquilidad de andar por esta ciudad”.

La psicóloga Guadalupe García-Plata insiste en que hay que trabajar el shock post traumático y asegurarles a las víctimas que “no tiene por qué volver a sucederles lo mismo”. Pero, por si acaso, mejor moverse de otra manera por la ciudad o, como hace Vanesa, subirse en un taxi con su perro. Por suerte, en México eso también está permitido.

Distrito Federal. Es el testimonio de Inés*, diseñadora gráfica de 27 años. La joven sufrió un secuestro exprés junto a una amiga una noche de abril 2009. Acababan de ver en el cine Halloween. La pesadilla no terminó con los títulos de crédito. Cogieron un taxi en un punto céntrico, y aparentemente seguro, del Distrito Federal.