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Las razones por las que cada vez cometemos más errores ortográficos y gramaticales
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EL DECLIVE DE LA ORTOGRAFÍA

Las razones por las que cada vez cometemos más errores ortográficos y gramaticales

En los últimos años parece haber una tendencia a despreciar las reglas de la escritura, como si fuesen un mero capricho de los académicos. Sin embargo, hay buenas razones para seguir aprendiéndolas

Foto: Puedes decir 'WTF?' o '¿qué diantres es esto?' Tú verás. (iStock)
Puedes decir 'WTF?' o '¿qué diantres es esto?' Tú verás. (iStock)

Durante muchos años, cometer una falta de ortografía se consideraba algo intolerable en un estudiante que se preparaba para la vida adulta. El elevado analfabetismo de la sociedad española, que no se empezó a paliar hasta los años 60, provocó que en muchos casos se aceptaran los errores en aquella parte de la población que no había tenido acceso a la educación básica, pero también que una correcta utilización del lenguaje fuese una obligación para aquellos que sí habían gozado de dicho privilegio.

Los últimos años parecen haber visto un retroceso en el empleo de la lengua y, específicamente, en la utilización de la ortografía. El PIAAC, un equivalente al informe PISA para adultos, señala que sólo uno de cada tres españoles sabe leer un texto largo, tan sólo superados por Italia. Pero no se trata tanto de un problema español como general: en las nuevas tendencias educativas parece primar la idea de que el riguroso cumplimiento de las reglas ortográficas es accesorio. Como ocurre con otras disciplinas –de la geografía y la historia a las matemáticas–, el acento no se pone tanto en la aplicación firme de la regla como en los procesos de aprendizaje y en el razonamiento.

Cada vez es más habitual que los profesores acepten lo que se considera como “ortografía natural”, la completa correspondencia entre sonido y grafía

Muestra de ello es, por ejemplo, la dureza con la que se castigan las faltas de ortografía en los exámenes de acceso a la universidad. En 1997, los estudiantes dejaron de suspender si cometían cuatro faltas o más en Lengua y Comentario de Texto. Este año, el enunciado de un examen de Economía de la Empresa contenía una falta de ortografía: “analize” por “analice”. Muchos intentan justificar esta permisividad a través de un conformismo resignado. El uso de los teléfonos móvil e internet han provocado que los jóvenes estén expuestos a más errores ortográficos y de expresión, se argumentó, por lo que es más complicado que interioricen rápidamente las consabidas reglas ortográficas.

De ahí que cada vez sea más habitual que los profesores acepten lo que se considera como “ortografía natural”, es decir, la completa correspondencia entre sonido y grafía, que antiguamente se corregía en primaria y que se encuentra cada vez más aceptada si se parte de que lo importante es el significado y no la contemplación de la norma. Como ocurre cuando se aprende un nuevo idioma, lo importante es comunicarse, no tanto respetar la convención. Una visión un tanto maniquea que supuestamente pone por encima el fondo (la semántica) de la forma (la ortografía), que sería poco menos que un capricho de los académicos.

Se trata de una discusión un tanto viciada, en cuanto que suele plantearse como una lucha entre la vieja y tradicional escuela, vinculada a la memorización, la aplicación de las reglas y el rigor formal, y las nuevas tendencias, más libres, relativistas y que ya no buscan castigar el error sino animar al estudiante a equivocarse. Pero hay buenas razones para seguir defendiendo el estudio de la ortografía y la aplicación de los códigos que se han aprendido, así como la realización de dictados, análisis de errores o ejercicios, las herramientas que durante años sirvieron para el conocimiento de la ortografía.

Así escribes, así lees y así piensas

Lo explica con detalle el profesor J. Richard Grenty en un artículo publicado en Psychology Today: “La formación explícita sobre ortografía puede ser el eslabón perdido para el éxito educativo”. Aunque el autor se refiere a la situación estadounidense, en la que los estudiantes cada vez sacan peores notas en comprensión lectora, bien podría aplicarse a nuestro país. Como explica el autor, no enseñar a los estudiantes ortografía daña gravemente su desarrollo. ¿De qué manera?

