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La Academia de Bellas Artes de San Fernando se rinde ante el cómic
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ROMÁN GUBERN DEFIENDE LA DISCIPLINA EN SU DISCURSO DE INGRESO EN LA INSTITUCIÓN

La Academia de Bellas Artes de San Fernando se rinde ante el cómic

Una rotunda apología del cómic retumbó este domingo entre los mármoles solemnes de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. No fue un elogio

Foto: La Academia de Bellas Artes de San Fernando se rinde ante el cómic
La Academia de Bellas Artes de San Fernando se rinde ante el cómic

Una rotunda apología del cómic retumbó este domingo entre los mármoles solemnes de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. No fue un elogio de las viñetas ni una ponderación de quienes las hacen. Ni siquiera fue una arenga intelectual, un canto a la ampliación de los horizontes culturales frente a las hojas de acanto y las cales centenarias del Palacio de Goyeneche. Román Gubern, que ingresó este domingo en la institución con este discurso, no cree que el cómic necesite que lo defiendan en esta Academia que se escribe con mayúscula y que fue fundada en 1752. O –y mucho más probable– lo cree, pero es más inteligente y obra como si no lo necesitase. Como si en el siglo XXI nadie cuestionase ya el cómic, su densidad intelectual y su vigencia cultural. Como si disertar sobre el cómic al ingresar en tan docta casa no constituyese una deliciosa provocación, hablando de algo tan menor ante quienes eligieron en sus propias disertaciones el Siglo de Oro, a Velázquez o a los genios del 27.

Gubern, que no por nada ocupará su plaza en la Sección de Nuevas Artes de la Imagen, no se refirió así a quienes niegan el cómic o su relación con el cine, tema fundamental de su discurso De los cómics a la cinematografía. No habló de Fernando Trueba, que el mes pasado afirmó que el cine de superhéroes es "una imbecilidad", ni de Vicente Molina Foix, que hace un par de años cargó sus tintas contra el cómic, "un entretenimiento muy menor", según el escritor y cineasta, que criticó entonces con fiereza el "disparate" del premio Nacional del Cómic –"con el que nuestro ministerio de Cultura enaltece al dibujante de monigotes con la misma dignidad y el mismo dinero que otorga al mejor novelista, poeta o ensayista del año"– y lamentó que "la consideración del tebeo como una de las bellas artes está ahí para quedarse".

Precisamente por eso, porque está ahí para quedarse, el catedrático e historiador catalán Román Gubern sonrió el domingo a quienes exigen a un arte milenios que lo acrediten y recordó sin triunfalismos que por más que hoy las asociemos con el tebeo, con Popeye o con Spiderman, las viñetas llegaron para quedarse mucho antes de lo que solemos pensar. "El lienzo mexicano de Tlaxcala narró en ochenta viñetas la victoria de los aztecas sobre Hernán Cortes en la llamada Noche triste de 1520", recordó Gubern tras citar precedentes en el neolítico, en la Columna Trajana de Roma y en la pictografía egipcia. "Y, regresando a la cultura europea, ¿qué podemos añadir sobre la obra maestra Las meninas, de Velázquez, lienzo concluido en 1656? Si se me permite el anacronismo calificaré al lienzo como una instantánea, con los reyes irrumpiendo fuera de campo, en una composición preñada de temporalidad implícita".

Eso es el cómic, según Gubern: un intento de enmendar "la ausencia real" con "una presencia virtual" tan verdadero como cualquier otra imagen figurativa. Tan relevante o tan poco, en este sentido, como los productos de cualquier otro arte, y distinguido de los demás por sus singularidades, algunas de las cuales carecen de correlato incluso en el cine, su disciplina hermana. "La caricatura, pero no solo ella, constituye un género metonímico por antonomasia", ejemplificó Gubern. "Expresa lo moral a través de lo físico, como cuando decimos de alguien que no tiene corazón, o tiene mala sangre, o no tiene entrañas". Con un lenguaje donde el erizamiento del vello es literal y la incredulidad se escribe con ojos saltones, "la caricatura sigue al pie de la letra el precepto que asegura que la cara es el espejo del alma".

