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Cuando Nochevieja se celebraba el 25 de marzo
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EL ORIGEN DE LAS SUPERSTICIONES DE AÑO NUEVO

Cuando Nochevieja se celebraba el 25 de marzo

En el pensamiento antiguo algo era peligroso cuando se salía de lo habitual, y se sintió la necesidad de conjurarlo; cualquier cosa fuera de lo normal

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Cuando Nochevieja se celebraba el 25 de marzo

En el pensamiento antiguo algo era peligroso cuando se salía de lo habitual, y se sintió la necesidad de conjurarlo; cualquier cosa fuera de lo normal se interpretaba como advertencia divina: eclipses, rayos, cometas, volcanes, lluvia de sangre, de ranas, de leche e incluso de aceite, nacimiento de animales con más miembros de los debidos, el hermafroditismo, sueños premonitorios, catástrofes inexplicables, sucesos inesperados.

Este cúmulo mántico-supersticioso dio lugar a creencias peregrinas cuyas consecuencias psicológicas y sociales siguen de actualidad. Cicerón se quejaba así en el siglo I antes de Cristo, diciendo: “la superstición nos atenaza, nos persigue por doquier. Las palabras de un adivino; cualquier presagio; un ave que vuela; un relámpago; el encuentro de un caldeo; un trueno; cualquier fenómeno que se aparte en algo de lo habitual nos inquieta y perturba el ánimo. A los que ruegan a diario a los dioses y ofrecen sacrificios para lograr que sus hijos les sobrevivan llamamos superstitiosi”.

A lo largo de los últimos cinco mil años el hombre ha vivido convencido de la conveniencia de evitar la mirada de un bizco, y ha corrido confiado a pasar la mano por la chepa de un giboso. Las creencias inútiles nos llevan, en un acto voluntarioso, a ir en contra de nuestra razón a la hora de resolver de forma práctica los problemas que por depender de la diosa Fortuna y la veleidad de la Suerte no tienen solución.

Por superstición dejamos de hacer unas cosas y evitamos otras: en ambos casos concedemos a actos extravagantes trascendencia mágica y nos tranquilizamos al pensar que hemos dejado al diablo con tres palmos de narices. Y no es cosa de hoy. Generaciones de maniáticos nos han precedido. Sócrates temía al mal de ojo, Aristóteles creía en la quiromancia, mientras Julio César temblaba al oír el canto del gallo.

¿Por qué están tan arraigadas las supersticiones?

Piense el lector en el arraigo que desde hace cinco mil años tiene la astrología: la gente tiene a su signo zodiacal como eje de su vida y destino, y resulta muy difícil hacer entrar en razón a nadie, a ese respecto. Todo está relacionado con la aspiración, sentida ya por el hombre del Paleolítico, de hallar remedio a los males y sucesos que caen fuera de nuestro control.

La magia de la superstición estriba en la limitación humana. En cuanto a la acción médica de la magia, se basaba en la creencia terapéutica transferencial: exorcismos, rompimientos de hechizos. En el contexto de la medicina la palabra pharmakon equivalía a ‘veneno’, pero también a 'hechizo'. Esta medicina de encantamientos y maleficios fue reconocida en Grecia por filósofos como Platón, que en Las Leyes reconoce el papel de conjuros y fórmulas en el proceso de la curación.

El pensamiento científico no desbancó nunca la querencia telúrica a la magia en parcelas de la salud, el amor, la procreación, la pasión y el deseo, campos sensibles donde la medicina y la magia se entrecruzan, y el médico tenía que vérselas con creencias peregrinas como la que sostenía que si se untaba a un hombre con excremento de ratón éste sería impotente. El hombre acepta cualquier cosa para salir de sus miserias. La Medicina fue una creencia antes que una ciencia, y el médico participó de la personalidad del taumaturgo. Era difícil dejar de creer en ciertas cosas cuando no existía sucedáneo. Así, cuando el maestro Pedro Ciruelo escribió su tratado o Reprobación de las supersticiones y hechicerías (1541) admitió la posibilidad de que las brujas volasen en escobas y recorriesen enormes distancias.

