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Las mujeres que no amaban a los hombres…y viceversa
  1. Alma, Corazón, Vida
ÉL ES RÁPIDO, ELLA ES LENTA

Las mujeres que no amaban a los hombres…y viceversa

Dice la máxima latina que tras el coito todo animal está triste, excepto la mujer y el gallo (post coitum omne animal triste). Un alto número

Dice la máxima latina que tras el coito todo animal está triste, excepto la mujer y el gallo (post coitum omne animal triste). Un alto número de mujeres constatan esta diferencia en las actitudes que ellas mismas y sus parejas hombres presentan al terminarse el encuentro amatorio. Mientras que la mujer busca el abrazo o cierta forma de amparo, el hombre tiende a perseguir un aislamiento arisco, casi autista. La forma contemporánea de quejarse de ello es culpar al varón de “falta de ternura”, “haberse distanciado” o de “no demostrar interés”.

Este ejemplo subraya la diferente conceptualización del encuentro y del orgasmo cuando éste tiene a bien aparecer en mujeres y hombres y constituye un claro exponente de la influencia de los modelos culturales sexuales en cómo y qué nos permitimos sentir para concordar con los criterios imperantes en un momento histórico determinado.

Desde Reich, pero muy potenciado por la influencia de los trabajos de Masters y Johnson, el orgasmo ha sido considerado como una “descarga” para el hombre y una forma de “carga” para la mujer. Como consecuencia de los sesgos en su investigación, esto es el matrimonio estadounidense característico de los años 60, el estudio de sus respuestas sexuales impondrá al resto de la humanidad amoldarse a los siguientes equívocos: el hombre “da” y la mujer “recibe”, el hombre es “activo” y la mujer es “pasiva”; el hombre es “rápido” y la mujer “lenta”.

Nuestros deseos cambian con una nueva pareja

La mujer y el hombre que no concuerdan con estos estereotipos son considerados inadecuados por sus parejas, y son forzados a “comportarse” como “deberían ser”. Es así como se van gestando las dificultades sexuales comunes de ambos sexos. Aparecen con la pareja habitual, de forma larvada, como reacciones a fuerzas externas al acto íntimo mismo, y poco a poco, alimentándose de las inadecuadas respuestas al problema lo van invadiendo todo, no sólo trascendiendo a otros aspectos de la relación o la convivencia, sino afectando a posibles relaciones paralelas o futuras con otras personas distintas.

Surge así la paradoja de que mujeres que reclaman constantemente a sus parejas “más tiempo dedicado a los prolegómenos” se sorprenden a sí mismas no necesitando apenas excitación con una nueva pareja por la que sí se sienten atraídas. De análogo modo, hombres que son culpados de “ir e irse demasiado rápido” en sus relaciones matrimoniales, aprenden a demorarse y encontrar otro tempo en sus encuentros extramatrimoniales o sucesivos a la ruptura.

Hay que hacer lo que a uno le apetezca

No es por tanto preciso recurrir a las explicaciones psicoanalíticas profundas que planteaban universales conflictos homosexuales no resueltos o de odio hacia la figura materna en la infancia de los hombres que muestran una clara y persistente tristeza tras el encuentro con sus parejas (cuando no una impotencia que imposibilita el coito), ni apelar al recurrente acontecimiento traumático infantil terrible como explicación del rechazo de algunas mujeres presentan ante los hombres con los que cohabitan, ya se exprese éste como vaginismo, dispareunia o falta de deseo.

Posiblemente, comprender estas reacciones es mucho más sencillo. Implica partir de que nuestro disfrute erótico requiere como único abono anidar en la tierra que uno quiere, para hacer lo que apetece y no lo que se debe. Como propusiesen Fienkelkraut y Bruckner en El nuevo desorden amoroso, es llegado el tiempo de abandonar el código, el guión, la partitura (obviamente imprescindible décadas atrás), y aprender a disfrutar improvisando.

*Javier Sánchez es psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial.

Dice la máxima latina que tras el coito todo animal está triste, excepto la mujer y el gallo (post coitum omne animal triste). Un alto número de mujeres constatan esta diferencia en las actitudes que ellas mismas y sus parejas hombres presentan al terminarse el encuentro amatorio. Mientras que la mujer busca el abrazo o cierta forma de amparo, el hombre tiende a perseguir un aislamiento arisco, casi autista. La forma contemporánea de quejarse de ello es culpar al varón de “falta de ternura”, “haberse distanciado” o de “no demostrar interés”.