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"No podemos dar premios a los sinvergüenzas ni fomentar falsos prestigios"
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PARA JOSÉ ANTONIO MARINA, LA INSISTENCIA EN EL BIENESTAR "NOS ESTÁ METIENDO EN LÍOS"

"No podemos dar premios a los sinvergüenzas ni fomentar falsos prestigios"

Las puertas de los coches deben hacer ruido al cerrarse, porque así sugieren al comprador que la carrocería es sólida; las patatas fritas deben crujir, porque

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"No podemos dar premios a los sinvergüenzas ni fomentar falsos prestigios"

Las puertas de los coches deben hacer ruido al cerrarse, porque así sugieren al comprador que la carrocería es sólida; las patatas fritas deben crujir, porque eso agrada a quien las ingiere. Son  formas de influencia que José Antonio Marina, uno de nuestros más reconocidos ensayistas, describe en Los secretos de la motivación (Ed. Ariel), donde también da cuenta de otros modos de estimulación socialmente mucho más provechosos. La obra forma parte de la Biblioteca UP, iniciativa que le sirve para financiar su proyecto educativo en internet, la Universidad de Padres.

E.C.- El término motivación, en el sentido que usted lo utiliza en el libro, requiere una delimitación previa para evitar ambigüedades.

J.A.M.- Motivar es intentar despertar las fuerzas que inician y dirigen nuestra conducta. Siempre que hablamos de iniciar una conducta hablamos de motivación, ya tratemos de incitar acciones propias o de otra persona, y ya tengan éstas buena o mala finalidad. Lo que resulta ambiguo es que las mismas técnicas que se emplean para la buena motivación pueden emplearse en sentido negativo, promoviendo objetivos adoctrinadores o manipuladores. La gran diferencia es si sirven para suscitar la libertad y la capacidad crítica del individuo o si por el contario tratan de anularlas.

E.C.- Hay quienes señalan que los métodos pedagógicos actuales tratan sobre todo de que acumulemos conocimiento, dejando de lado lo emocional. En este sentido, la motivación no debería dirigirse a tratar de que los niños aprendan más sino de que se sientan mejor….

J.A.M.- Nos hemos pasado de rosca, y pensar ahora que el objetivo último es el bienestar elimina otros componentes necesarios de la vida como soportar el malestar, el esfuerzo o el sacrificio. El bienestar es uno de los tres grandes deseos que tiene el ser humano, pero es sólo uno de ellos. También queremos convivir con los demás, con las satisfacciones y responsabilidades que eso acarrea, y sentir que progresamos y que estamos haciendo algo significativo. Cada una de estas cosas te obliga a perder comodidad. Si quiero mantener relaciones amorosas satisfactorias, tendré que pensar en la  otra persona, ajustando mis comodidades a la comunicación y al cuidado del otro. Una madre cuando se ocupa de su hijo pierde comodidad, a nadie le gusta tener que levantarse a las cuatro de la mañana, pero también lo entiende adecuado. 

Insistir tanto en que lo importante es el bienestar nos está metiendo en líos. Es el caso de la psicología positiva, que afirma que cambiando el ánimo de la gente cambias el problema. En realidad, esta tendencia se ha convertido en una aliada del conservadurismo extremo, ya que al insistir en el cambio interior impide que se produzca una transformación de la realidad exterior. Hay serios peligros en muchas de las cosas que dice la psicología, que ya nos metió en problemas elogiando al psicoanálisis, que después sustituyó el concepto de voluntad por el de motivación, que más tarde dijo que el deber era una cosa castradora y que lo importante era que hiciésemos las cosas con ganas y que ahora afirma que modificando el estado de ánimo puede transformar la realidad.

E.C.- ¿Cuáles son los mecanismos de los que nos podemos servir para motivar?

J.A.M.- Se trata de un concepto complejo que he tratado de simplificar en una ecuación según la cual la motivación es igual a los deseos más los incentivos (o las metas que se pretenden alcanzar) más una tercera variable facilitadora que anima a emprender o no la acción. Puedes tener hambre y eso llevarte a comer, pero también puede ocurrir que no tengas ganas, que te pongan delante un plato agradabilísimo y que sea ese incentivo el que te lleve a realizar una acción que no deseabas. Y también puede ocurrir que el entorno no facilite la realización de la acción, por ejemplo cuando el plato es muy caro. Esas son las tres variables de la motivación. Son muy sencillas pero funcionan en todos los casos. Cuando queremos motivar a un niño para que aprenda matemáticas, que no le interesan nada, o se enlaza con sus deseos o se le presenta un premio o un incentivo o se le facilita la realización de la tarea. No tenemos más elementos con los que jugar.

E.C.- Mucha gente piensa que somos una sociedad desganada, llena de personas que han visto satisfechos muchos de sus deseos y, que por tanto, es muy difícil encontrar algo con qué motivarnos. ¿Se corresponden estas lecturas con la realidad?

