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Guti me pone
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Guti me pone

Sé que esta semana no se lleva su estilo, pero a mí este genio siempre me ha llegado. Con su soberbia, su mal perder, su altanería

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Guti me pone

Sé que esta semana no se lleva su estilo, pero a mí este genio siempre me ha llegado. Con su soberbia, su mal perder, su altanería y esa manía de hiperventilarse por muchos años que le vayan cayendo en el DNI. Igual que a Dalí no le cuestionábamos el bigote ni a Gómez de la Serna lo del elefante, a José María hay que condonarle (que diría Robinho) lo de las mechas, el cinturón a juego con la hebilla del reloj y esa cadencia suya a rendir en el verde 'a su manera' como a dejarse la piel ante el espejo cuando tiene una fiesta de guapos.

Si rebobinamos en su trayectoria nos encontramos a un chico de Torrejón de Ardoz al que la distancia y la clase social le alejaban de Madrid, del Real y de su anhelo. Un chaval agarrado a un sueño al que sus padres no cortaron las alas por muchas tentaciones que tuvieran en más de una pataleta, en más de un berrinche con el cole, con los estudios, con las peleas y con la propia vida de alguien que quiere cambiar el curso de su propia historia. Ya en el filial blanco con su primer sueldo sólido se dieron cuenta de que el camino iba en serio. Él les compró un Seat Ibiza para demostrar que jamás soltaría lastre con su familia. Guti es hoy lo que es, un pelotero de nivel y un adinerado en la escala, por culpa de su madre, de su padre, de su apretar los dientes. Y él lo sabe. Y cada día se lo recuerda para sus adentros.

Consiguió lo más difícil. Destacó, enamoró a muchos en la antigua Ciudad Deportiva y supo contagiar sello propio en cada partido, en cada lance, en cada oportunidad que Sergio Egea le daba antes de que Valdano y Cappa le prestaran atención para darle el privilegio de vestir el mismo escudo pero en Primera. Ya han pasado más de 10 años, ya se han cumplido muchos ciclos, ya nadie se acuerda de esa imagen aniñada y frágil de un rubito de barrio al que los medios le hicimos famoso por jugar como los ángeles y por cortarse el pelo como Fernando Carlos Redondo. Tenía el matasellos de la D.O. Real Madrid, era otro producto potable de la cantera, jugón, estiloso y con esos ramalazos propios de un virtuoso del balón.

Pero ¿y su carácter?, ¿cómo limar las patadas a destiempo y las autoexpulsiones?, ¿qué hacer con las calenturas y los rebrincamientos?, ¿era propio de un jugador con responsabilidad otorgada el que con demasiada frecuencia se fuera a la ducha antes de tiempo? Pues que yo sepa han sido muchos los que han intentado aplicar terapia a su 'lado oscuro', pensaban que tras soplar muchas velas el temperamento trocaría en paciencia y la rabia infantil en carácter apaciguado. Se equivocaron. De cabo a rabo. Guti sigue siendo indomable y mucho me temo que lo de la edad no le afecta en absoluto para desmelenar su mal genio cuando le ponen los tobillos como dos cómodas isabelinas. Sigue siendo un apasionado del descaro, de la provocación, de la necesidad casi natural de destacar a costa de lo que sea. Así le fue bien en el patio, así le fue bien en los primeros equipos, así le ha ido en la vida.

Sé que esta semana no se lleva su estilo, pero a mí este genio siempre me ha llegado. Con su soberbia, su mal perder, su altanería y esa manía de hiperventilarse por muchos años que le vayan cayendo en el DNI. Igual que a Dalí no le cuestionábamos el bigote ni a Gómez de la Serna lo del elefante, a José María hay que condonarle (que diría Robinho) lo de las mechas, el cinturón a juego con la hebilla del reloj y esa cadencia suya a rendir en el verde 'a su manera' como a dejarse la piel ante el espejo cuando tiene una fiesta de guapos.