Lo arcano, lo legendario y un hilo musical perfecto para un retiro dorado
El cantante publica nuevo trabajo de versiones de Frank Sinatra. Una joyita que dura escasos 35 minutos pero que es deliciosa hasta decir basta
Estados Unidos de América, eh. Como grupo humano que constituye un país me fascina y me aterra a partes iguales. Incansable como el esfuerzo constante de esta comunidad a la hora de constituir referentes culturales propios, ha sido y es la labor del catalizador por excelencia de la cultura musical americana (estadounidense) que es nuestro querido Bob Dylan.
Influido en sus inicios por el cantautor folk antifascista Woody Guthrie (con quien mantuvo una entrañable relación estando Guthrie ya muy enfermito en una institución psiquiátrica de Nueva York) o el mítico bluesman Robert Johnson, de quien se comenta que vendió su alma al diablo en un cruce de caminos (hasta para esto son efectistas, qué maravilla), Robert Zimmerman, nacido en una pequeña comunidad judía de Minessota en 1941, ha sido desde la década de los sesenta quizá el máximo referente musical de la cultura de Occidente, reconocido, multipremiado, alabado como troubadour y poeta, cualquier aproximación a su figura puede, fácilmente, resultar extenuante.
Icónico y legendario Dylan
Del mismo modo que un halo de leyenda rodea las figuras de Guthrie o Johnson, la vida de Dylan es igualmente fascinante. Recorriendo su biografía y legado no solamente podemos indagar en las raíces del blues, el folk, el rock y el country de la mano tanto de estos dos artistas como de otros como Little Richard, Pete Seeger o Johnny Cash (portador de la herencia de la familia Carter), sino también seguir los principales movimientos contraculturales, políticos y civiles del pasado siglo a lo largo de varias décadas.
Pero además el icono cuenta (a pesar de ser una figura bastante blanca), cómo no, con momentos vitales envueltos en misterio (por no hablar de la ÉPICA de una tardía conversión al catolicismo) como el accidente de moto que sufrió siendo ya un artista consagrado y que bien pudo servirle como excusa para desaparecer de la vida pública, de la que estaba notablemente hastiado tras haber formado parte como activista por los derechos civiles junto a figuras de la canción protesta como Joan Baez, su valedora, de momentos históricos como la Marcha Sobre Washington y de haberse pronunciado sobre acontecimientos como el asesinato de Kennedy (el pasado octubre, por cierto, ha salido a la luz el Vol. 11 de los bootlegs que recopiló Columbia de esta época de retiro en su residencia de Woodstock, quizá una buena primera aproximación a su música para los no iniciados como yo).
A diferencia de otros genios como el mítico sweet Gene Vincent que inspiró a The Beatles en su primera etapa en Hamburgo y vio cómo su vida y su carrera languidecían a causa también de un terrible accidente en el que perdió la vida otra leyenda rockabilly, Eddie Cochran, o de intérpretes también de folk blues como la gran Karen Dalton (a quien Dylan consideraba una inspiración) que nunca ha sido lo suficientemente reconocida ni reivindicada, Bob Dylan ha eludido tanto la tragedia como el ostracismo a lo largo de las más de cinco décadas en las que ha publicado obras referenciales como The Times Are A-Changin', Highway 61 Revisited (disco que abre con Like A Rolling Stone, a la sazón Mejor Canción de Todos Los Tiempos según oops Rolling Stone), formado parte del supergrupo Traveling Wilburys o publicado trabajos en la década de los 80 junto a Daniel Lanois como Time Out Of Mind.
Shadows In The Night
Y por si alguien pensaba que igual ya era hora de ir pensando en jugar a la petanca, resulta que en 2015 (el disco se pone a la venta un tres de febrero, una fecha que también forma parte de la leyenda negra del rock) y si tras hacer suyos, renovar y añadirle poesía a todos los pilares de la tradición musical a Dylan le quedaba un tesoro cultural americano por acariciar, va a sus setenta y pico años y se marca una revisión, producida por él mismo bajo el alias de Jack Frost, de algunos de los clásicos del cancionero de música popular por excelencia, THE GREAT AMERICAN SONGBOOK, esos que hemos escuchado hasta la saciedad en recopilatorios navideños o de San Valentín (mira, idea para regalo, OH, WAIT!) en un amplio abanico de voces que van desde la exquisitez de la dama canadiense del jazz Diana Krall a la áspera y también maravillosa del británico Rod Stewart, pasando por las de Robbie Williams o Carly Simon.
Honestamente cuando me dijeron que me mandaban el disco para poder escucharlo, no tenía ni idea de qué esperar e incluso me invadió cierta pereza CÓSMICA, pero cuando leí que se trataba de una especie de homenaje a Frank Sinatra y que una de las estrategias de lanzamiento incluía regalar el disco a veteranos jubilados, me emocioné muchísimo. Me imaginaba a un Dylan ya mayor totalmente gagá de repente olvidando quién había sido y marcándose unos karaokes imitando a LA VOZ y bueno, la idea era bizarra pero divertida. Y que le haya dado ahora por croonear(si bien ya había sacado en alguna ocasión un registro parecido) pues me parece fascinante, sobre todo porque Sinatra igual representa, por lo canalla, lo nocturno y lo peligroso, algo así como la antítesis total del venerable Zimmerman.
Y lo cierto es que esta joyita que dura escasos 35 minutos (son diez cortes arreglados para ser escuchados en una sesión) es deliciosa hasta decir basta. Por supuesto no hay BIG BAND que valga, todas las composiciones se han adaptado a quinteto clásico bajo/tres guitarras/batería. Lo mejor, aparte del arrullo de la romántica guitarra hawaiana y del acertadísimo repertorio que incluye versiones de las imperecederas Autumn Leaves, Full Moon And Empty Arms (quizá el corte más memorable) o I'm A Fool To Want You, es la voz rotísima del otrora trobador, que aquí encaja a la perfección en esta sugerente y nocturna selección que bien podría sonar en un pequeño club en medio de la nada como en algún sofisticado lugar de retiro.
Por supuesto no el retiro del incansable Dylan, seguramente me retiraré yo antes. Si lo hiciese ahora, puedo imaginarme con este brevísimo pero arrebatador disco sonando de fondo mientras me tosto en la piscina de la residencia y me bebo un combinado. Sí. Sería una bonita y perfecta banda sonora para tan bella ensoñación.
Estados Unidos de América, eh. Como grupo humano que constituye un país me fascina y me aterra a partes iguales. Incansable como el esfuerzo constante de esta comunidad a la hora de constituir referentes culturales propios, ha sido y es la labor del catalizador por excelencia de la cultura musical americana (estadounidense) que es nuestro querido Bob Dylan.