La celebración del Año Nuevo

El día de Año nuevo es la celebración más universal de la que hay memoria; también la más antigua. Era festivo hace cuatro mil años en Babilonia, cuando los años comenzaban con la siembra y finalizaban con la cosecha: se celebraba a finales de marzo y duraba once días.

El sumo sacerdote se bañaba antes del alba en el Éufrates tras adorar a Marduk, dios de la agricultura.  Era día de acción de gracias y también de balance; los ciudadanos repasaban lo acontecido en el año que acababa y tomaban determinaciones para el entrante. Una de las obligaciones de año nuevo era pagar deudas y devolver lo prestado. Se bebía y comía en abundancia y se sacrificaba la mejor pieza de su corral. La ciudad era un hervidero de desfile y pasacalles y se estrenaba un vestido o calzado. Se organizaban bailes de máscaras y cabalgatas cuyo cortejo comenzaba en el templo de Marduk y acababa en una ermita extramuros de la ciudad, llamada Casa del Año Nuevo.

También en Egipto se recurría al simbolismo del hombre viejo de largas barbas como representante del año caduco, y el adolescente como representante del año que comenzaba: cada uno de estos personajes llevaba un bebé en una cesta de mimbre.

Los griegos del siglo VII a. de C. también simbolizaban el Año Nuevo con un recién nacido. En Grecia era costumbre desfilar ante el templo de Dionisos con un bebé en un cesto de juncos: era el bebé de año nuevo.

A Roma llegó la costumbre procedente de Grecia. El poeta Ovidio, del siglo I, habla de la costumbre de regalar una moneda y un pequeño tarro de miel como expresión de un deseo: que el año que empezaba fuera dulce y próspero; no se permitía trabajar y se estrenaba una prenda de vestir, como hicieron mucho antes los babilonios. Curiosamente, los judíos siguen haciéndolo.

El paso del Año Nuevo al 1 de enero

Durante dos mil años Año Nuevo se celebró en marzo, primer ciclo anual que comenzaba con la siembra. El Año Nuevo de la Antigüedad era el inicio del ciclo anual agrícola. Para los romanos marzo era el primer mes, y el año comenzaba el veinticinco de ese mes.

La decisión de trasladar el inicio del año al 1 de enero fue política. Los altos funcionarios, para mantenerse en los cargos más tiempo alteraban la duración de los meses distorsionando la realidad astronómica: El 46 a. de C. Julio César tuvo que prolongar el año hasta los 445 días: fue el año de la confusión. Para poner coto a tanta arbitrariedad el Senado decidió declarar como primer día del año el 1 de enero.

Pero a lo largo de la Edad Media todo se desvirtuó. En la Inglaterra de los siglos XII al XIII se celebró Año Nuevo el 25 de marzo; en Francia, se hacía coincidir Año Nuevo y Pascua de Resurrección -de ahí la confusión entre unas Pascuas y otras- ; en Italia, Navidad se celebraba el 15 de diciembre, fecha que fue durante un tiempo el primero de año. Sólo en España y Portugal se celebraba el 1 de enero. El año nuevo actual se celebra universalmente el uno de enero desde hace sólo cuatro siglos.

* Pancracio Celdrán es autor del Diccionario de manías y supersticiones (Viceversa Ediciones). Doctor en Filosofía y Letras y Máster en Historia Antigua.

En el pensamiento antiguo algo era peligroso cuando se salía de lo habitual, y se sintió la necesidad de conjurarlo; cualquier cosa fuera de lo normal se interpretaba como advertencia divina: eclipses, rayos, cometas, volcanes, lluvia de sangre, de ranas, de leche e incluso de aceite, nacimiento de animales con más miembros de los debidos, el hermafroditismo, sueños premonitorios, catástrofes inexplicables, sucesos inesperados.