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Ya nadie duerme bajo techo en Puerto Príncipe
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“HELP!”, CLAMAN EN LOS REFUGIOS

Ya nadie duerme bajo techo en Puerto Príncipe

La cama del hotel Auberge de Québec se sacude violentamente. Son las seis de la mañana hora de Haití, mediodía en España. El movimiento apenas dura

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Ya nadie duerme bajo techo en Puerto Príncipe

La cama del hotel Auberge de Québec se sacude violentamente. Son las seis de la mañana hora de Haití, mediodía en España. El movimiento apenas dura unos segundos, un tiempo insignificante para desperezarse del sueño y comprobar que la tierra ruge de nuevo. No fue para tanto –pienso-, pero el miedo se palpa a flor de piel y en un abrir y cerrar de ojos todos los huéspedes del hotel han salido corriendo al jardín. Algunos con las prisas, medio desnudos.

 

El día arranca, pues, demasiado temprano y con la preocupación de saber si eso que unos hemos sentido como algo ligero puede haber sido para otros la puntilla que desmorone sus frágiles construcciones. Pero en Haití, al menos en los alrededores de Puerto Príncipe, ya nadie duerme bajo un techo. El terremoto de la semana pasada hizo añicos gran parte de las barridas más humildes que componen el mosaico anárquico de la capital. Todo el mundo se ha organizado, mejor que peor, en inmensos campos de desplazados construidos a base de sábanas, palos y tiendas de campaña y que se extienden por parques y avenidas.

Pero la ciudad sigue como si tal cosa, sumida en un completo caos circulatorio que complica mucho los movimientos con vehículos. Las calles están atestadas de gente deambulando sin rumbo fijo, entre coches, convoyes, camiones, ambulancias y patrullas de las Naciones Unidas y de otros tantos ejércitos que andan por aquí tratando de establecer algo de control. Cruzar la ciudad para llegar al aeropuerto puede llevar horas y requiere, sobre todo, armarse de paciencia. Por las calles, ya es visible que las toneladas y toneladas de suministros y víveres que se amontonan en la pista de aterrizaje están empezando a llegar a la gente. Aunque, tristemente, también podemos comprobar cómo los más avezados ya comercian con las botellas de agua que poco antes han logrado gracias a las donaciones de múltiples ONG y de otros tantos países.

En los campos de desplazados, durante el día, cuando el sol aprieta con más dureza, las mujeres y los niños se cobijan como pueden bajo las sombras de la bella vegetación tropical del Caribe, bajo las grandes hojas de las palmeras plataneras. Los hombres, sin embargo, están todos fuera buscándose la vida. Cientos de ellos se agolpan a las puertas de los almacenes de las ONG y en las inmediaciones del aeropuerto a la espera de recibir algún tipo de comida. Se amontonan tras la verja o subidos a las tapias de las inmediaciones en una auténtica marea humana. Y de nuevo, en el reparto, la cosa se complica y obliga a lanzar varios disparos al aire para controlar la situación entre los hambrientos.

Otros haitianos, sin embargo, optan por ofrecer sus servicios como conductores o como traductores. El ciudadano medio domina aquí, fácilmente, hasta tres o cuatro lenguas: el cróele -su dialecto propio, oriundo del francés de la antigua colonia-, el inglés y el español. Y ahora que la ciudad está tomada por un ejército de voluntarios, cooperantes, médicos y enfermeros, los propios haitianos son los que mejor facilitan que todos nos entendamos en este inmenso babel de lenguas.

“Help”

En el distrito de Diquini, en el campus de la universidad adventista, se hacinan cerca de 10.000 personas cada noche. Al lado, en la explanada de una iglesia, lo hacen otras 130 familias y 98 niños. Estos pasan el día jugando con algunos juguetes que se han salvado del derrumbe o lo que es más divertido persiguiendo y saludando a todos los blanquitos que nos movemos por aquí. Las mujeres, mientras, cocinan el arroz y el plátano frito, mientras que a pocos metros, en un arroyo sucio, lavan su piel de lecha negra hombres y mujeres que no prestan importancia a sus pudores.

En una de las tiendas, refugio para  20 personas, alguien ha escrito en el suelo y con grandes caracteres la palabra “help” (ayuda). Pero hace ya una semana que la tierra se sacudió con estrépito y los equipos de rescate ya lo único que pueden hacer es ayudar a evacuar cadáveres entre los escombros. Hay barriadas enteras de la capital a las que aún no ha accedido ningún equipo de emergencias, por lo que solo pensar en la cantidad de muertos que quedan por descubrir estremece. Un equipo de rescate llegado desde Colombia sale cada día en busca de algún rayo de esperanza. El domingo oyeron gemidos debajo de las piedras y tras varias horas buceando entre las piedras para rescatar a lo que pensaban era un bebe encontraron a dos perritos exhaustos de tanto pedir ayuda.

La cama del hotel Auberge de Québec se sacude violentamente. Son las seis de la mañana hora de Haití, mediodía en España. El movimiento apenas dura unos segundos, un tiempo insignificante para desperezarse del sueño y comprobar que la tierra ruge de nuevo. No fue para tanto –pienso-, pero el miedo se palpa a flor de piel y en un abrir y cerrar de ojos todos los huéspedes del hotel han salido corriendo al jardín. Algunos con las prisas, medio desnudos.

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