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Curtido a golpes, perdona pero no olvida
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MARIANO RAJOY

Curtido a golpes, perdona pero no olvida

“Me han cascado mucho por todas partes… De mi partido y de fuera. Por ello, sólo debo cosas a los que me han apoyado dentro de

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Curtido a golpes, perdona pero no olvida

“Me han cascado mucho por todas partes… De mi partido y de fuera. Por ello, sólo debo cosas a los que me han apoyado dentro de mi partido. A nadie más, a ningún medio de comunicación y a ningún banco”. Ésta ha sido una de las pocas concesiones al sentimiento que ha hecho en esta campaña Mariano Rajoy Brei, el hombre que hoy, a la tercera, puede convertirse en el nuevo presidente de un Gobierno que debe gestionar uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de España.

Rajoy, a sus 56 años (27 de marzo de 1955), llega con la piel encallecida por las cicatrices de las muchas puñaladas que le han dado en los 30 años de vida política de este gallego nacido en Santiago de Compostela por el empecinamiento de su madre, que no quería dar a luz en Piedrahíta (Ávila) donde su marido estaba destinado.

La profesión de su padre, funcionario del Estado y magistrado, marcó la educación de un Mariano alto, desgarbado y miope que a los 10 años, en 1965, ingresó en los Jesuitas de León. Allí estudió el mayor de los tres hermanos Rajoy hasta los 15 años. El padre Almunia le retrata como “un empollón, con una memoria prodigiosa y con un punto débil: su nula capacidad para el dibujo”.

Su altura le sirvió para destacar en el equipo de baloncesto, siempre con la camiseta número 6 y un punto de vanidad: “Le gustaba ver los recortes de prensa cuando aparecía como máximo encestador”. Aun hoy, y durante todos los años que ha sido jefe de la oposición, Rajoy se ha seguido reuniendo puntualmente una vez al año en un restaurante de Madrid con aquellos compañeros leoneses, entre los que se cuenta algún periodista que siempre ha guardado silencio sobre lo que se cocía en esas cenas.

El traslado de su padre a Vigo le lleva a Mariano a continuar su formación en los jesuitas de la capital pontevedresa y, después, a estudiar Derecho en la Universidad de Santiago. Su memoria le sirve para opositar a registrador de la Propiedad y a ganar una plaza en la localidad alicantina de Santa Pola, que conserva por si algún día decide abandonar la política. Algo que estuvo muy cerca de pasar en la Semana Santa de 2004.

Mariano Rajoy, que entra en Alianza Popular cautivado por Manuel Fraga, lleva una vida tranquila como diputado regional electo en las primeras autonómicas de 1981, con sólo 26 años. Luce ya su impenitente barba, un recurso para tapar unas cicatrices que le quedan de un accidente de tráfico sufrido en 1979 y que obligó a someterle a cirugía reparadora. Entonces ya comienza a labrarse una leyenda sobre sus correrías fuera de la política en Pontevedra, cuya Diputación preside en 1986. A la sombra de Fraga, en noviembre de ese mismo año, se convierte en vicepresidente de la Xunta, y cuando AP se refunda en Partido Popular, pasa al Comité Ejecutivo Nacional y al Congreso de los Diputados en 1993.

Cuentan que fue la ‘autoritas’ de Fraga la que le impuso que sentara la cabeza para dar fin a los rumores sobre su disipación y que hiciera política en Madrid. El brillante y ya no tan joven Rajoy tenía 36 años cuando, en 1992, tomando un whisky en un bar de Xanxenxo junto a José Manuel Lorenzo, otro amigo de farras y hermano del actor Francis Lorenzo, pidió que le presentaran a una joven 10 años menor que él. Era Elvira Fernández Balboa, ‘Viri’, hija de un constructor de la localidad y hermano del alcalde ‘popular’ de la misma. Rajoy, siguiendo los ‘consejos’ de Manuel Fraga, sentaba la cabeza y encaminaba su futuro a Madrid para seguir con su prometedora carrera política.

Viri se trasladó también a la capital, donde entró a trabajar en el departamento de contabilidad de Antena 3 y, en 1996, tras aplazar un día la ceremonia porque había votación de Presupuestos en el Congreso, se casaron el día de los Inocentes en la pequeña iglesia de La Toja, recubierta de conchas. Iba a ser una ceremonia íntima, pero cerca de cien periodistas copaban la puerta de la ermita. Dos años después tendrá que soportar una prueba mucho peor: su marido, en un acto político, no puede estar a su lado cuando sufre un aborto y tiene que ser intervenida.

