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El cuento de "Te juro que voy a cambiar"
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PROMETEMOS MUCHO Y CUMPLIMOS POCO

El cuento de "Te juro que voy a cambiar"

"Voy a cambiar, voy a cambiar, te lo prometo….Siempre lo mismo, hasta que me cansé", señala Víctor R. de su ex pareja, hacia la que no

Foto: El cuento de "Te juro que voy a cambiar"
El cuento de "Te juro que voy a cambiar"

"Voy a cambiar, voy a cambiar, te lo prometo….Siempre lo mismo, hasta que me cansé", señala Víctor R. de su ex pareja, hacia la que no guarda ningún aprecio. "Era como una tregua. Cuando hacía algo mal y discutíamos, como soy demasiado bueno, le daba otra oportunidad. Pasábamos dos semanas o un mes bien, y volvía a ocurrir lo mismo. Otra vez me pedía perdón, me decía que cambiaría, y a volver a empezar". Las promesas suelen ser habituales en el contexto de la vida amorosa. En este caso nos encontramos con una de difícil realización (nada menos que cambiar el propio carácter, reeducarse y modificar el comportamiento) que, sin embargo, es de las más comunes en la vida en pareja. Si sabemos que raramente lo conseguiremos, ¿por qué damos nuestra palabra tan a la ligera?

Parece ser, según un estudio realizado por Johanna Peetz y Lara Kammrath de la Universidad de Colonia, que el problema que tenía la antigua pareja de Víctor no era precisamente que no le quisiera. Dicha investigación apunta que aquellos miembros de una relación amorosa que son más sensibles hacia las necesidades de su pareja realizan un mayor (y más importante) número de promesas. Pero, al mismo tiempo, fracasan en cumplirlas en mayor número de ocasiones que aquellos que son más indiferentes. Dicho de otra forma: nuestra buena voluntad se manifiesta en nuestras promesas, no en la realización de las mismas.

"Al contrario que la noción popular de que los sentimientos verdaderos se demuestran mediante las acciones, nuestros datos sugieren que los sentimientos hacia el compañero sentimental pueden en ocasiones tener muy poco que ver con el cumplimiento de las promesas. Más bien, la consideración por la pareja y los sentimientos amorosos suelen reflejarse en las intenciones de cada cual, en promesas ambiciosas ofrecidas de buena fe, y guiadas por aquello que una persona (quizá de forma poco realista) desea hacer para mostrarse sensible ante las necesidades de su compañero", concluía el estudio.

Coartadas y excusas

El profesor Daniel Markovist de la Universidad de Yale iba un poco más lejos, y afirmaba que, al contrario de lo que gran parte de la gente piensa, los compromisos explícitos no tienen sentido en la intimidad, sino que se realizan entre personas desconocidas o que gozan de poca confianza mutua. De hecho, según Markovist, prometer es lo contrario al amor. "El caso más claro es aquel en el que una mujer permanece fiel a su marido o cumple con sus deseos sólo por el mero hecho de estar casada, algo que percibimos como una amenaza al matrimonio. Una promesa de fidelidad empeora las cosas: el marido quiere que se le sea fiel no porque se le ha jurado serlo, sino porque se le ama", argumenta Markovist. Si la fidelidad se deriva de una promesa, prosigue, los miembros de la pareja se estarían tratando como desconocidos, y no como enamorados.

Hay promesas que no lo son, como el 'no lo volveré a hacer' de la resaca

Hay promesas y promesas. Herbert J. Schlesinger distinguía en Promises, Oaths and Bows (Routledge) entre las solemnes (los votos matrimoniales o los contratos escritos) y las que nos afectan en nuestra vida diaria, como pueden ser las casuales (ofrecer a alguien acompañarle a casa), las realizadas "con los dedos cruzados" (aquellas que se realizan para quedar bien, en las que el que promete espera que no se le tome la palabra) o la promesa fanfarrona (que llama la atención acerca de la valentía del que la enuncia). El resto, las más comunes, señala Schlesinger, son promesas implícitas, que no necesitan expresarse verbalmente para que su cumplimiento sea necesario.

Curiosamente, Schlesinger enuncia una última categoría en la que encajaría a la perfección lo que ocurría con la ex de Víctor: las promesas que no lo son. "Son sinceras en su ofrecimiento, pero no implican ninguna futura acción", señalaba el autor. "Por ejemplo, el 'no lo volveré a hacer' de la resaca. Se trata más de un acto de contricción y expiación ante una falta que de un auténtico pacto". Así pues, prometer a la pareja un cambio de actitud raramente tiene como objeto la modificación efectiva de la situación, sino confesar la propia culpa para sentirse bien con uno mismo.

La promesa como deuda

La promesa aplaza hacia un futuro más o menos incierto la necesidad de la acción por parte del que se pone a servicio del otro. Prometer es una actividad performativa, es decir, que en la terminología del filósofo lingüista John Langshaw Austin, supone un acto en sí mismo: el que dice "yo prometo", ya está actuando, aunque sea meramente por el hecho de realizar dicha afirmación. Es una deuda contraída, un pagaré para el beneficiado, que muchas veces ni se pretende pagar ni se cobra.