J.A.M.- Hay que analizarlo detenidamente. Puede que una persona esté desmotivada y que por razones puramente biográficas haya perdido el deseo de hacer cosas. También es posible que si hemos tenido demasiados incentivos y ninguno nos ha satisfecho, nos resulte difícil enlazar con un objetivo que nos despierte la ilusión.

Pero quizá lo más relevante sea cuando aparece ese sentimiento de impotencia según el cual hagamos lo que hagamos no vamos a poder conseguir nuestro objetivo, lo que nos lleva a no esforzarnos en absoluto. Por eso es tan importante en todos los niveles, desde la escuela hasta la política, reforzar el sentimiento de la propia eficacia. En los colegios es algo clarísimo. Cuando reclamaba que teníamos que incluir en los derechos de la infancia el derecho a tener éxito merecido en algo, mucha gente lo tomó como una broma, argumentando que si el chico es torpe no tendrá éxito por más que nos esforcemos. Pero nuestra astucia pedagógica debe ser organizarlo todo para que lo consiga, porque la sensación será tan agradable que querrá hacerlo de nuevo. Entonces habrá mordido el anzuelo educativo.  

E.C.- Ese sentimiento de impotencia está particularmente presente en el ámbito político hoy, cuando parece que estamos gobernados por un mecanismo impersonal, los mercados, frente al cual nada puede hacerse.

J.A.M.- Mucha gente está sintiendo miedo respecto del futuro, lo que inhibe cualquier tipo de acción. Después aparece el sentimiento de impotencia, al que se suma una extendida desconfianza respecto de los políticos. Todo ello produce gran desinterés respecto de la vida política. Pero también es cierto que, en estas circunstancias, el cambio es un gran motivador. Las grandes emociones funcionan muy bien. Por ejemplo, la indignación moviliza muchísimo. Mientras que el miedo paraliza, la furia despierta la necesidad de actuar.

E.C.- Encontrar soluciones colectivas supone unir un diagnóstico adecuado con los mecanismos de solución más beneficiosos y después poner los medios para llevarlos a efecto.  Se antoja complicado…

J.A.M.- Sí, pero sabemos lo que debe hacerse. Hemos de ser conscientes de que estos asuntos son muy complejos y que por tanto exigen soluciones complejas, pero también de que hay sociedades que ya han tenido éxito en esta tarea. En segundo lugar, contamos con grandes sistemas de comunicación y podemos divulgar la información necesaria a través de ellos y transmitir la idea de que hay un futuro posible porque conocemos la hoja de ruta. Por último, hemos de convencer a la gente de que estamos obligados a recompensar toda conducta socialmente conveniente. No podemos dar premios a los sinvergüenzas ni otorgar falsos prestigios, porque eso desanima al resto de la sociedad.

E.C.- Pues parece que estamos haciendo justo lo contrario. Las figuras de referencia sociales son personas cuyo mayor mérito es golpear razonablemente bien un balón y la frecuencia con que se recompensan conductas vergonzantes es elevadísima, desde esos personajes televisivos que ganan mucho dinero con la telebasura hasta las indemnizaciones millonarias que se han llevado  directivos que arruinaron bancos y cajas.

J.A.M.- Como decía en un libro anterior, Las culturas fracasadas (Ed. Anagrama), las sociedades no sólo pueden ser inteligentes o estúpidas sino que también pueden encanallarse. Tenemos que hacer una gran pedagogía de la inteligencia colectiva. La interacción entre inteligencias individuales nos puede conducir hacia fenómenos sociales muy interesantes o muy deprimentes, y esto hay que explicarlo a la sociedad a través de educación y de los medios y desde luego a través de la paciencia. Hay que insistir en el mensaje optimista, pero haciendo saber a la gente que, en momentos de crisis como este, todos los logros conquistados, incluidos los derechos humanos, pueden disolverse como azucarillos. Lo sabemos porque ya pasó antes. El asunto más interesante de las recientes elecciones es la subida de CiU en un momento en que estaba gobernando y poniendo en práctica serios recortes. Nos vamos acostumbrando a todo. Y mantener el espíritu crítico quiere decir justo lo contrario: no me habitúo a las cosas, sino que las pienso antes.

E.C.- Insiste, a pesar de todo, en transmitir un mensaje optimista.

J.A.M.-  Sí, porque la postura contraria es muy fácil. No se trata de predicar alegremente, sino de hacer saber que tenemos recursos, personales y sociales, para combatir las situaciones. Pero, en último término, el gran dinamismo tiene que venir siempre de los individuos, que se pueden unir para una meta común y que pueden fomentar la inteligencia colectiva. Hoy tenemos posibilidad de formar multitudes inteligentes.

Las puertas de los coches deben hacer ruido al cerrarse, porque así sugieren al comprador que la carrocería es sólida; las patatas fritas deben crujir, porque eso agrada a quien las ingiere. Son  formas de influencia que José Antonio Marina, uno de nuestros más reconocidos ensayistas, describe en Los secretos de la motivación (Ed. Ariel), donde también da cuenta de otros modos de estimulación socialmente mucho más provechosos. La obra forma parte de la Biblioteca UP, iniciativa que le sirve para financiar su proyecto educativo en internet, la Universidad de Padres.