Es noticia
El estraperlo de gasolina llega a las fronteras haitianas
  1. Mundo
EL EJÉRCITO IMPIDE TRAERLA DE REP. DOMINICANA

El estraperlo de gasolina llega a las fronteras haitianas

En un país que ha quedado completamente desolado es difícil establecer un orden de prioridades, una pauta que guíe la acción de los miles y miles

Foto: El estraperlo de gasolina llega a las fronteras haitianas
El estraperlo de gasolina llega a las fronteras haitianas

En un país que ha quedado completamente desolado es difícil establecer un orden de prioridades, una pauta que guíe la acción de los miles y miles de voluntarios que desde todas las esquinas del mundo han venido para echar una mano. En el aeropuerto de Puerto Príncipe, el trasiego de aviones y helicópteros es constante, pero en la pista aún aguardan toneladas de suministros apilados en  paquetes identificados con la bandera del país donante y que esperan a ser repartidos por las calles de la capital. Hay escasez de todo, sobre todo de agua potable y, especialmente, de combustible.

 

En la frontera de Haití con la República Dominicana, los soldados cierran el paso a todo aquel que quiera introducir gasóleo en el interior del país. Y sin el preciado líquido, de poco sirven los esfuerzos internacionales, pues no hay con qué trasportar la ayuda entre quienes más la necesitan. Algunas ONG se ven obligadas a burlar los estrictos controles establecidos en Jimani y camuflan los barriles de combustible en lo más oculto de los camiones, tras la carga de agua potable y alimentos básicos. Los que han sido menos cautos y han salido a la calle con sus garrafas de gasolina a la visa han visto como las propias autoridades haitianas se las requisaban para sus propios vehículos.

Así están las cosas en un país que tardará aún mucho en despertar del caos y en el que la población lucha por la primera de las funciones básicas de todo ser humano, la subsistencia. Si solo ese fuese el problema... El ejército norteamericano ha tomado el control del aeropuerto y es la única autoridad capaz de dilucidar quién entra y quién sale de la terminal. “Su exceso de celo”, como señalan fuentes de la Cooperación Española, no hace sino complicar aún más el reparto de las medicinas y otros suministros aportados por países como el nuestro. “No dejan que llegue nadie. No hay protocolo y si lo hay, te lo cambian cada dos por tres”, nos explican en el campamento español de cooperantes y voluntarios.

Los principales hospitales están muy severamente dañados. En el Central de Puerto Príncipe, Cruz Roja española almacenaba antes del seísmo gran parte de su material y, de momento, sigue sin poder acceder a él. El hospital adventista de Carrefour, a unos 15 minutos en coche del aeropuerto, es uno de los pocos centros médicos que ha quedado en pie y que sigue casi intacto.

Los vecinos ya lo tenían como un centro de referencia antes del terremoto y ahora que todo se ha venido abajo, más de un millar de personas acuden él para ser atendidas de sus múltiples contusiones y traumatismos. Pasan el día a la intemperie en los jardines del centro, cobijados, como ocurre en tantos otros lugares de la ciudad, bajo carpas de lona o sábanas colocadas a modo de tienda de campaña.

Importación de tiendas de campaña de Costa Rica

Una de las principales prioridades de ONGs como la Fundación ADRA es comprar carpas y montar lo antes posible campos de refugiados donde atender a todo este ejército de damnificados. Pero en la Republicana Dominicana el suministro de estas tiendas de campaña está agotado también y se tienen que importar de otros países como Estados Unidos o Costa Rica. A la espera de que lleguen, Kevin Hernández, responsable del área humanitaria de ADRA, divide a los afectados en pequeños subgrupos y selecciona líderes locales con los que coordinar después el reparto de los víveres. Un modo más seguro para repartir los suministros sin que se desaten violentas revueltas.

La clínica no da abasto y se opera al aire libre, como se puede, bajo carpas de lona traídas por ADRA Internacional y, en los casos más graves, en alguno de los quirófanos. Eso en el mejor de los casos, porque en su mayoría, los médicos y enfermeros voluntarios tratan a cada herido en el mismo jardín. Los pacientes se distribuyen en zonas por entre debajo de los árboles según su gravedad y sus lesiones. Por un lado, los niños, los que menos se quejan y los que más fácilmente se olvidan de sus problemas con algún juguete o pintando un dibujo.

Por otro lado, los que sufren todo tipo de traumatismos y roturas. Las órdenes son muy “conservadoras”, como explica el doctor Meriño, venido desde México: hay que intentar amputar lo menos posible. Pero hay muy pocos cirujanos para tanto quehacer y cada 15 minutos muere una persona rodeada de una tremenda sensación de impotencia. Faltan manos para tanto desastre y tanto caos.

En un país que ha quedado completamente desolado es difícil establecer un orden de prioridades, una pauta que guíe la acción de los miles y miles de voluntarios que desde todas las esquinas del mundo han venido para echar una mano. En el aeropuerto de Puerto Príncipe, el trasiego de aviones y helicópteros es constante, pero en la pista aún aguardan toneladas de suministros apilados en  paquetes identificados con la bandera del país donante y que esperan a ser repartidos por las calles de la capital. Hay escasez de todo, sobre todo de agua potable y, especialmente, de combustible.

Haití