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"Soy muy malo" (Cesc)
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"Soy muy malo" (Cesc)

Lo dijo. Estaba sentado en el estudio de Radio Marca y Axel Torres se lo preguntó con toda crudeza: "Cesc, ¿qué tal sales en el PRO

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"Soy muy malo" (Cesc)

Lo dijo. Estaba sentado en el estudio de Radio Marca y Axel Torres se lo preguntó con toda crudeza: "Cesc, ¿qué tal sales en el PRO 7? Dicen que tienes muy poca fuerza…". Y lo dijo. Que él ese año era la imagen corporativa del simulador de fútbol de mayor fama en el mundo pero que los creadores le habían "dotado" poco para la contienda. “En serio, Axel, no me pongas, yo no juego conmigo…". Pues eso, que con este ejemplo vemos que uno de los paladines de nuestra Selección es sincero, real y de carne y hueso. ¡Aunque renquee en lo virtual!

Cesc abandera una generación de peloteros bajitos a los que seguro Serrat les hacía una versión de su tema, son atrevidos, son ingeniosos, manejan idiomas y por fin representan ese fútbol cosmopolita tan exportable. A mí la palabra 'jugón' me recuerda a profesional de artificio, creo que de tanto rellenar el vocablo de adjetivos barrocos nos hemos cargado su lado modesto y humilde. Prefiero decir que Cesc, Xavi, Silva, Iniesta, Villa son virtuosos del balón que hacen del juego una consecuencia natural, sin demasiados adornos sin sentido, una concepción íntima que está impregnada por el objetivo de marcar y de hacerlo de la manera más saludable posible.

La clasificación agónica de España nos ha de inculcar una máxima a la que no debiéramos renunciar nunca: en el panorama internacional no hemos ganado nada pero, para empezar a hacerlo, hemos de tener ese sello propio que ya no pasa ni por la raza, ni por la furia, ni por las melenas al viento. Fábregas parecía un jugador voluble en el PRO 7 porque los creadores del videojuego tenían (y tienen) una idea guerrillera de este deporte. En las habitaciones de los chavales hay pique, roce y necesitan del choque-choque para que la competición en la consola tenga un puntito de agresividad controlada. Las cargas y las entradas tienen más relevancia que en el verde real. Por eso Cesc baja su cotización. A la contra por eso sube en la realidad: porque no hay mayor humillación física para con el rival que esconderle el balón… de por vida.

El día que conocí al barcelonés me quedé un poco parado. Quizá por el síndrome del videojuego. Me pareció un primo pequeño, un adolescente en formación que me venía a pedir la paga para echarse un cine con los amigos o unas máquinas en los recreativos. Frágil y enjuto, como si quisiera abrazarse así mismo para no dejar escapar ese fútbol único que encierra. Se come las uñas. Lo mira todo. Es de esa clase de futbolistas que desea captar los detalles ambientales del periodista que después pregunta, critica o alaba. Su curiosidad estuvo limitada un tiempo por su timidez pero, comprobando que en la radio había "otros" Cesc con deportivas en los pies, se soltó y estuvo más tiempo fuera de la plaza de los micrófonos que dentro.

Antes de la salida de Henry del Arsenal pudimos comprobar su grado de madurez, su rectitud fiel a un entrenador pedagogo y a una realidad que le ha dado todas las oportunidades que ha querido. No hay un caso igual en el fútbol que nos rodea. Ni un solo billete ha conseguido nublar su mollera para entrar en el juego del mercadeo. Desde la solemnidad afirma de manera tajante y creíble que está donde quiere estar y que a su felicidad no se le pone precio.

Lo dijo. Estaba sentado en el estudio de Radio Marca y Axel Torres se lo preguntó con toda crudeza: "Cesc, ¿qué tal sales en el PRO 7? Dicen que tienes muy poca fuerza…". Y lo dijo. Que él ese año era la imagen corporativa del simulador de fútbol de mayor fama en el mundo pero que los creadores le habían "dotado" poco para la contienda. “En serio, Axel, no me pongas, yo no juego conmigo…". Pues eso, que con este ejemplo vemos que uno de los paladines de nuestra Selección es sincero, real y de carne y hueso. ¡Aunque renquee en lo virtual!

Cesc Fábregas