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Nos hemos vuelto más mentirosos que hace diez años
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SORPRENDENTES 'INDICADORES DE INTEGRIDAD'

Nos hemos vuelto más mentirosos que hace diez años

“La mentira se eleva a fundamento del orden mundial”. Ésta es la afirmación que Franz Kafka puso en boca de su protagonista, Joseph K., en El

Foto: Nos hemos vuelto más mentirosos que hace diez años
Nos hemos vuelto más mentirosos que hace diez años

“La mentira se eleva a fundamento del orden mundial”. Ésta es la afirmación que Franz Kafka puso en boca de su protagonista, Joseph K., en El proceso. Una sentencia quizás terrible, derrotista y poco amable con nuestra humana condición que hoy, desnuda de valoraciones éticas y desprovista de su dimensión literaria, parecen confirmar recientes investigaciones científicas.

Un estudio publicado por la Universidad de Essex, en Reino Unido, concluye que los ciudadanos británicos son cada vez más indulgentes con la mentira; la practican más, la justifican con más razones y proponen medidas punitivas menos severas contra quien la utiliza.

Más mentirosos que hace 10 años

En el estudio participaron 2000 británicos de diferente edad, sexo y extracción social. A todos ellos se les pidió que pensasen en 15 situaciones cotidianas donde la mentira es imprescindible –como intentar pagar menos impuestos, no picar el billete en el transporte público, mentir en el currículum o golpear un coche aparcado y huir– y que después respondiesen a una pregunta: En esta situación, ¿está justificado mentir siempre, algunas veces, pocas veces o nunca?

El 50% cree que existen buenas razones para mentir en nuestro currículum

Estos indicadores de integridad, como los denomina el estudio, arrojaron datos sorprendentes. 10 de los supuestos eran los mismos que se plantearon en un estudio similar en el año 2000, y en 8 de ellos el porcentaje de personas que creían que la situación nunca estaba justificada había descendido significativamente. De repente, los sujetos aceptan mejor las actitudes deshonestas y se muestran más comprensivos con la mentira.

Sólo un 20% de ellos, por ejemplo, considera que jamás hay que quedarse con dinero que encontremos por la calle, frente al 40% que lo pensaba hace una década. Apenas un 30% de los encuestados respondió que mentir sólo en nuestro propio beneficio nunca está justificado y aproximadamente el 50% cree que existen buenas razones para mentir en nuestro currículum. La excepción la marcaron dos situaciones hipotéticas, que hoy se juzgan con la misma severidad que hace 10 años: la primera, atribuirse méritos que no nos corresponden; la otra, arrojar basura en la vía pública.

¿Honestidad o miedo a que nos pillen?

“El uso de la mentira es generalizado”, explica a El Confidencial Luis Muiño, psicoterapeuta y divulgador. “Todo el mundo miente. Es humano. De hecho, una de las preguntas control que se utilizan en muchos test para saber si el sujeto está respondiendo honestamente a las demás es la de que si alguna vez ha mentido. Si responde que no –concluye–, está de hecho mintiendo”.

El análisis británico apunta en esta dirección. La honestidad, según reportaron sus autores, tendió a expresarse más como un miedo que como una convicción. “Ni uno ni otro están escritos en la esencia humana. Lo que llamamos honestidad es muchas veces simple temor a que nos pillen mintiendo”.

Las mujeres son las que más han cambiado en este sentido, aunque aun así siguen siendo más honestas –siempre en su acepción convencional– que los varones. Tampoco se demostró que haya ninguna diferencia entre ricos y pobres o por gremios profesionales a la hora de mentir, aunque sí por edades. Son los jóvenes los que aceptan mejor la mentira y la encuentran justificable en la mayoría de las ocasiones.  

Los jóvenes son más indulgentes con la mentira

Una de las teorías que lanza el estudio es que los ciudadanos adquieran este tipo de convicciones durante la adolescencia para cambiarlas sólo muy ligeramente durante el resto de la vida. “Hablamos de una generación que ha presenciado cómo sus padres se separaban y divorciaban, poniendo en ocasiones su propio interés por delante del de sus hijos”, explica al respecto la jefa del Tavistock Centre for Couple Relationship, Susanna Abse. Esto ayudaría a comprender no sólo la percepción menos negativa que los jóvenes tienen de la mentira, sino también el particular de la mentira en las relaciones: las personas que consideraban que el adulterio no tiene excusa suponían en 2000 el 70% de la muestra, mientras que en 2010 sólo alcanzaban el 50%.

La mentira funcional

“Nuestra sociedad es cada vez más individualista”, explica Muiño. “Es normal que la mentira se utilice más. En las culturas colectivistas la mentira estaba mal vista por una razón: era disfuncional. Su ejercicio implicaba un riesgo mayor para el individuo, porque podía despertar el rechazo de sus iguales y aislarlo”.

En nuestro mundo, no obstante, pierden protagonismo las colectividades y lo ganan las personas. La mentira se demuestra cada vez más útil y el aislamiento que acarrea, menos importante. “Es algo funcional”, explica Muiño. “La mentira es una solución práctica a la que el individuo recurre para solventar multitud de situaciones”. Y pone un ejemplo: “Para medrar en una empresa, el trabajador puede seguir la estrategia de desresponsabilizarse de sus errores y atribuirse méritos ajenos. Y si lo hace bien, llegará alto”.

Extremo que confirma Ignacio Mendiola, doctor en sociología y autor de Elogio de la mentira. “La mentira está en las bambalinas de lo social”, reseña en su ensayo Sociología de la mentira. Su práctica “es uno de los pilares determinantes de la posibilidad misma de vivir con otros y junto a otros, hasta devenir la condición misma de la posibilidad de la coexistencia”.

Mientras sea práctica, la mentira seguirá existiendo

No en vano, la mentira exige la participación de un mínimo de dos agentes: el sujeto mentiroso y el sujeto mentido. Es en el mundo de lo social, según Mendiola, donde mentir adquiere su carácter no sólo inevitable, sino constitutivo y necesario. La mentira tiene parte fundamental en “la gestión social del secreto, la ocultación y el silencio” porque las identidades colectivas no sólo son lo que dicen, sino también lo que callen. El experto se remite al filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel para concluir que “las estructuras sociológicas se distinguen de un modo característico según el grado de mentira que las alienta”.

El rechazo a la mentira, no obstante, es tan razonable como su propio ejercicio. El psicólogo confirma que quizás en ocasiones se recurra a la patologización de la mentira cuando antes se recurría a su descrédito ético. “Antes se procedía más a hacer valoraciones morales”, explica. “Hoy somos más relativistas y recurrimos a otro tipo de perspectivas”. Algunos antropólogos, explica, “creen que la capacidad de mentir es la gran diferencia entre los seres humanos y los animales”. Incluso tirando de las habituales precauciones objetivistas, el discurso científico parece afrontar el tema con ojos menos severos.

Para Muiño, la mentira seguirá existiendo “mientras sea práctica”. No tiene sentido, según él, recurrir a un discurso crítico o derrotista mientras mentir le reporte a sus usuarios beneficios sociales más que evidentes. “Si queremos que las personas sean más honestas, tendremos que conseguir que esa honestidad les resulte rentable”.

“La mentira se eleva a fundamento del orden mundial”. Ésta es la afirmación que Franz Kafka puso en boca de su protagonista, Joseph K., en El proceso. Una sentencia quizás terrible, derrotista y poco amable con nuestra humana condición que hoy, desnuda de valoraciones éticas y desprovista de su dimensión literaria, parecen confirmar recientes investigaciones científicas.