La mayor parte de estudiosos recurren al lenguaje jurídico para caracterizar a las promesas como pro tanto, es decir, sujetas a la posibilidad de que otra cosa ocurra. Por ejemp¿Debemos considerar que lo importante es la intención o la realización final de la promesa?lo: puedo prometer a mi pareja ir de viaje la próxima semana a un destino paradisiaco, pero si el trabajo me obliga a quedarnos en casa, no estaría faltando a mi palabra, puesto que otro elemento lo ha impedido. Es una idea comúnmente compartida que, en muchos casos, sirve de excusa para evitar realizar determinado pacto.

Julia Driver es una investigadora de la Universidad de Washington que intentó desentrañar la aparente paradoja de esta situación utilizando como excusa la campaña para gobernador de California de Arnold Schwarzenegger, en la que prometió al mismo tiempo no subir los impuestos y luchar contra el déficit a través de una leve subida de los mismos. Una contradicción en sus propios términos. Aristóteles enunció la paradoja del mentiroso a partir de un caso semejante: ¿qué debemos pensar de alguien que promete romper su promesa de viajar a Atenas?, planteaba el estagirita.

Driver partía del hecho de que los políticos prometen mucho, a veces demasiado: sus  pretensiones son incompatibles entre sí, o directamente irrealizables, como hemos visto. En ese caso, ¿debemos considerar que lo importante es la intención o la realización final de la promesa? Driver, tras un largo análisis de las implicaciones comunicativas de dichas proposiciones, llega a la conclusión de que "aunque la promesa se rompa, se incurre en una deuda moral. Así que anular el compromiso no significa eliminarlo, sino que más bien debería impulsar al agente a hacerlo lo mejor que pueda. Las promesas, incluso aquellas que no se pueden cumplir, acarrean con ellas un compromiso". Francisco de Quevedo decía que "nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir", pero como acabamos de ver, no hay excusa posible.

Las consecuencias de nuestras mentiras

No cumplir con la palabra dada, en aquellos casos en que el compromiso sea de cierta importancia, nos convierte en personas poco fiables, y daña nuestra reputación social. La filósofa Sissela Bok, que estudió detenidamente las promesas realizadas en el ámbito de las relaciones profesionales, manifestaba: "¿por qué tienen tanto poder las promesas? En primer lugar, prometiendo algo, uno fija unas expectativas y un equilibrio. Si falto a mi palabra, rompo ese equilibro y fracaso al alcanzar las expectativas; soy injusto, ya que he dado mi palabra y ahora le debo algo a otra persona. En segundo lugar, fallo al hacer mi promesa realidad, algo que nunca ocurrirá. Y en tercer lugar, las promesas profesionales a los clientes deberían tener una especial inviolabilidad, ya que aquellos que más lo necesitan se sentirán libres a la hora de buscar ayuda".

La mejor forma de cumplir la palabra dada es no empeñarla jamás

Pero el incumplimiento de un pacto no sólo influye en nuestra imagen social y horada nuestra credibilidad, sino que también puede afectarnos psicológicamente. Algunos psicoanalistas han llegado a abordar las posibles consecuencias negativas de las promesas no cumplidas, y las han equiparado a aquellos traumas que comienzan a acumularse en el subconsciente. Así, Herbert J. Schlesinger manifiesta que "una afirmación intencional, ya sea esta una promesa, una amenaza o cualquiera de otras de sus formas, tiene el carácter de una tarea sin completar que conlleva una tensión que busca ser aliviada. Tal tensión puede suponer un problema especial para la defensa y el control del ego. Creo que la promesa adquiere este carácter a través de su estructura, ya que se trata no sólo de una afirmación verbal sino un anticipador, o una preparación. La promesa de una acción futura es un acto interrumpido". Aquello que no se cumple queda apuntado en la lista de nuestros debes, en el subconsciente. Ya no está en juego solamente nuestra reputación social y credibilidad, sino también nuestra propia tranquilidad.

Aseguró en una ocasión el emperador francés Napoleón I que "la mejor forma de cumplir con la palabra empeñada es no darla jamás". Deslumbrados por los beneficios que a corto plazo se pueden obtener de una portentosa declaración de intenciones (admiración, simpatía, trato de favor), nos olvidamos del trabajo que cuesta cumplir muchas de ellas. Ser fiel a la propia palabra nos convierte en personas de confianza. Traicionarla sugiere que, en adelante, nuestras palabras carecerán de valor.

"Voy a cambiar, voy a cambiar, te lo prometo….Siempre lo mismo, hasta que me cansé", señala Víctor R. de su ex pareja, hacia la que no guarda ningún aprecio. "Era como una tregua. Cuando hacía algo mal y discutíamos, como soy demasiado bueno, le daba otra oportunidad. Pasábamos dos semanas o un mes bien, y volvía a ocurrir lo mismo. Otra vez me pedía perdón, me decía que cambiaría, y a volver a empezar". Las promesas suelen ser habituales en el contexto de la vida amorosa. En este caso nos encontramos con una de difícil realización (nada menos que cambiar el propio carácter, reeducarse y modificar el comportamiento) que, sin embargo, es de las más comunes en la vida en pareja. Si sabemos que raramente lo conseguiremos, ¿por qué damos nuestra palabra tan a la ligera?