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Schuster es un llorón
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Schuster es un llorón

Todos coincidimos en que para ser inquilino del banquillo del Real Madrid hay que tener un tipo de madera: la que resiste que cuando la cosa

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Schuster es un llorón

Todos coincidimos en que para ser inquilino del banquillo del Real Madrid hay que tener un tipo de madera: la que resiste que cuando la cosa va bien al equipo lo entrena cualquiera, y la que aguanta que cuando la cosa se tuerce uno es el máximo responsable. Bernardo Schuster parecía tener esa calidad ambivalente y por eso el año pasado se trazó una campaña de promoción perfecta, a medida, ideada hasta decir basta incluso cuando mentía diciendo: “yo no tengo posibilidades, hay otros entrenadores mucho mejor colocados que yo”. Mentiras piadosas y rentables.

Cuando Capello ganó la liga fue cauto, y dudó de si el presidente cumpliría el compromiso previo de sentarlo en el banco de un grande después de su fogeo con equipos de comprobada modestia. Él se veía preparado, él se veía en el momento ideal, él se veía reinando en un vestuario que, como tantos otros, deseaba someter y dominar. Y no empezó mal, ni con la elección de su segundo ni con la metodología pensada para asir bien las riendas y empezar un proyecto distinto y nuevo bajo el machacón mandato de jugar bien y dar espectáculo. Pero ni las incorporaciones han mejorado el bloque ni la plantilla ha sido confeccionada para comerse el mundo. Y Schuster lo sabe, lo que no conocemos es si seguirá el curso de su propia historia pidiendo en Diciembre sus Reyes para apuntalar lo que cree que cojea.

Pero las grandes preguntas son ¿por qué esa actitud hosca con un equipo en la azotea de la tabla? ¿por qué su inteligencia no le aconseja más mano izquierda con la prensa? ¿por qué las dudas, los cambios sin explicación y esa renuncia al juego de excelencia que él mismo anunció? Las respuestas pueden variar pero yo me atrevo a decir que Bernd tiene miedo de no cumplir con su ego. Está acojonadito al bloquearse a la hora de saber cuál es el camino perfecto que lleva a la propuesta ideal trazada. Y su salida es muy fácil, un poquito de látigo, un poquito de soberbia, un poquito de suficiencia y llorar. Porque tras lo de Sevilla Bernardo lloró. Porque tras lo de Sevilla Bernardo se escudó en el árbitro y las circunstancias para camuflar la rabia consigo mismo. Porque tras lo de Sevilla fue cobarde y pusilánime… y él lo sabe.

Por el vestuario del Real Madrid han pasado en los últimos tiempos profesionales de toda condición, Hiddink no entendía tanta presión, la canalizaba mal, Heynckes alucinaba con el “entorno”, Queiroz y Luxemburgo fueron una especie de ponepicas y poneconos que se pellizcaban cada mañana para creerse que estaban dirigiendo al club de fútbol más laureado del mundo, y Camacho, para mí, fue el único que encontró la coherencia al chocarse con un grupo indomable de difícil solución: por eso se iba cada vez que visualizaba que haría el ridículo con sus sistemas de trabajo. Señoras, señores, entrenar con efectividad a esta entidad es un curro de alto riesgo y eso han de saberlo los aspirantes. Pero sobre todo han de asumir, como Vicente del Bosque, que ellos son meros funcionarios mientras que los artistas se llevan la gloria, el reconocimiento y los méritos de lo que se consigue en el campo.

Todos coincidimos en que para ser inquilino del banquillo del Real Madrid hay que tener un tipo de madera: la que resiste que cuando la cosa va bien al equipo lo entrena cualquiera, y la que aguanta que cuando la cosa se tuerce uno es el máximo responsable. Bernardo Schuster parecía tener esa calidad ambivalente y por eso el año pasado se trazó una campaña de promoción perfecta, a medida, ideada hasta decir basta incluso cuando mentía diciendo: “yo no tengo posibilidades, hay otros entrenadores mucho mejor colocados que yo”. Mentiras piadosas y rentables.

Bernd Schuster