Quizá por eso, por la enjundia retórica de la que es capaz una viñeta que goza ya de su propio lenguaje, el cómic del siglo XX está en posición, según Gubern, de relevar maestros y recuperar para el consumidor masivo fetiches, temas y tópicos condenados a la extinción formal pero garantizados por su dimensión antropológica. "Incluso puede postularse que el paisajismo de los maestros pintores del siglo XIX ha pervivido, transmutado en los panoramas urbanos de los superhéroes dibujados modernos", aventura el catedrático. "Los rascacielos entre los que brincan aquellas criaturas son metamorfosis de las montañas o cordilleras de antaño, de sus simas y sus precipicios, transformados ahora en unos escenarios urbanos de hormigón y de acero". La natura, concluye Gubern, "se ha hecho civitas para unas intrigas y unos esquemas narrativos que son eternos, que repiten una y otra vez el combate eterno entre el bien y el mal".

Ya lo hizo, de hecho, cuando la historieta incubó para el cine los temas que este era incapaz de abordar antes de la revolución tecnológica de finales del siglo XX. "La simplicidad de la manufactura del dibujo ha permitido desplegar mundos extravagantes o imposibles que le estaban vedados al cine, o le resultaban sumamente costosos antes de la era digital", explicó Gubern, para quien el cine sería hoy una cosa distinta de sí misma sin ese precedente fundamental y compañero en lo secuencial que fue el cómic, que incluso en la actualidad ejerce de arbotante del séptimo arte. La antropología de los cómics, argumenta, "es definitivamente más estable y resistente que la del cine, pues sus personajes no son vulnerables al paso de la edad, a las enfermedades, al alcoholismo o a los escándalos. Cuando un dibujante muere es reemplazado por otro", sentenció.

Una carrera en la intersección del cine y el cómic

Nacido en Barcelona en 1934, Román Gubern es crítico, historiador del cine y experto en historia del cómic y ocupa desde 1983 la cátedra de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, de la que también fue decano. Antes trabajó como investigador en el Massachusetts Institute of Technology y fue profesor de Historia del Cine en la University of Southern California y en la Venice International University.

El escritor, ensayista y guionista –que también fue presidente de la Asociación Española de Historiadores del Cine y de la Asociación de Escritores de Cataluña–, fue elegido como miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 5 de mayo de 2008 para ocupar plaza en la Sección de Nuevas Artes de la Imagen. Este domingo el catedrático catalán ha comenzado la lectura con un recuerdo a su "entrañable" amigo José Luis Borau, quien propuso su candidatura y formuló la laudatio a su favor, e informó a los presentes de que su discurso versaría sobre las "formas de representación figurativa" que tanto interés despertaron en Borau.

Entre los reconocimientos que ha recibido destacan la Ordre des Palmes Académiques de Francia en 1994 y la medalla de la Asociación Española de Historiadores del Cine en 2004. Gubern también ha escrito, entre otras, una Historia del Cine en 1969), El lenguaje de los cómics en 1972, Mensajes icónicos en la cultura de masas en 1974, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas en 1989, Patologías de la imagen en 2004 –premio Ciudad de Barcelona de Ensayo– y Metamorfosis de la lectura en 2010. 

Una rotunda apología del cómic retumbó este domingo entre los mármoles solemnes de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. No fue un elogio de las viñetas ni una ponderación de quienes las hacen. Ni siquiera fue una arenga intelectual, un canto a la ampliación de los horizontes culturales frente a las hojas de acanto y las cales centenarias del Palacio de Goyeneche. Román Gubern, que ingresó este domingo en la institución con este discurso, no cree que el cómic necesite que lo defiendan en esta Academia que se escribe con mayúscula y que fue fundada en 1752. O –y mucho más probable– lo cree, pero es más inteligente y obra como si no lo necesitase. Como si en el siglo XXI nadie cuestionase ya el cómic, su densidad intelectual y su vigencia cultural. Como si disertar sobre el cómic al ingresar en tan docta casa no constituyese una deliciosa provocación, hablando de algo tan menor ante quienes eligieron en sus propias disertaciones el Siglo de Oro, a Velázquez o a los genios del 27.