La formación explícita sobre ortografía puede ser el eslabón perdido para el éxito educativo

El autor recurre al libro Raising Kids Who Read (Jossey-Bass), del psicólogo cognitivo Dan Willingham, para recordar que los científicos señalan que la ortografía y el deletreo son “la chispa que prende la llama de la lectura en nuestro cerebro”. En otras palabras, nuestro cerebro utiliza estas herramientas para decodificar de dos maneras distintas las palabras: por una parte, proporcionando sonido a las palabras; y por otra, uniendo las letras escritas sobre la página a las representaciones básicas que tenemos almacenadas, algo de lo que se ocupa la región occipito-temporal del cerebro, y que permite identificar rápidamente una palabra.

A medida que se entrena la lectura, es más sencillo y rápido para el ser humano decodificar esas palabras escritas en la página. En definitiva, la ortografía facilita el trabajo por el cual las grafías escritas se transforman en conceptos en el cerebro. En ello, como explica una investigación realizada por Richard Gentry y Steve Graham, también juega un importante papel la escritura a mano.

Como explicaba la consultora de educación y creadora de material escolar Louisa Moats en un artículo publicado en 2005, la comprensión de las reglas ortográficas y de formación de las palabras “ayuda al desarrollo del vocabulario y facilitar la lectura permitiendo a los estudiantes que entiendan las nuevas palabras desde su sonido, significado, lengua de origen y sintaxis”. En definitiva, la ortografía también nos permite descubrir que “prehelénico” probablemente se refiera el período previo a lo helénico.

Así pues, la ortografía tiene funciones mucho más allá de la de servir de mero soporte a los fonemas: la ortografía instaura un código común para todos los hablantes de una lengua y facilita la comunicación entre todos ellos.

Las razones por las que nos equivocamos

Una última investigación da una buena idea de lo que late detrás de la despreocupación por las faltas de ortografía. Se trata de un estudio realizado en el Instituto Cervantes de Manila en 2006, y que recoge David Sánchez Jiménez en un artículo publicado en MarcoELE. En él, se intentaba descubrir por qué textos más cortos y sencillos realizados por estudiantes avanzados estaban cargados de errores mientras otros largos realizados por estudiantes de menor nivel eran más correctos.

Los elementos lingüísticos relacionados con la ortografía resultan accesorios para muchos, por lo que los descuidan

La principal diferencia entre unos y otros era que los que solían escribir con mayor asiduidad tendían a cometer menos errores. Como señala Sánchez Jiménez, “la buena ortografía no depende tanto del grado de dominio que el estudiante tenga de la lengua como del buen hábito escritor del estudiante, hecho que tiene importantísimas implicaciones para la didáctica de la ortografía”.

La causa más frecuente del error, no obstante, no era el desconocimiento de la regla, sino la desatención, el despiste o la fatiga. Es decir, no se trata de que el alumno no supiese escribir bien la palabra, sino que “estos elementos lingüísticos le resultaban accesorios” y por ello “decidía marginarlos de su producción, frente a otros aspectos gramaticales que centraban su atención, así como priorizaba el manejo de los aspectos implicados en el proceso de composición escrita para comunicarse con el receptor del mensaje”. Es un buen resumen de lo que ocurre cada vez más con la ortografía, cuya importancia se relativiza en favor de otros componentes de la comunicación, lo que provoca que cada vez nos cueste más entender los textos escritos.

Durante muchos años, cometer una falta de ortografía se consideraba algo intolerable en un estudiante que se preparaba para la vida adulta. El elevado analfabetismo de la sociedad española, que no se empezó a paliar hasta los años 60, provocó que en muchos casos se aceptaran los errores en aquella parte de la población que no había tenido acceso a la educación básica, pero también que una correcta utilización del lenguaje fuese una obligación para aquellos que sí habían gozado de dicho privilegio.

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