Paciencia, humor, espíritu deportivo e indiferencia

Ya en los gobiernos de Aznar se conduce con las cuatro máximas que él mismo dice cultivar: "Paciencia, sentido del humor, espíritu deportivo y sentido de la indiferencia". Con su ‘galleguismo’ y su no saber si bajaba o subía las escaleras de Génova, sus compañeros de Gobierno y en la carrera por la sucesión nunca le tuvieron demasiado en cuenta. Frente a las voces propias de un Rodrigo Rato que fue el único que puso reparos a la intervención en Irak, a la personalidad del ‘general secretario’ Álvarez-Cascos, al democristiano soldado Mayor Oreja o al fiel y discreto Ángel Acebes, Mariano Rajoy ejercía de gallego y eficaz director de campañas electorales, muñidor de acuerdos con nacionalistas o fontanero del desastre del ‘Prestige’, asumiendo con espíritu deportivo algún resbalón como los “hilillos de plastilina” que emanaban del casco del petrolero.

En septiembre de 2003, Aznar deshoja la margarita y le señala con el dedo, una carga que lleva con sentido de la indiferencia. Es una campaña fácil, tanto, que alarga las sobremesas hasta casi las seis de la tarde cuando se reúne con algunos periodistas en plena precampaña, dando buena cuenta de al menos dos habanos de los que guarda, por decenas, “son regalos”, en un mueble humidificador en su despacho de la plante siete de Génova. Rajoy ha prometido muchas veces dejar el ‘vicio’, e incluso lo llega a anunciar públicamente… Pero no lo deja y tiene que esconderse en las imágenes de las entrevistas cuando disfruta de un veguero.

Sin embargo, la matanza del 11-M da un vuelco a las elecciones y al país. Después de una semana trágica y una derrota histórica (la primera vez que un partido pasa a la oposición viniendo de una mayoría absoluta), Rajoy se va con su familia a las Canarias. Allí piensa seriamente en dimitir y abandonar, volver a la plaza de registrador en Santa Pola. Finalmente, con una concha más en su piel, se queda.

Aprisionado entre la herencia del ‘dedazo’, prisionero de una estrategia teledirigida por el ala más dura de su partido y una estrategia mediática encabezada por quienes le quieren descabalgar, comienza a ser más ‘gallego’ que nunca. Quiere ganar tiempo y practica una suerte de paciencia indolente que pasa por dar la razón a unos y a los contrarios. Son los tiempos del ‘maricomplejines’, de la conspiración, de la crispación. “Me han dado duro, dentro y fuera…”. El punto culminante llega en 2008. Lastrado por el pasado y prisionero de sus ‘amigos’, vuelve a perder. Es la segunda vez, y esa misma noche, desde la Puerta del Sol y desde las terminales mediáticas que ahora le colman de lisonjas con tirantes, piden su dimisión. También muchos desde el propio partido…

Viri, al borde las lágrimas

Esa noche del 9 de marzo de 2008, al borde las lágrimas, Viri aparece inesperadamente en el balcón de Génova. Sabe que hay muchos esperando a lanzarse sobre el presunto cadáver político de su marido. Pero se precipitan. Rajoy, esa vez, ni se plantea marcharse. Al contrario, piensa romper con todo lo que ha lastrado: el ‘dedazo’ de Aznar, los amagos de Esperanza Aguirre, las hipotecas con los medios de la crispación, con la imagen de los ‘corbatas negras’ del 11-M, Aznar y Acebes... Prepara el congreso de Valencia, somete a Esperanza, sacrifica momentáneamente a Gallardón, arrincona a Acebes y Zaplana y se apoya en su nuevo equipo, en Soraya, Cospedal, Pastor, Montoro, Arias Cañete. “Sólo debo a los que me han apoyado dentro de mi partido”…

El resto del camino lo ha hecho la crisis y la mala gestión de la misma del actual Gobierno, que aceleran su subida en las encuestas y le dan este 20-N un triunfo indiscutido y, según los sondeos, por mayoría absoluta. El despacho de Génova  quedará vacío. El maillot amarillo firmado por Induráin, enmarcado en una pared; el mueble de los puros, con decenas de cajas; el Marca y el As, los dos periódicos que primero lee… En Moncloa, tras un amago de seguir viviendo en Aravaca para poder ir en bicicleta con Mariano (12 años) y Juan (5) a desayunar churros, “una de mis mayores satisfacciones”, Rajoy apenas tendrá un momento para echar la vista atrás. La crisis no le permitirá tener paciencia, pero podrá recordar cuantos “palos”, de dentro y de fuera, le ha costado llegar. Como elefante, tiene la piel dura a fuerza de cicatrices. Pero como un elefante, “perdono, pero no olvido”.

“Me han cascado mucho por todas partes… De mi partido y de fuera. Por ello, sólo debo cosas a los que me han apoyado dentro de mi partido. A nadie más, a ningún medio de comunicación y a ningún banco”. Ésta ha sido una de las pocas concesiones al sentimiento que ha hecho en esta campaña Mariano Rajoy Brei, el hombre que hoy, a la tercera, puede convertirse en el nuevo presidente de un Gobierno que debe gestionar uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de España.