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El sexo en busca de sentido
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CÓMO ESCAPAR AL EXTERMINIO DEL DESEO

El sexo en busca de sentido

Aplicando el concepto de sentido de Victor Frankl y la experiencia espiritual de supervivencia en los campos de concentración de Auschwitz del psiquiatra austriaco, cabe preguntarse

Foto: El sexo en busca de sentido
El sexo en busca de sentido

Aplicando el concepto de sentido de Victor Frankl y la experiencia espiritual de supervivencia en los campos de concentración de Auschwitz del psiquiatra austriaco, cabe preguntarse hoy sobre qué derroteros debería tomar nuestra realidad de hombres y mujeres sexuados en un futuro cercano tan escasamente propicio como el que la situación mundial presenta, en términos económicos para occidente y políticos para oriente.

 El abuso de la temática sexual, de la omnipresencia de la palabra “sexo” y de la aplicación de la misma a cualquier cuestión desde la amatoria hasta el “género” ha cuajado el actual torbellino de confusiones y dificultades científicas que amenazan con dejar al sexo tan desprovisto de sentido como el hombre postmoderno se encuentra. Aunque pudiese pensarse lo contrario, sabemos poco sobre dónde estamos y aún menos sobre el lugar al que nos dirigimos. Sin embargo, la cuestión de los sexos no puede desligarse de los fenómenos socioeconómicos de cada época.

¿Estamos en los prolegómenos de que el Gran Hermano y la policía del pensamiento temida por George Orwell prohíba y vigile con pantallas de plasma los encuentros amatorios entre los individuos? ¿Hará Internet que hasta nuestra verdad más difícil de cambiar (nuestro proceso de sexuación) sea cuestión de sólo recodificar lo publicado en la red social a través de la institución de un Ministerio de la Verdad? ¿Llegaremos a poder “tunear” nuestra sexualidad al gusto personal, generando inmensas variaciones de hombres y mujeres, que no sólo se viven, desean y conducen de infinitas formas y maneras, sino que hormonan su cuerpo y “protesizan” sus caracteres sexuales al antojo igual que anticipaba Huxley en Un mundo feliz?

 La capacidad de imaginar y fantasear

La respuesta a estas amenazas antiutópicas de un lado, y a las posibilidades técnicas y químicas de otro, es urgente y esencial, porque de ella depende no sólo cómo las estructuras vivenciarán los crecientes cambios sociales y culturales, sino cuál es la posible mejor preparación de las nuevas generaciones para la realidad – más que líquida, gaseosa- que les tocará vivir.

Y esa respuesta radica en resolver antes una cuestión aparentemente obvia: ¿qué nos añade nuestra realidad sexuada, además de las posibilidades del placer y de la procreación, para sobrevivir cuando la precariedad o el horror se imponen? En principio, mucho. Nos aporta la capacidad desiderativa de imaginar, de fantasear y recrearnos en lo nuclear. Nos permite escapar a la limitación y restricción externa que nos apabullan en el día a día. Nos permite soñar, y al hacerlo aspirar a cambiar la realidad misma.

Inmersos en el pragmatismo actual es fácil arremeter contra esta apología de la fantasía. Sin embargo, como escribiese Unamuno en El sentimiento trágico de la vida, el prurito humano por innovar, por crear y mejorar las condiciones materiales de una sociedad procede precisamente de nuestro primigenio anhelo por lo no pragmático. El avión, el barco, el tren o el automóvil no sirven de nada en sí mismos, salvo porque nos llevan a la persona amada, nos regresan a la familia, nos liberan de nuestras ataduras o nos trasladan a mundos desconocidos. Volviendo a Victor Frankl, “ningún poder en la tierra puede desposeernos de lo vivido”. Y añado “ni de nuestros sueños”.

La lámpara benéfica de Alí Babá

Nuestra condición sexuada es del mismo modo un medio de transporte y contacto, del que aún si nos empeñásemos no podríamos apearnos sin apearnos de la vida misma. Su sentido, es el de los prodigios y de las maravillas, el elevarnos sobre el tedio vital y la tierra estéril del “valle de lágrimas”, de nuestra irreversible condición de seres separados de otros seres para cobrar sentido. Del mejor aprovechamiento de este vehículo dependemos para tolerar la monotonía y la tragedia inherente a la vida.

No se trata por tanto, de negar ni anatematizar la idea de sexualidad como instrumento, sino de entender y proclamar más generosamente, de forma mucho más ambiciosa que la contenida en el metraje de una película pornográfica, las infinitas posibilidades de la misma, así como si nos atrevemos a utilizarla como una benéfica lámpara de Alí Babá, cuyo genio tiene a bien, en lugar de sólo conceder deseos, fomentarlos.

Aún con la distancia en horror que supone utilizar el símil, existen campos de concentración y exterminio nazi tanto íntimos como externos para la sexualidad humana, en los que sólo el deseo y la búsqueda de sentido de nuestra inequívoca condición de seres anhelantes nos permite sobrevivir.

Javier Sánchez García* es psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial.

Aplicando el concepto de sentido de Victor Frankl y la experiencia espiritual de supervivencia en los campos de concentración de Auschwitz del psiquiatra austriaco, cabe preguntarse hoy sobre qué derroteros debería tomar nuestra realidad de hombres y mujeres sexuados en un futuro cercano tan escasamente propicio como el que la situación mundial presenta, en términos económicos para occidente y políticos para oriente.