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Max Mosley, presidente de la FIA, inmerso en un escándalo de cintas, sexo y nazismo
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Max Mosley, presidente de la FIA, inmerso en un escándalo de cintas, sexo y nazismo

 El presidente de la FIA, Max Mosley. (Reuters)¿Recuerdan aquellas declaraciones de un tal Max Mosley, en las que afirmaba que España era un país racista por

¿Recuerdan aquellas declaraciones de un tal Max Mosley, en las que afirmaba que España era un país racista por aquellos insultos de algunos aficionados en los entrenamientos de Montmeló (Barcelona) contra el piloto británico, Lewis Hamilton, y en las que también amenazaba a los españoles con despojarlos de la Fórmula Uno? Pues resulta que ese Max Mosley, que no es menos que el presidente de la FIA, el pasado viernes, mientras algunos de ustedes se bebían una copa con sus colegas, otros cenaban con sus novias o novios, otros esperaban el fin de semana para descansar, otros estaban disfrutando de una buena película en el cine, se divertía interpretando el papel de un comandante en un campo de concentración golpeando con un látigo el trasero de cinco prostitutas vestidas con un disfraz similar al de los nazis en los campos de concentración en una casa en el lujoso barrio de Chelsea en Inglaterra.

Es una semana negra para la Fórmula Uno y para el deporte en general. Y es que, el escándalo sexual de connotaciones sado-nazis en el que se ha sumergido el presidente de la FIA, aunque nada tiene que ver con la competición y es parte de su vida personal, deja una imagen perjudicial en torno a éste deporte. Max Mosley fue uno de los pioneros en llevar a cabo la campaña en contra del racismo "Racing against Racism" pese a la opinión contraria del patrón de la Fórmula Uno, Bernie Ecclestone. En aquellos días, Mosley decía: "No toleraremos el racismo en nuestro deporte y daremos todos los pasos necesarios para asegurarnos de que escenas de racismo como esas no volverán a contemplarse". Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo. Mosley ha caído y se le ha desenmascarado. Su discurso es contradictorio y vergonzoso. Defender a Hamilton contra insultos racistas, señalar a los españoles de segregar al británico y por otro lado, vestirse con el uniforme de las SS para golpear con un látigo en los glúteos a cinco profesionales del sexo exclamando palabras en alemán, es incoherente. Incluso, se puede considerar más agresivo, más insultante, más racista, más indignante, su actuación en el vídeo, que lo acontecido en Montmeló pese a que ambas acciones son lamentables.

Los aficionados a la Fórmula Uno están indignados. Ecclestone le ha recomendado que no asista al Gran Premio de Bahrein que se disputará el próximo fin de semana porque el protagonismo se centraría en él y no en la carrera. Pero el presidente de la FIA, hijo de Oswald Mosley, principal líder nazi británico, ni siquiera ha dado la cara ante los medios, no ha pronunciado una sola palabra para esclarecer lo que publicó el diario sensacionalista británico News of the World y más difícil se ve que vaya a dimitir pese a que ya se barajan varios nombres para sucederle. El que mayor fuerza lleva es el francés Jean Todt, ex consejero de Ferrari y el segundo es Marco Piccinini, miembro de la FIA desde 1998. Lo que está claro es que Max Mosley debería renunciar por el bien del deporte. Debería dar la cara ante los aficionados y dejar de refugiarse en la Fórmula Uno, que su deplorable imagen estaría mejor en un caja con candado sin llave, que en las portadas de los diarios.

¿Recuerdan aquellas declaraciones de un tal Max Mosley, en las que afirmaba que España era un país racista por aquellos insultos de algunos aficionados en los entrenamientos de Montmeló (Barcelona) contra el piloto británico, Lewis Hamilton, y en las que también amenazaba a los españoles con despojarlos de la Fórmula Uno? Pues resulta que ese Max Mosley, que no es menos que el presidente de la FIA, el pasado viernes, mientras algunos de ustedes se bebían una copa con sus colegas, otros cenaban con sus novias o novios, otros esperaban el fin de semana para descansar, otros estaban disfrutando de una buena película en el cine, se divertía interpretando el papel de un comandante en un campo de concentración golpeando con un látigo el trasero de cinco prostitutas vestidas con un disfraz similar al de los nazis en los campos de concentración en una casa en el lujoso barrio de Chelsea en Inglaterra.