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La nueva religión
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La nueva religión

En 1943 Alex Libermann, entonces director de la revista Vogue, encargó a Marcel Duchamp la ilustración y el diseño de una portada dedicada al patriótico Cuatro

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La nueva religión

En 1943 Alex Libermann, entonces director de la revista Vogue, encargó a Marcel Duchamp la ilustración y el diseño de una portada dedicada al patriótico Cuatro de Julio. Duchamp se puso a la labor y dibujó un George Washignton cuyo rostro, que estaba mezclado con barras rojas verticales simulando la bandera americana, abarcaba toda la superficie geográfica de los Estados Unidos. Lo título "Alegoría de género". Donde el autor vio un motivo visual que conectaba al país con la historia de sus pioneros, otros vieron un mensaje oculto. Mágicamente, aquellas barras rojas parecían manchas de sangre que, al parecer, representaban a unos Estados Unidos sanguinarios y crueles. La eterna nación del Salvaje Oeste. Libermann, escandalizado, decidió retirar el proyecto, aunque le pagó a Duchamp la mísera cantidad de cuarenta dólares por una obra que jamás vería la luz, al menos como portada de su revista.

Algo similar sucede con el trabajo de Dan Graham (Illinois, 1942).

Resulta increíblemente complicado describir su extraordinario oficio. Entra en los palacios y fortines como si fuera un ladrón de guante blanco. Posee una mirada extraña: logra que nos fijemos en un punto mientras la acción (me refiero a la verdadera acción) sucede en otro. Es también un experto en el complicado arte de la seducción y las apariencias. Su religión (que se resume en Rock, mi religión) es un extenso e inteligente ensamblaje de ideas en torno a la arquitectura, el mundo del rock and roll o la sociología; una pieza de ingeniería y comunicación social en torno al siglo XX por donde discurren y dialogan Patti Smith, junto a las figuras de Eisenhower o Dean Martin, entre muchos más. Unos y otros se dan cita en épocas distintas y, de pronto, todo parece funcionar.

Graham comenzó a implicarse en el mundo del arte a mediados de los sesenta, cuando se convirtió en el encargado de una galería de arte situada en Nueva York. Muy pronto hizo de aquel espacio un laboratorio de ideas arriesgadas sobre las que imprimió su propia personalidad. Su postura, crítica y multidisciplinar, supo expresarse en un medio idiotizado y autocomplaciente que hacía oídos sordos a los discursos de las vanguardias artísticas del primer tercio de siglo. La vida se celebraba y experimentaba fuera de los muros de unos museos donde se repetía hasta la saciedad, como si fuera un mantra al servicio del mercado, el gran engaño del arte contemporáneo: un urinario convertido en una obra artística. Y justo cuando Graham organizaba eventos en su galería de arte, Duchamp enterraba su producción artística, dedicándose a jugar al ajedrez, aunque para entonces había acumulado mucho más que aquellos cuarenta dólares. No produjo nada más. "Aquello simplemente dejó de interesarme", confesó.

El arte huía hacia adelante y su mirada era la del mismo espanto, el reconocible rostro contraído y enfermizo de quién en plena calle emprende una huída furtiva: "Es posible la idea de un pasado real, aunque oculto; ese pasado ha sido erradicado de la conciencia casi en su totalidad, pero está disponible, de manera efímera, en momentos que no han sido oscurecidos por la ideología dominante que dictamina lo que es nuevo", afirma el propio autor. Esa puede que sea la mayor operación de insurgencia en la época actual. El gran salto vertical.

Por esta razón, el trabajo de Graham no es solamente una nueva religión, sino también una nueva historia. Es más, estamos ante un nuevo historiador que maneja el pasado como si fuese un objeto vivo. Su memoria histórica persigue invocar a los muertos para que finalmente puedan pasearse sobre el presente de los vivos. Se trata de un desafío de gran envergadura, capaz de formular preguntas pero también de intuir ciertas respuestas al poner en circulación hechos y experiencias de un pasado que es también presente. Esa es la utopía máxima a la que suelen renunciar la mayoría de historiadores y escritores.

En nuestra época, el terror es esa apariencia engañosa (tipos desconocidos que logran pasar una maleta llena de explosivos a través de los controles de un aeropuerto) que más tarde logra revelar su verdadero rostro. Con la literatura y la historia sucede algo parecido. Graham crea ese mismo efecto de fascinante desencuadre. El pasado por sus obras vivas. La historia por su actualidad.

Todo está ahí, agazapado y reservado. Tan sólo es suficiente educar nuestra mirada, para de este modo poder vivir esos momentos que aún no han sido "oscurecidos por la ideología dominante que dictamina lo que es nuevo". En esos hallazgos es donde está lo auténtico, el secreto del mundo.

En 1943 Alex Libermann, entonces director de la revista Vogue, encargó a Marcel Duchamp la ilustración y el diseño de una portada dedicada al patriótico Cuatro de Julio. Duchamp se puso a la labor y dibujó un George Washignton cuyo rostro, que estaba mezclado con barras rojas verticales simulando la bandera americana, abarcaba toda la superficie geográfica de los Estados Unidos. Lo título "Alegoría de género". Donde el autor vio un motivo visual que conectaba al país con la historia de sus pioneros, otros vieron un mensaje oculto. Mágicamente, aquellas barras rojas parecían manchas de sangre que, al parecer, representaban a unos Estados Unidos sanguinarios y crueles. La eterna nación del Salvaje Oeste. Libermann, escandalizado, decidió retirar el proyecto, aunque le pagó a Duchamp la mísera cantidad de cuarenta dólares por una obra que jamás vería la luz, al menos como portada de su revista.